Amor, terror y otros errores

Prólogo. Una abuela entrometida

El panteón familiar es oscuro. No sé porqué me lo imaginaba luminoso. Las flores, coloridas y frescas, que han plantado en las escalinatas, no han conseguido impregnar de calidez al cementerio, casi vacío. Tampoco me extraña la falta de aforo, ya nadie entierra a sus muertos. Cremarlos resulta mucho menos engorroso, y barato. Me recorre un escalofrío al pensar en cuanto de nuestra dilapidada fortuna familiar se ha llevado el mantenimiento de tamaña aberración.

El edificio en sí podría tener cierto encanto gótico si no fuera por la vidriera rota, y las gárgolas sin bocas. El hierro de la verja que cierra el panteón también está corroído y chirría como una banshe al abrirla. Hay sospechosas manchas en el suelo y resulta que los restos de mis antepasados son el abono ideal para el musgo, que crece bien profuso por todo hueco disponible. A excepción del altar de la abuela, claro.

Los de la funeraria han instalado el nuevo esta misma mañana. Por lo que me han contado, el anterior se ha resquebrajado al tratar de abrirlo. No es que estuviera muy unido al antigua altar, solo he estado aquí en una ocasión anterior, en el entierro de mis padres, pero sí que estaba bastante apegado a los dos mil euros que he apoquinado por adquirir uno nuevo.

Así que trato de apreciar el mármol oscuro de pintas plateadas, a juego con el sobrio ataúd en la que descansa la única figura materna que realmente recuerdo. Puede que no fuera una abuela al uso, ni siquiera podría acercase a la palabra modélica sin sufrir una indigestión, pero era mi familia. Mi única familia directa.

No sé qué espero que ocurra. Si no ha ocurrido hasta ahora, es porque, evidentemente, no va a ocurrir. Peino mi pelo con las manos, consigo todo lo contrario. Lo ideal sería que llevara una de esas gabardinas oscuras y misteriosas, pero en mi armario sólo dispongo de jerséis, en su mayoría de un color verde chillón. Qué se le va a hacer, me gusta el verde, me gusta la lana suave sobre mi cuello y, para más inri, las gabardinas están pasadísimas de moda. Además, estamos en septiembre, los días aún son lo suficientemente cálidos como para permitirme ir en camiseta. Sonrío al pensar en los ojos en blanco que pondría mi querida nana si viera el gatito con diarrea de arco iris que adorna mi espalda.

Dejo sobre el altar la botella de vino envuelta en papel de periódico, lo abro y utilizo la envoltura como mantel, no vaya a dañar el precioso y nuevecito mármol. Es una botella de una cañada modesta, aunque bien envejecida. Si a la vieja le gustaba algo, era precisamente lo añejo.

—La última, abuela, y a dormir.

Saco del bolsillo dos vasos de chupitos. Se los he mangado a Dohan, no creo que los eche en falta. Sirvo una buena cantidad en cada uno, y casi puedo oler el incienso que quemaba mi abuela compulsivamente; esa mezcla de copal y sándalo, impregnado en su cuerpo como una capa de aceite. Quizás por eso sea capaz de olerla ahora: incluso muerta, desprende ese tufillo contra los malos espíritus.

Me bebo mi vaso de un solo trago y hago un gesto con la boca. El vino está picado. Me sirvo una segunda, la choco contra el cristal de la otra, y le pego otro trago con la esperanza de que su sabor haya mejorado por arte de magia. No lo ha hecho.

—Yo tenía razón, después de todo —declamo al mundo, abriendo los brazos y dando vueltas sobre mí mismo, canturreando una canción que invento allí mismo. El vórtice de oscuridad que amenaza con engullirme se dispersa en el mareo que empiezo a sentir.

Me tengo al escuchar el cling del cristal sobre el mármol. Extrañado, me detengo, y busco el origen del sonido. Sigo solo. Me acerco y miro el vaso de cristal, ahora vacío, boca abajo sobre el periódico.

Titubeante, lo levanto, y lo observo de cerca; tiene una marca de labios en el borde del mismo. El viento mueve la hoja de periódico, y la atrapo con la otra mano antes de que salga volando. La marca del vaso ha creado un perfecto círculo sobre él, que justo coincide con un anuncio en la página de contactos:

«¿Tienes entre 20 y 50 años? Se buscan voluntarios para estudio clínico sobre la atracción sexual. Seis semanas en régimen interno, exclusividad total. Los voluntarios serán remunerados. Para más información, contacten con Cura-Sana Investigaciones».

—Vamos, no me jodas. ¿Tan desesperado crees que estoy? —gruño al aire y arrugo el sospechoso anuncio.

El viento arranca risas de los huecos de las paredes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.