Amor, terror y otros errores

2. Presentación de los sujetos (modificado)

Leo

Me cae de culo. No sé por qué, pero es ver esa sonrisa de plástico, ese moño desenfadado y la bata de laboratorio impoluta y se me ponen los pelos de punta. Quizás tenga que ver con la forma en la que me miró durante la entrevista, como si yo no fuera más que una mancha. Una especialmente detestable, de tomate o tinta.

Ni siquiera debería estar aquí.

Recibí el mensaje de que había sido rechazado horas después de mi entrevista personal. Mi reunión con esa tipa, Gisel, había sido un tanto desagradable y entrometida. Entiendo que deban hacer ciertas preguntas en estos estudios pero, ¿qué le importará a ella si soy el pasivo o el activo? ¿Y qué clase de pregunta prejuiciosa de mierda es esa?

Aunque sé por qué fui eliminado en la primera ronda, y no es por las contestaciones desganadas que le di. Su mueca, cuando leyó en alto mi apellido, lo decía todo. Cría fama y échate a dormir, abuela.

Cuando recibí la llamada rechazándome de plano casi me pongo a bailar. Mi idea de la diversión no incluye seis semanas de ser un conejillo de indias para un laboratorio siniestro con nombre de canción infantil. Que la pasta no me vendría mal lo sabe Dios, pero, no, gracias. Si no fuera por el mensaje no tan subliminal de mi nana, no hubiera perdido ni un minuto de mi vida allí. Que me rechazaran, era un giro del destino por el que estar agradecido. Mi abuela... no tanto. ¿Habéis convivido alguna vez con un espíritu cabreado? ¿Y con el fantasma de una abuela de armas tomar y sentido nulo de la privacidad?

Lo de arrancarme la cortina de la ducha, tiene un pase. Puedo soportar sus rabietas infantiles lanzando al suelo mi edición especial de Star Treck en Blueray. Pero lo de meter su fantasmal índice por el trasero de mi ligue de una noche, eso creo que traspasa todas las barreras de lo permisible.

Como si la hubiera invocado, siento como me empujan por detrás, pero al mirar, no hay nadie.

―Ya, ya voy, vieja petarda ―refunfuño mientras subo las escaleras que dan acceso a la farmacéutica.

Reviso el mensaje en mi teléfono para asegurarme de que estoy en el lugar y hora correcta. La llamada telefónica que recibí ayer a la noche fue tan precipitada que no estoy seguro de si no lo había soñado. Al parecer, uno de los participantes aceptados había sufrido de pronto un accidente desde unas escaleras especialmente altas. Qué curioso, eh, abuela.

El guardia de seguridad que me atiende me pide mi dni y me entrega una identificación que me coloco con presteza. Mi foto muestra la cara de hastío del día de la entrevista, me resigno a que se convierta en mi carta de identidad para los próximos días.

El de seguridad me da paso, y su compañero que espera detrás de él me guía al interior de las instalaciones

El de seguridad me da paso, y su compañero que espera detrás de él me guía al interior de las instalaciones. No se me pasa la sonrisita que comparten ambos, posiblemente por el chaleco verde lima que llevo. Y eso que no han visto mi camiseta interior. En el último momento he decidido cambiármela, como una muestra de rebeldía. Uno tiene que mantener su orgullo de alguna forma.

Los pasillos me ponen los pelos de punta. Las personas que trabajan en los cubículos de cristal levantan la vista de sus quehaceres para verme pasar. Casi me siento decepcionado de no ver algún experimento grotesco llevándose a cabo, en su mayoría parece aburrido trabajo de oficina. El pecho me pica a rabiar, no puedo ver el momento de salir de aquí. Todo es tan siniestro...

El guardia es saludado por un tipo, que le para con una sonrisa socarrona hacia mi dirección. Me quedo unos pasos atrás, mientras aguanto la mirada a un vejestorio que tiene el ceño fruncido, sentado al otro lado del muro de cristal. Es como si estuviera dentro de un zoológico, pero ninguno que yo recuerde tiene un simio tan feo expuesto.

―¿Es el último del proyecto Freak?

―Aquí le traigo.

―Este parece casi normal ―dice el otro, y se carcajea como si tuviera maldita gracia.

¿Hola? ¿Me he vuelto invisible? Le miro con la boca abierta ante su desparpajo, pero ha seguido su camino antes de que pueda decirle lo que me parece a mí su pelambrera de culo turco. Le enseño el dedo de en medio antes proseguir tras mi guía. Me giro al escuchar un grito de sorpresa. El tipo se ha tropezado con el aire y caído al suelo de bruces. Parece confundido. No puedo evitar que se me salga la sonrisita. Gracias, abuela.

Sus palabras me han molestado más de lo que creía. Proyecto FREAK, así, sin más. ¿Se creerán que uno no sabe inglés? ¿Pero en qué sitio de mierda elitista me he metido? Y si yo soy el normal... ¿qué clase de tarados tendrán? Mentalmente me preparo para lo peor.

La sala de conferencias está repleta, lo veo a través del cristal. Hay doce personas en total, once sentados alrededor de una larga mesa de plástico blanca en la que sería una pena que alguien dejara un moco verde, y la tipa de la entrevista. El guardia me señala la puerta y espera a que entre, y es ahí cuando me doy cuenta de que soy el último que falta.

Todas las miradas se clavan en mí, y me siento como en esos primeros días del colegio. He tenido siete de esos primeros días, no hay forma de que me equivoque.

―Llega tarde, señor Santos ―dice la arpía de plástico.

Reviso mi teléfono. No, no llego tarde.

―Siéntese, por favor, el tiempo corre.

Me encojo de hombros, y me acerco en el único lugar que queda libre. Me quito la chaqueta verde y dejo expuesta mi camiseta. Alguno ha pillado el chiste, porque se escuchan risitas, pero creo que a Gisel no le ha gustado. Yo y mi camiseta sin mangas en la que se lee «Experimienta» nos sentamos formalmente.




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