DON
El chaval no parece mala persona, pero es pronto para decidir tal cosa. Le he visto fruncir el entrecejo al ver mi silla, aunque, curiosamente, no creo que esté pensando en mis zapatos o mi pene. Tiene esa pinta de cándido que acompaña a la juventud. Casi ni ha titubeado cuando le he sonreído con sorna. Está más ocupado ofreciéndose a hacer de lector para la ciega, que es más de lo que ha hecho esta institución por ella.
No me centro en el libreto que nos han dado, deseo leerlo con más calma más tarde. Ahora necesito tener una visión global de lo que aquí está pasando, conocer a quienes van a ser parte del experimento y mis compañeros por unas cuantas semanas. Mi intuición no me ha fallado nunca, las personas son fáciles de calar. Lo que tengo claro de momento es que Gisel y el cachorrillo tienen una historia, eso se nota a la legua. Me pregunto qué habrá hecho el nuevo para sacar de quicio a esta siempre pulcra mujer. Aunque, luego recuerdo lo ocurrido sobre esta misma mesa y sonrío, porque yo también sé de un par de cositas que pueden hacerle perder los papeles, literalmente. Si no hubiera estado tan preocupado por si me incluiría en el experimento, hasta hubiera disfrutado nuestro encuentro. Me encojo de hombros mentalmente, quizás aún esté a tiempo de repetirlo. No he dejado de observar que la responsable de este experimento ha sustituido sus cómodos zapatos por unos tacones rojos de charol que atraen mi atención. Esos tacones bermellones de aguja podrían sacarme un ojo y merecería la pena por completo.
El que sí que parece un capullo integral es el que está sentado a mi derecha. Hasta su olor almizclado, que impregna este lado de la sala, es excesivo. Está comiéndose con los ojos al recién llegado, y tiene esa pinta de chulo de discoteca que me repele. Conozco su tipo, casi tanto como mi exmujer, Sara, los conoce. De hecho, sale con uno.
Obviando que soy de lejos el más mayor de esta sala, lo curioso es que mi discapacidad no resalta entre esta gente. Al lado de la ciega hay una chiquilla que debe haber cumplido la mayoría de edad, al menos sobre el papel, porque solo hay que ver el pelo de colores y la ropa de dibujitos de esos que están de moda para entender que debe tener la edad mental de un niño de doce años. Hay una mujer con una muy evidente obesidad mórbida que me hace dudar de la estabilidad de la silla en la que está sentada. Y un hombre de raza africana con una kandura oscura. Después está el tipo de gafas, calvo por antonomasia, ni un pelo tiene en toda su fisonomía, al menos la que está a la vista; y de seguido, a una señora, por llamarla de alguna manera, que me guiña un ojo. Movido por la curiosidad, miro en el dosier que se llama Penélope y pongo los ojos en blanco. Con ese nombre estás condenada.
Leo los siguientes reglones por encima solo para afianzar lo que ya me estoy imaginando: Le gusta pasárselo bien. Tiene tres hijos, pero está soltera y trabaja vendiendo productos de segunda mano online. Nada de eso hace que quiera huir de la misma habitación que ella, pero su vestido choni y la forma en la que aprieta su generoso pecho hacia mí, sí. Espero que este edificio cuente con un buen sistema de desinfección, sospecho que algunos de los presentes lo va a necesitar. Es, claramente, una cazadora.
—Bien, como verán en la página catorce —llama nuestra atención de nuevo Gisele, señalando esa parte del dosier—, encontrarán la planificación para las siguientes seis semanas. Estaba especificado en el contrato que firmaron todos ustedes antes de venir aquí que se quedarán en régimen interno para ser monitoreados las veinticuatro horas del día. Este será su horario y, por lo tanto, exigimos que se cumpla. En caso de negarse a seguir nuestras instrucciones serán expulsados del experimento, y consiguientemente, este podría ser cancelado.
No, no, no. Eso no va a pasar.
—¿Pero tendremos internet, no? —dice la chica del pelo arcoíris.
—¿Van a hacernos pruebas físicas? ¿Como los extraterrestres? —susurra el alopécico.
—Eso no dijeron. Yo no quiero que me metan ninguna sonda por...
Todos hablan al mismo tiempo, lo cual resulta desagradable. Gisel debe pensar lo mismo, porque saca algo de su bolsillo, lo activa y un estridente pitido se dispersa por la sala. Es muy irritante, me tapo las orejas en un intento por detener su avance implacable hasta mi cerebro. El resto de los presentes también muestran sorpresa, se cubren la cabeza y dejan escapar un gritito, y tan rápido como comienza el silbido, termina.
—Este, señores, es un producto creado por nuestro laboratorio, saldrá al mercado el próximo mes. Capaz de emitir ondas de más de cien decibelios, con un tamaño mínimo, ligero y fácil de transportar. Ideal para detener manifestaciones o marabuntas. Por favor, no me obliguen de nuevo a usarlo. Proseguiré ahora con la presentación.
¿En serio, Gisel? Me pone cierta dominancia, como a todos los hombres, pero esto raya peligrosamente en lo demencial. No puedo dejar de apreciar que el cachorrillo de ojos grandes y pelo en coleta muestra una mueca de furia, reflejada en la desagradable sombra compacta que lleva detrás. Hacía tiempo que no veía una tan corpórea, debe ser reciente. Se me revuelve el estómago al verlo y aparto la vista rápidamente antes de que esa cosa se fije en mí.
La investigadora activa de nuevo la presentación, apaga las luces y extiende de manera agresiva una barita de metal que llevaba en el bolsillo. El powerpoint muestra en cada página el logotipo del laboratorio, no sea que nos olvidemos de dónde estamos o a quién pertenecemos las siguientes semanas.
—Lo primero que deben ustedes saber es que la investigación en la que están participando puede ser crucial para comprender la forma en la que las hormonas trabajan en la atracción sexual y afectiva de las personas. Según el reciente estudio, publicado por Jonnhas & Brothers, de la universidad de Michigan, la segregación de las hormonas del miedo pueden provocar mayor atracción así como un importante aumento de lívido. Como sabrán, los niveles de natalidad en la última década han sido los más bajos desde el principio de los tiempos y este estudio podría revolucionar la forma de interactuar con las personas.
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Editado: 07.03.2025