La noticia de la muerte de Horatio Algerton Thorne llegó acompañada de una carta suya. Avery James Thorne Bloomsbury, Londres 1 de marzo de 1887 Avery: Mis médicos me dicen que no me queda mucho tiempo de vida y que debería poner en orden mis asuntos. Y eso es lo que pretendo hacer. Asegurándome de que esta carta llegue a tus manos antes de la lectura de mi testamento, te hago el favor de adelantarte el contenido del mismo. Quizá esta cortesía mía te sirva para agradecer el respeto que siento hacia mis obligaciones familiares, una sensibilidad de cuya experiencia, al parecer, no has disfrutado. Probablemente habrás dado por sentado que, después de mi muerte y siendo tú el único pariente varón que le queda con vida a tu primo Bernard, te convertirás en su tutor. Estás equivocado y te diré por qué. En primer lugar y lo que es más importante, eres demasiado parecido a tu padre. A pesar de mis ímprobos esfuerzos por corregir esa similitud de carácter, has continuado siendo irresponsable, testarudo y polémico. Estas dos últimas características tuyas podrían haberte resultado de gran utilidad de haber sido una persona sana y robusta, como fui yo en mi juventud, y podrían haberte convertido en un líder. Pero físicamente eres un pobre espécimen y ningún hombre acepta de buen grado órdenes de un enclenque. Considero que serías un mal ejemplo para Bernard, especialmente en este momento de su vida en el que él mismo muestra tu misma desafortunada inclinación hacia la debilidad física. No creas que he olvidado la cantidad de veces que utilizaste tu enfermedad como excusa para guardar cama en la enfermería del colegio, o las cartas que les hacías escribir a tus tutores pidiendo que te dejasen volver a casa antes de acabar el trimestre debido a tu terrible debilidad. El consentido de Bernard se te parece demasiado, y como heredero de una gran fortuna, debe superar esta inclinación. Así que, en tu lugar, he asignado como tutores de Bernard a consejeros de los bancos a los que conozco desde hace muchos años.
obligaciones familiares. Durante los próximos cinco años recibirás una razonable asignación mensual bien a través de estos mismos consejeros del banco o de una tal señorita Lillian Bede. A ella le ha sido ofrecida la gestión de Mill House a mi muerte y será quien, después de cinco años, heredará la finca si queda demostrado que, bajo su dirección, dicha gestión ha resultado fructífera. Si no hay beneficios, tú heredarás la finca. No es de tu incumbencia el porqué de estas condiciones. Solo a mí me corresponde decidir cómo y a quién cedo Mill House. Sin embargo, como probablemente recordarás que en el pasado sugerí que en su día serías tú el dueño de la finca, me siento obligado como caballero que soy a informarte de que no he olvidado ese comentario que pudiste interpretar como una promesa. Confío plenamente en que todavía puedas convertirte en el dueño. Al fin y al cabo, la señorita Bede es solo una joven de diecinueve años, y si eso sirve para herir tu orgullo masculino, mejor que mejor. Considera que tu herencia se halla en suspenso hasta que, espero, te hagas merecedor de ella.
Tampoco confío en que dediques demasiado tiempo a lamentar la pérdida de dicha responsabilidad. De hecho, incluso es probable que estés contento por disponer de un aplazamiento. Da la impresión de que sientes la misma indiferencia hacia tu herencia que hacia tu primo. Al acabar este período de cinco años, serás nombrado el tutor legal de Bernard. En el ínterin, desde la tumba te invito a que cultives la humildad, la austeridad y tus obligaciones familiares. HORATIO ALGERTON THORNE «Y yo te invito a arder en el infierno.» Avery se echó hacia atrás, apartándose del maltrecho escritorio que ocupaba una de las paredes de su apartamento de alquiler. Pasó la mirada por los pocos muebles desparejos que incluía el cuarto, cosas que otra gente había dejado atrás y que él había podido soportar únicamente porque había creído que algún día tendría algo suyo: Mill House. Quince años atrás, una semana después de que una epidemia de gripe se hubiese llevado a sus padres, había llegado a Devon para conocer a su tío Horacio, su tutor. Él tenía siete años
cipreses y cómo, al asomar la cabeza por la ventanilla, había visto la solariega casa de piedra reluciendo como el ámbar en medio del prado de un verde veraniego. Se había enamorado apasionadamente de ella. Horatio, quien todavía no conocía el «intolerable resuello» de Avery, había encontrado graciosa la fascinación del niño que observaba la casa con los ojos abiertos de par en par y dejándose llevar por un impulso muy poco propio de él, le había prometido la casa. Era un acto de generosidad que se podía permitir sin problemas. Para Horatio, Mill House no significaba nada. Simplemente era otra casa más de su propiedad, que estaba incluida en los acres de la finca que en su día había comprado su padre. A pesar de las infrecuentes visitas a Mill House que se sucedieron después —un par de vacaciones navideñas y algunas semanas que pasó allí durante un otoño incomparable—, Avery había seguido manteniendo firmemente en su mente la imagen de la casa. Y durante aquellos largos períodos de convalecencia que había pasado en la enfermería de Harrow, había huido de su dolor paseando mentalmente por los salones de Mill House.