Hoy es un día nublado; aún me siento devastado por lo que me ha dicho el doctor Carlos; vino a visitarme la familia de la pobre niña, a darme las gracias por intentar hacer algo por su hija… dejaron una rosa en la mesa sobre esa pulsera roja que me ha regalado Antonella.
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_ ¡Hola! ¡Lamento de verdad lo que te ha sucedido! Sé que por dentro debes de estar devastado; déjame ponerte esto.
La Enfermera Carmen puso la pulsera en mi mano.
_ Así cuando ella venga a verte no verá la pulsera en ese tocador sino en tu mano.
El doctor Carlos entró sin hacer ruido.
- Enfermera, es usted muy linda al ponerle esa pulsera; la chica se pondrá muy feliz al verlo con ella; y él, pues tendrá muchas más fuerzas para luchar y despertar…
_ ¡Hay, doctor!
Exclamó Carmen asustada.
_ Yo solo quiero ayudar en lo que pueda, creo que para él será muy importante tenerla en su brazo…
- ¡Hola! ¿Disculpen, puedo pasar?
Dijo Antonella.
-¡Claro que sí! Solo por esta vez puedo hacer la excepción de dejarte pasar porque no son horas de visita
Dijo Carlos.
- ¡Muchas gracias, doctor!
Dijo Antonella mientras lo abrazaba.
_ ¡Mira, le puse la pulsera que le regalaste!
- ¡oh!
Exclamó Antonella.
- ¡Qué linda de verdad, enfermera; yo venía precisamente a eso, ¡muchas gracias!
_ No hay de que agradecer, Antonella.
Dijo Carmen mientras la abrazaba.
_ Sé que es muy importante para ti que la tuviera en su brazo.
Antonella y la enfermera Carmen se abrazaron mutuamente y se sonreían y me miraban.
Este día, Antonella me dio un beso en la mejilla susurrándome al oído: ¡recupérate pronto, te necesito a mi lado; no sabes cuanto extraño oír tu voz, ver tu sonrisa y sobre todo, ver tus ojos!...