Amor y Whisky

Nuevo comienzo

Elizabeth

¡Ah, Edimburgo! La ciudad de castillos, gaitas y... taxistas incomprensibles. Apenas puse un pie en esta ciudad mágica, me encontré en una experiencia digna de contar. Después de 32 horas de vuelo (o al menos así se sintió), finalmente aterricé, lista para abrazar el frío y la niebla. Con mi ingles oxidado, me subí a un taxi que me llevaría a la famosa New Town; Elizabeth no sabía que era observada por unas miradas intensas, que el movimiento candente de sus curvas provoco un Corto circuito en ellos, por un momento su bolso cayo y a recogerlo como si un imán la atrajera levanto su mirada y quedo impactada a vislumbrar a tres hombres cuya belleza y presencia parecían casi sobrenatural. Eran como dioses cincelados a la perfección, con miradas penetrantes que lograron cautivarla por un instante, lo recogió y salió a toda velocidad ya que su taxi estaría esperándola y así era con cartel en mano.

El taxista, cuyo nombre en su placa era algo así como "Hamish McMumblewhisper", comenzó a hablar de inmediato. Supuse que estaba diciendo "bienvenida" pero podría haber sido un recital de recetas escocesas. Mientras él hablaba, yo solo asentía y sonreía, rezando para que no estuviera planeando una ruta turística por toda Escocia.

Entre intentos fallidos de conversación, noté los elegantes edificios georgianos y las tiendas que se alineaban en las calles. "¡Qué hermoso!" pensé, y mi taxista pareció leer mi mente porque sonrió y, por primera vez, entendí claro: "¡Es la joya de la corona, esta ciudad!"... o al menos eso creo.

Finalmente, llegamos a mi destino. Bajé del taxi agradecida por haber sobrevivido y con la certeza de que estaría repitiendo la palabra "¿perdón?" muchas veces más durante mi estancia aquí.

Después de un paseo en taxi que podría haber sido parte de un episodio de "Gran Hermano", finalmente llegué al que sería mi nuevo hogar en Edimburgo. Pero antes de que pudiera desempacar siquiera un calcetín, me recibió la anfitriona más singular que he conocido: Deborah Kerra.

Debo aclarar, cuando digo "singular", no estoy siendo sarcástica. Si se pudiera embotellar su entusiasmo, solucionaría la crisis energética mundial en un santiamén. Imaginen una versión escocesa de Mary Poppins, pero con más whisky y menos paraguas mágico.

Deborah me saludó con un abrazo que, honestamente, me hizo olvidar que era una extraña en un país nuevo. "¡Bienvenida, querida! Ven, siéntate, toma un té, un scone y tu contrato de alquiler", me dijo. ¡Claro que el té y el scone estaban deliciosos, pero no olvidemos la importancia de la última parte!

Con sus rizos pelirrojos revueltos como si hubiera salido de una película de fantasía y una risa contagiosa que reverberaba por toda la casa, me dio un tour express del lugar. Me mostró mi habitación, la cocina y naturalmente, el "cuarto oscuro de los trastos", donde el tiempo parece haberse detenido (y probablemente también algún que otro exinquilino).

En fin, Deborah era una anfitriona excelente, y aunque su presentación fue un poco alocada —como si estuviera en un programa de talentos—, no puedo negar que me hizo sentir como en casa más rápido de lo que me llevó decir "haggis." Así comenzaba mi emocionante estancia en Edimburgo, con mi nuevo hogar dirigido por la casera estrella, Deborah Kerra.

En mi primera semana en Edimburgo, el frío me tenía con una bufanda casi hasta las cejas. Todo cambió cuando conocí a mi vecina, Camila, una chica colombiana con más energía que un café doble. Fue como si el sol se hubiera mudado al piso de al lado. ¡El Caribe se instaló en Escocia!

Camila es una de esas personas que tiene el poder de alegrar tu día con solo abrir la puerta. Siempre usa colores vibrantes: fucsia, verde lima, amarillo chillón; parece un cóctel tropical andante. Sus “buenos días” son un tam-tam de alegría resonando por todo el edificio, y su risa se oye más fuerte que las gaitas en una festividad escocesa.

Un día, me invitó a una fiesta. "Trae a Debora," me dijo, refiriéndose a mi casera estrella. Entre la salsa y el sonido de las congas, me di cuenta de que había adoptado un estilo de baile que mezclaba un Highland fling con pasos de bachata… a ritmo de reguetón. ¡Imagínate el espectáculo!

Con Camila cerca, incluso los días más grises de Edimburgo se tornan en arcoíris. Gracias a ella, ya no extraño tanto el calor, ni el caribe. Mi integración escocesa solo estaba empezando, y ya prometía ser tan interesante como hilarante.



#5609 en Novela romántica

En el texto hay: romance secretos

Editado: 13.09.2024

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