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…c…
Mi corazón estaba a punto de salir de mi pecho, no por un sentimiento de emoción o adrenalina, sino por miedo.
No tenía mucho tiempo, me encontraría pronto, buscaría debajo y detrás de cada mueble de toda la mansión, y recorrería cada hectárea de la finca. Cada paso y cado segundo que ha perdido, se sumaría a su ira, una que me tocaría recibir a mí. «¿Por qué me odias tanto, papá? ¿Porque no puedo recordar la última vez que me sonreíste de verdad?» «No quiero que me encuentre, quiero desaparecer.» La puerta del armario se abrió con violencia y sus ojos grises lucían tan oscuros que podían ser como el carbón.
—¿Cuántas veces te debo decir que huir es de cobardes y esconderse de imbéciles?
Arrastró sus palabras. Sonando calmado y severo a la vez. La misma forma en que siempre le habla a mamá.
—Ponte de pie —ordenó entre dientes. Mi cerebro obedeció a su voz como si estuviera programada, en verdad lo estaba.
Una vez de pie, él me tomó de un brazo con tanta fuerza que mi hueso crujió y el ardor recorrió todo mi antebrazo. «No llores, será peor y harás que ella pague también.»
Caminamos por el largo pasillo, atravesando la galería de arte y unos cuantos salones. Bajamos al primer piso por las escaleras principales y al estar en el vestíbulo, giramos por un pasillo lleno de retratos y pinturas de nuestros ancestros; nos detuvimos al final, frente a un par de puertas de roble con manijas de plata. En un parpadeo me encontré en medio del gran estudio de mi padre, él tomó asiento detrás de su escritorio recargándose con tranquilidad en su sillón de piel color negro.
—¿Por qué te estabas escondiendo, Caelum? —Padre me miró con gelidez.
Me quedé en silencio, estático. Mi mente gritaba por ayuda. «¡Mamá!»
—Cobarde, idiota ¿y ahora sin modales?
Una sonrisa burlesca se asomó en sus labios. «¡Habla!» «No puedo, tengo miedo.»
Se puso de pie sin dejar de verme. «Lo siento, padre» Hasta que estuvo delante de mí, es cuando me di cuenta que estaba conteniendo la respiración. Intenté respirar discretamente, pero su mano se estrelló contra mi mejilla haciendo que perdiera el equilibrio. Se formó un nudo en mi garganta al mismo tiempo que mis ojos comenzaron a picar.
—¿Puedes hablar ahora? —espetó.
—Si, padre —respondí con claridad, obligándome a no llorar.
—Esta es la última vez que voy a repetirlo —masculló—. ¿Por qué estabas escondiéndote?
Regresé mi mirada hacia él, encajando las uñas en el interior de mis manos. «Porque te tengo miedo»
—Porque te he desobedecido, padre —declaré sin emoción.
—¿Quieres que llame al chofer o prefieres confesar tú mismo?
—He jugado soccer con un humano en el parque.
Hablé apenas en un susurro.
—Con un humano —repitió con una sonrisa perversa—. ¿Con el permiso de quién?
Permanecí en silencio de nuevo.
—De nadie, por supuesto —escupió.
Me tomó de los hombros lanzándome contra uno de los libreros. Sentí el dolor subir por mi espalda y una de las repisas lastimar mi columna. «No hablar, no moverse y no llorar»
—¿Qué te he dicho de los humanos, Caelum? —cuestionó mientras caminaba al mueble detrás de su escritorio.
—Son escorias y un peligro para nuestro linaje, simples mundanos sin nada especial. Subordinados —recité. Vaciando las palabras de mis recuerdos, los recuerdos que tienen escrito la palabra “padre”.
—Veo que recuerdas las palabras —dijo—. Pero no has aprendido su significado.
Mi padre se giró con una fusta en su mano. Mi respiración se descontroló y mi cerebro se puso en blanco, mis manos temblaron y mis dientes castañearon. «Por favor, no»
—Las lecciones necesitan de un recuerdo fuerte para gravarse debidamente en la memoria ¿sabías eso, hijo? —Ojos grises viéndome con furia—. Frente a mí, de rodillas.
Mi cerebro en blanco pareció reaccionar con sus órdenes y cuando menos pensé, estaba en donde me había ordenado. Se colocó detrás de mí. El cuero de la fusta sonó entre sus dedos, preparándose para darme otra lección. «Por favor, no.»
Apreté la quijada y mis puños al escuchar como la fusta viajaba hasta chocar contra mi espalda. La sensación de dolor y ardor recorrieron mis nervios, atravesando todo mi cuerpo. Las lágrimas amenazaban con salir, pero encajé mis uñas contra la palma de mi mano.
—Repite conmigo, Caelum —espetó con frialdad—. No fraternizar con humanos o Immundus. Tan sencillo.
Su voz fue burlona al decir lo último. Otro golpe, esta vez más fuerte, rasgando mi playera.
—No fraternizar con humanos o Immundus —dije con un ligero temblor.