Anatema

El espectro.

—21—

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Cuando las rejas de Kensington se cerraron detrás del automóvil, el miedo se incrementó de forma poco natural. La llamada de mi padre me había dejado paralizado, el tono de su voz y su repentino requerimiento de verme solo podía significar una cosa. Problemas. Hacía mucho tiempo que no lo escuchaba tan serio, la frialdad era algo común en nuestra relación, pero él siempre había sido un hombre de personalidad. Sin embargo, había ocasiones en que parecía que la vida dejaba su cuerpo y era remplazada por la oscuridad, o como solía llamarlo de niño, un espectro.

Estaba arriesgando demasiado al venir aquí, una parte de mi creía que podía tener algo que ver con el diario y que el hombre efectivamente era alguien de la Orden, pero también estaba eso que Owen me dijo en la fiesta de Tara y que mi borrachera me había hecho olvidar. Sobre Enzo y Becca. Existía la posibilidad de que hubiera llegado a oídos de mi padre y que por eso estuvieran siguiendo a Becca, padre podría incluso desaparecerla con tal de que Enzo no arruinara el linaje familiar.

Bajé del auto sintiendo el aire frio golpear mi rostro, preparándome para él. La puerta de la residencia fue abierta para mí y se me informó que padre estaba en la sala esperando por mí.

Al cruzar el umbral de la sala mis ojos se posaron directo en mi madre, la cual lucía sombría.

—Cierra la puerta.

La voz de mi padre me recorrió la espalda como un látigo. Cuando mis ojos se dirigieron hacia él, su rostro sin una pisca de vida me hizo sentir como si de nuevo tuviera ocho años.

—Antes de que preguntes o digas cualquier estupidez, te recuerdo que no debes hablar si no se te pide ¿entendido?

Asentí incapaz de dejar salir un sonido.

—Hace un par de horas fui requerido por el Consilium, donde fui informado de que mi hijo y mis queridos sobrinos han pasado un largo tiempo investigando y siguiendo información prohibida para la institución de la Orden.

El poco calor que mi cuerpo había obtenido de la calefacción fue evaporado en un segundo, la sangre dejó de circular en mi cuerpo y pude sentir la energía chispear en mi espalda. Mi cabeza era un remolino de conversaciones, fragmentos de papel, un recetario y un par de ojos del color del café.

—Al parecer todos los años de crianza que te brinde con mucho esfuerzo fueron en vano, ya que no solo están a punto de catalogarte como un rebelde, sino que me has mentido. Has faltado a tu familia y a tu linaje relacionándote con Immundus y humanos. Has roto el anatema, todos ustedes lo han hecho.

La sonrisa de Sienna y su mirada cálida aparecieron en mi mente, tratando de no quebrarse por los años de lecciones de mi padre y su presencia en la habitación.

—¿Dónde está?

Su voz era peligrosamente tranquila.

—No sé de qué hablas, padre —dije con seguridad.

No lo vi a los ojos, mi mente enfocaba a mis primos, a Maia, al tío Charlie y a Sienna.

La habitación se sumó en un silencio denso, podía sentir los ojos de mi madre rogarme que dijera la verdad, que complaciera a padre.

—¿No? —inquirió en tono amenazante.

Levanté la vista obligándome a fingir, fingir como el me enseño. Sus ojos grises penetraron en mi mente. Dominándome. Quebrándome.

En menos de un segundo estaba frente a mi tomándome del cuello y girándome hacia una pared. Una proyección mostraba una fotografía de Enzo, Sienna, Becca y yo fuera del pub. Mis ojos se quedaron en la rubia que me miraba con intensidad en la fotografía.

—Estábamos yéndonos de un lugar no entiendo…

Su agarre en mi cuello se hizo más fuerte impidiéndome respirar, me estrelló contra la pared dejando caer un par de cosas de un mueble. El dolor se extendió en mi cabeza y mis ojos se sintieron cansados. Mi cuerpo se debilitó y al mismo tiempo intenté que mis pensamientos no fueran revelados, que él no viera el diario, que no mirara a Sienna y que no descubriera todo lo que siento por ella.

—¡No aprendiste nada! ¡Eres una desgracia!

Volvió a estrellar mi cabeza contra la pared, el dolor se hizo agudo y mi mente se sintió acalambrada.

—¡Vas a decirme donde carajo tienes el diario!

Mi mente adormilada se puso en alerta, protegiéndose. Ayúdame, madre.

—Arneb. —Madre suplicó a lo lejos.

—¡Tu cierra la boca! ¡Espero no estés ayudándolo o te juro que esta vez no me detendré!

Mi mente se aclaró mientras el dolor se intensificaba. Quería luchar contra él, gritarle que lo odiaba y que se podía ir a la mierda. Pero otra parte de mi quería disculparse, obedecerlo y hacer que se sintiera orgulloso. ¿Siempre he estado así de roto?

—Padre —murmuré.

—¿Dónde está? —masculló acercando su rostro con rabia.

Abrí los ojos topándome con la figura de mi madre de píe cerca de la proyección, justo al lado de Sienna. Mis ojos subieron hasta Enzo, el cual estaba mirando en dirección a la cámara con ojos inquietos. Hice una promesa, haría lo que fuera por las personas que me han mantenido de píe.




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