Se siente extraño enumerar tu vida en capítulos, pero si voy a contarles parte de ella, sin duda el primero de todos los capítulos debe ser este.
La primera vez que escuché hablar de Jesús, creo que estaba en segundo grado. Una familia compuesta por un padre, una madre y sus tres hijos, dos de ellos varones y una hembra, llegó a la casa de mi abuela, donde yo vivía, repartiendo unos tratados llamados "El Centinela". Recuerdo que me dieron uno que tenía las dos torres gemelas en la portada. Como un niño entusiasmado, corrí detrás de ellos cuando se fueron y les pregunté dónde era su iglesia, que yo quería ir. Ellos me dijeron el lugar exacto, el cual era muy lejos para mí en ese tiempo. Por alguna razón, no recuerdo nada más de ese día.
Después de esos sucesos, lo más cerca que estuve de la iglesia fue un día en que un primo mío nos invitó a mi tía y a mí a ir a la iglesia. Como niño otra vez y lleno de dudas, le pregunté:
—¿Puedo ir con una camiseta que diga "Diablo"?
Él me dijo que lo importante era ir, que la ropa no importaba. Al final, nunca fui a la iglesia, pero misteriosamente, desde mi niñez, sin darme cuenta, Dios me estaba llamando.
Cuando estaba por terminar segundo grado, mis padres compraron una casa muy lejos de donde vivíamos. Exactamente el 28 de abril del 2008 nos mudamos a esa casa, la cual me encantó, pues tenía árboles frutales. Recuerdo que fui debajo de un árbol de mango piña y me encontré con dos bien grandes, los cuales creo que no dudé en comer.
En ese curso, mis padres no cambiaron de escuela. A raíz de esto, tenía que levantarme todas las mañanas bien temprano y caminar casi un kilómetro para poder llegar a tiempo a la escuela. Mi mamá fue la primera que me enseñó el camino por donde debía ir para llegar más rápido. Entonces, todos los días andaba por el mismo camino de ida y vuelta.
Un día, cuando ya tenía un poco más de experiencia caminando, decidí andar por otro camino. Ese día me llamó la atención un televisor encendido con un videojuego de Rayo McQueen; me quedé mirándolo. Entonces pasó por delante del televisor otro niño, el cual creo que le dijo al que estaba jugando que yo estaba afuera mirando, porque en ese momento los dos me miraron. Me dio un poco de pena que me vieran, así que decidí irme; en ese tiempo era demasiado tímido. Al otro día pasé por la casa, pero estaba cerrada; miré hacia adelante y vi a los niños que se dirigían hacia la escuela.
Los días pasaron y el curso acabó. Comenzó el otro curso y me cambiaron a una escuela más cerca. Recuerdo que el primer día de clases me peleé con un niño a pedradas; al día siguiente nos hicimos amigos y me invitó a su casa, cosas de niños.
Cuando me invitó a su casa, resulta ser que era la misma casa donde un día vi a dos niños jugando. Él era uno de esos niños y el otro era su hermano. Jugamos el mismo juego que me quedé mirando. En un momento antes de irme, me dijo:
—Cuando Jesús venga, nos llevará con Él al cielo...
No entendía nada de lo que me había dicho; nadie me había hablado de Jesús; era solo un niño.
Los niños, cuando no entienden algo, se lo preguntan a sus padres; yo hice lo mismo. Fui con mi mamá y le dije lo que el niño me había dicho; entonces mi mamá me respondió:
—No le hagas caso a esa gente que está loca...
—"¿Cómo iban a estar locos?" —me pregunté.
No recuerdo más nada de ese día ni de los siguientes, pero algo sí recuerdo: desde ese día que conocí a ese niño, se convirtió en un nuevo amigo para mí.
Me invitó a la iglesia varias veces, pero mi papá no me dejaba salir de noche solo. Hasta que un día me dejó ir y luego fue a buscarme porque era muy tarde.
No recuerdo la fecha exacta, pero me invitó a una escuela bíblica de vacaciones a la cual sí podía ir, pues era de día. Luego comencé a asistir a todos los cultos de la iglesia menos a los de los sábados en la mañana. Comencé a conocer de Jesús mediante los libros que me iban regalando.
Mi amistad con el niño del videojuego iba creciendo hasta convertirnos en los mejores amigos...
Desde niño, Dios me iba llamando poco a poco. Tardé mucho tiempo para darme cuenta de que, desde que nacemos, ya Dios tiene trazado un propósito para nuestra vida.
Un ejemplo claro de esto lo podemos encontrar en la Biblia:
Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo: "Antes que te formase en el vientre, te conocí; y antes que nacieses, te santifiqué; te di por profeta a las naciones." Y yo dije: "¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño." Y me dijo Jehová: "No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe, irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte", dice Jehová.
(Jeremías 1:4-8)
Dios no solo nos da un propósito de vida, sino que también promete estar con nosotros para ayudar a cumplir ese propósito. Sé que Dios ha estado conmigo todo este tiempo y a lo largo de mi vida lo he visto obrando.