Andando con Jesús (completa)

Capítulo 12: Un gran propósito

Una vida sin propósito es una vida sin sentido. Una vida sin Dios es una vida vacía...

El virus ya se había disipado, y con el tiempo las mascarillas fueron olvidadas. Recuerdo que, después de mucho tiempo, la iglesia volvió a abrir.

En el primer culto después de tanto tiempo, la iglesia se vestía de gala. Todos estaban ansiosos por volver a la casa de Dios. A pesar de la distancia que se debía mantener, todos llegaron para, juntos, una vez más, adorar a Dios. Ese día sentí una gran alegría.

Cuando todo volvió a normalizarse y regresé a la universidad, cometí varios errores. El cristiano que mis compañeros conocieron en el primer año había desaparecido; ahora era alguien totalmente diferente. Recuerdo que uno de mis compañeros decía, cada vez que hacía algo que un cristiano no debería hacer:

—Este es de los cristianos que me caen bien a mí...

En mi interior le respondía:

—Si supieras que los cristianos que te caen bien a ti no son verdaderos cristianos...

En mi interior sabía que estaba haciendo las cosas mal. Mi vida era una falsedad: era alguien en la iglesia y otra persona en la universidad. Así transcurrió el segundo año. A pesar de lo mal que estaba siendo, Dios siguió mostrando su poder en mi vida, y pude pasar el segundo año sin arrastrar ninguna asignatura.

Llegué al tercer año, y casi nunca iba a la iglesia porque me quedaba muy lejos. Nos habían cambiado de beca y, en la nueva, estábamos a unos seis kilómetros de la iglesia.

Una mañana de viernes desperté con ganas de ir a la iglesia, de buscar a Dios, algo que no sentía hacía mucho tiempo. Pero caminar tantos kilómetros solo, de noche, era un peligro, así que debía reunir a más de una persona.

Cuando regresé al mediodía de la facultad, pasé por casa de una hermana de la iglesia, quien me dijo que también iría al culto pero necesitaba compañía. Luego, invité a un compañero de aula, quien también aceptó ir. Al final, fuimos más de tres personas esa noche al culto de jóvenes.

Llegamos primero; aún ni siquiera habían abierto la iglesia. El culto fue de bendición, y allí, sin darme cuenta, Dios comenzaba a mostrarme uno de sus propósitos conmigo.

Todo empezó con una dinámica en la que se narró la historia de Moisés cuando se llenó de ira y golpeó la roca (Números 20:1-13).

Los jóvenes debían ponerse en el lugar de Moisés y decir qué hubieran hecho. Todos le daban la razón a Moisés, y la mayoría decía que el pueblo de Israel era muy desobediente.

Con la mano temblorosa y con inseguridad, levanté la mano. Entonces me dieron el micrófono, y dije:

—A veces olvidamos que somos iguales al pueblo de Israel. Dios hace grandes milagros en nuestra vida y, aun así, lo traicionamos...

Continué hablando, pero no recuerdo qué dije más adelante. Algunos se quedaron asombrados con mi respuesta, pues anteriormente no había hablado mucho en esa iglesia.

Cuando nos fuimos, pasamos por delante de mi universidad, donde daba clases durante el día pero no tenía beca. Allí se quedaron algunos jóvenes de primer año, a quienes acababa de conocer.

Cuando todos se despedían, yo, en una esquina, alejado de todos, reflexionaba en mi mente. Entre ellos, una joven notó mi distancia y me dijo:

—Diste una gran reflexión...

Poco a poco fui conociendo a la joven. Nos hicimos grandes amigos, y en ella me vi a mí mismo, la persona que era antes de convertirme en un cristiano tibio.

Entonces me di cuenta de que, si otros jóvenes vencían con Jesús, yo también podía hacerlo. Dios me fue restaurando cada día hasta el punto de volver a ser el cristiano que antes era. Pero no me quedé simplemente ahí; con ayuda de Dios, me superé, crecí para su gloria y honra.

Es asombroso cómo, a pesar de alejarnos, Dios nos llama. Desde la segunda cuarentena estaba en un mal camino. Me había convertido en un cristiano de dos caras, algo que no me gustaba, pero no podía cambiar por mí mismo. Sin embargo, Dios no se rindió conmigo, y, a pesar de todas las cosas malas que hacía en la universidad, a pesar de no reflejarlo, Él seguía esperando por mí.

Del mismo modo, Dios hoy está esperando por ti. Basta ya de vivir una vida doble. Basta ya de ser tibio. Es hora de buscar a Dios. Si sientes el deseo de orar, hazlo. No esperes más, hazlo. Si sientes el deseo de ir a la iglesia, hazlo. Ve a Cristo, pues te espera con sus brazos abiertos...



#3802 en Otros

En el texto hay: cristiano, #espiritual

Editado: 16.04.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.