**Capítulo 15: En común.**
El calor del sol nos castigaba a medida que avanzábamos, pero no podíamos detenernos por mucho tiempo. Kira, Zafiro y yo habíamos caminado durante horas, siguiendo las vagas instrucciones que teníamos para llegar al lago. Los descansos eran breves, solo lo suficiente para recuperar el aliento, beber algo de agua y comer una barrita energética o un poco de fruta antes de volver a ponernos en marcha.
Era alrededor de las 4 p.m. cuando finalmente vimos el lago. Bueno, en realidad, apenas podíamos verlo. Las hierbas altas y espesas lo cubrían casi por completo, pero el brillo del agua nos daba la certeza de que estábamos en el lugar correcto. Según el marcador del teléfono de Kira, habíamos caminado un poco más de tres kilómetros. Mis piernas dolían, y por las quejas de las chicas, las suyas también.
—Dios mío, me voy a desmayar. —se quejó Kira, dejándose caer sobre una roca cercana y bebiendo un sorbo largo de agua.
—Necesito unas vacaciones. —añadió Zafiro, frotándose las pantorrillas.
Yo no dije nada, pero sentía lo mismo. Me senté junto a ellas, tomando un trozo de pan y algo de fruta mientras observaba el lago, o lo poco que podía ver de él.
Después de descansar unos minutos, volvimos a ponernos de pie, aunque a regañadientes. Empezamos a buscar la famosa puertecita que se supone debía estar aquí, la que había visto en mi visión. Pero por más que mirábamos y apartábamos la hierba con los pies, no encontrábamos nada.
—¿Y ahora qué? —preguntó Zafiro, visiblemente frustrada—. ¿Estamos seguras que es aquí?
La miré, recordando esa aterradora visión. No podía estar cien por ciento segura de nada.
—No lo sé —admití finalmente—. En mi visión, no me fijé si había un lago o no. Solo seguí a un hombre con una bata blanca, un científico. Pero, sinceramente, no me fijé en ningún detalle del paisaje.
Las chicas se miraron entre sí, preocupadas. No había nada más desconcertante que estar en un lugar extraño, siguiendo una pista aún más extraña, y no tener idea de qué hacer a continuación.
Miré a mi alrededor, comparando lo que mis ojos veían ahora con lo que recordaba de la visión. Todo era diferente. Era como si en mi visión todo hubiera ocurrido mucho tiempo atrás, cuando el lugar no estaba tan abandonado y las hierbas no eran tan altas. Ahora, todo estaba cubierto de maleza que nos llegaba casi hasta las rodillas.
—En mi visión, la hierba no estaba tan alta —dije, volviendo al presente—. Así que tal vez la puertecita está oculta bajo toda esta maleza. Creo que deberíamos buscar con los pies, pisotear el suelo hasta que sintamos algo… algo que suene a metal… creo.
Las chicas asintieron, sin muchas más opciones, y empezamos a pisotear el suelo en busca de algo que se sintiera diferente. Al principio, no sentíamos nada más que tierra, piedras y raíces. Pero después de un rato, Kira dio un pisotón que resonó con un sonido metálico.
—¡Aquí está! —exclamó.
Las tres nos apresuramos a apartar las hierbas y encontramos una pequeña puertecita de metal, oxidada y vieja, apenas visible bajo la maleza. Nos arrodillamos y tratamos de abrirla, pero la válvula estaba atascada. Por más que la girábamos, no se movía ni un centímetro.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Zafiro, jadeando—. No traemos nada para abrir esto.
—No podemos rendirnos ahora —dije, aunque sentía el mismo desánimo que ellas—. Hemos llegado muy lejos.
Seguimos intentando abrir la válvula durante varios minutos más, sin éxito. El cansancio y la frustración comenzaban a apoderarse de nosotras. Entonces, de repente, un crujido de ramas nos hizo saltar. Las tres soltamos un pequeño grito de susto y nos giramos hacia el sonido. Entre los árboles, emergieron Leonardo, Isabella y Anthon, con sonrisas algo divertidas en sus rostros.
—¿Necesitan ayuda? —preguntó Anthon, con una sonrisa ligeramente burlona, mirando nuestras expresiones incrédulas.
Nos quedamos paralizadas, sin poder creer lo que veíamos.
—¿Qué hacen aquí? —pregunté finalmente, tratando de recuperar la compostura.
Leonardo me miró y me dedicó una pequeña sonrisa antes de responder, acercándose junto a los demás:
—Les seguimos.
—¿Nos siguieron? —repitió Kira, incrédula.
—Los escuchamos hablando en la biblioteca sobre venir a un laboratorio secreto. —intervino Isabella, sonriendo amablemente, una actitud que no se correspondía en absoluto con la chica que conocía.
Kira me miró a mí y a Zafiro, exasperada.
—¿Ven? Les dije que habláramos más bajito.
Isabella soltó una risa suave y continuó:
—No vinimos por joder —Aclara Isabella—. No lo sabíamos hasta ayer, pero tenemos en común algo que no nos deja dormir bien.
—¿Algo en común? —pregunté, confundida.
—Esperen —Kira alzó su mano, interrumpiendo—. ¿En qué vinieron y por qué no los vimos? ¿Por qué traen esos trozos de hierros en sus manos? ¿Y por qué Isabella parece haber sido abducida por los extraterrestres? No me miren así, Isabella no es sinónimo de amabilidad.
—Tienes razón ——. Me comporté como una perra mala con ustedes, y es por eso que me disculpo. Principalmente contigo, Andrea.
—¿Qué decían sobre eso de que tenemos algo en común?
—El dibujo en tu cuaderno —dijo Leonardo, mirándome—. Todos estamos buscando respuestas sobre ese símbolo, Andrea.
Paso saliva.
—¿Por qué?
—Mientras tú lo dibujas, a nosotros se nos hace familiar y aparece en nuestros sueños un tanto… extraños. —Respondió Leonardo.
—¿Kira? —Miré a mi amiga, queriendo corroborar las palabras de Leonardo. Ella negó y volví a mirar al chico— Ella es la excepción.
—Yo también soy la excepción, ¿por qué me incluyen a mí? —Zafiro frunció el ceño— Yo nunca he visto ese símbolo.
—¿No les pasa que quieren recordar algo cuando eran niños? —intervino Anthon, nos miramos entre todos y sorprendentemente todos estuvimos de acuerdo; incluyendo a mis dos amigas—. Al parecer, hay algo que no podemos recordar de nuestra niñez. Todos nosotros, parecemos tener una especie de bloqueo mental.
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Editado: 16.11.2024