**Capítulo 16: Recuerdos oscuros**
El lunes por la mañana se me hacía eterno. Mi cabeza retumbaba con un dolor que no me había dejado dormir en toda la noche, y la melodía que Kira había estado tarareando el viernes se repetía como un disco rayado en mi mente, persistente, inquietante. El fin de semana había sido una nebulosa de insomnio y pensamientos agitados. Ahora, sentada en la clase de química, apenas podía concentrarme en lo que la profesora estaba explicando. Trataba de seguir sus palabras, pero mi mente estaba en otro lugar.
Miré a mi alrededor. La mesa que compartía con Zafiro, Kira, Leonardo, Anthon e Isabella estaba vacía. Ninguno de ellos había llegado, y eso me tenía preocupada. No sabía si el motivo de sus ausencias era simplemente llegar tarde o si algo más estaba pasando. El recuerdo de lo que habíamos visto el viernes en el laboratorio secreto se mantenía fresco en mi memoria, haciéndome sentir una mezcla de nervios y angustia.
Intenté volver a enfocarme en la explicación de la profesora sobre las reacciones químicas, pero mis pensamientos me traicionaban una y otra vez, llevándome de regreso a ese lugar. El laboratorio.
**Flashback del viernes...**
Habíamos descendido por la pequeña puerta en el suelo, uno tras otro. Ahora nos encontrábamos frente a la pesada puerta metálica de mi visión, estaba oxidada y deteriorada, como si hubiera permanecido cerrada durante años.
—Yo me encargo. —dijo Leonardo, antes de golpear con el mismo hierro que traía, la puerta y luego la empujó, Anthon le ayudó y la puerta se abrió.
Me pregunto, ¿en qué momento trajo el hierro? Creí que lo dejó arriba.
Entramos y vimos que todo estaba hecho de metal, pero el lugar se veía viejo, maltratado. Las paredes, el techo y el suelo parecían abandonados, con manchas de óxido por todas partes. No había ventanas y las lámparas colgaban del techo como los collarines que usan los perros después de una operación, inservibles, sumidas en la oscuridad.
—¿Por dónde ahora? —preguntó Kira, iluminando el pasillo con la linterna de su teléfono.
Zafiro, a su lado, me miró con la misma pregunta en los ojos.
—Este lugar... —murmuró Isabella, rompiendo el silencio—. Me resulta escalofriantemente familiar.
Todos la miramos. Isabella rara vez hablaba sobre cosas personales, pero su tono... había algo en su voz que me hizo dudar de si lo que decía era una broma o algo más profundo. Antes de que pudiera decir algo, Kira insistió:
—Andrea, tú tuviste la visión. ¿Qué hacemos?
—El lugar parece llevar años abandonado —respondí, tratando de ignorar la tensión que sentía en el ambiente—. No creo que la iluminación funcione. Será mejor que sigamos usando las linternas.
Todos estuvieron de acuerdo, y fue entonces cuando avancé, liderando el grupo. Recordaba claramente lo que debía hacer: doblar a la izquierda en la primera separación, justo frente a unas oficinas blindadas cuyas puertas metálicas estaban clausuradas. El lugar entero parecía una prisión.
Al doblar a la izquierda, vi la puerta que había aparecido en mi visión. Estaba en el suelo, adentro de la sala de experimentos, destrozada, como si algo la hubiera arrancado de cuajo. Nos detuvimos en seco, mirando el metal retorcido.
—¿Qué demonios pasó aquí? —murmuró Anthon, rompiendo el silencio.
Nadie supo qué responder. Con cautela, di un paso adelante, y los demás me siguieron de cerca. Entramos en la sala de experimentos. El lugar estaba en ruinas, tal como lo había visto en mi visión, pero peor. Las mesas donde deberían haber estado los instrumentos científicos estaban volcadas, rotas. Los estantes, que en algún momento habrían contenido libros y materiales de investigación, estaban vacíos, llenos de polvo y telarañas. El suelo estaba cubierto de manchas oscuras, secas, que preferí no inspeccionar de cerca. Y el tanque.
El tanque.
En el centro de la sala, el tanque de cristal que había visto estaba destruido. El vidrio roto se esparcía por el suelo, y la tapa colgaba peligrosamente del techo, sostenida por una cadena oxidada. Dentro del tanque, solo quedaba suciedad y trozos de vidrio, pero las manchas en los fragmentos que quedaban del cristal roto... eran oscuras. Parecían sangre.
—¿Qué es esto? —preguntó Isabella, su voz apenas un susurro, mientras miraba el tanque con el rostro pálido.
—Es la sala de experimentos —respondí, aunque sentí un nudo en el estómago. Algo en ese lugar me resultaba insoportablemente familiar. Los escalofríos recorrían mi cuerpo, y por un momento, casi pude escuchar en mi cabeza los gritos de niños, pidiendo ayuda. Era como si la visión se estuviera repitiendo, pero esta vez estaba despierta.
—¿Qué estamos buscando exactamente? —preguntó Leonardo, rompiendo el silencio.
—Cualquier cosa que pueda sernos útil —dije, volviendo a enfocarme—. Lo que sea que encontremos, nos lo llevamos. Pero tenemos que darnos prisa. No podemos quedarnos aquí hasta tarde.
**Fin del flashback.**
El ruido de la puerta del salón al abrirse me devolvió al presente. La profesora había notado también las ausencias y, al ver que finalmente llegaban, comentó:
—Parece que se pusieron de acuerdo en estudiar hasta tarde para el examen. Me gustan los alumnos aplicados —dijo, mirando a Kira, Zafiro, Leonardo, Isabella y Anthon mientras entraban, con cara de agotados y ojeras profundas, como si hubieran pasado la noche en vela... así como yo—. Y puntuales —añadió con una sonrisa irónica.
Todos en el salón se volvieron a mirarlos, incluida yo, observando cómo se acercaban a nuestra mesa.
—¿Había examen hoy? —preguntó Anthon, rascándose la cabeza con una sonrisa incómoda mientras tomaba asiento.
La profesora arqueó una ceja y respondió:
—Lo tenía planeado para mañana, pero ya que usted ha estudiado tanto, podemos adelantarlo.
Una oleada de murmullos recorrió el aula, y todos los estudiantes miraron a Anthon con malas caras.
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Editado: 16.11.2024