**Capítulo 25: Fechas y código de acceso.**
No pude evitar contarle todo a Leonardo. Necesitaba que alguien más supiera la realidad que se cernía sobre mí, aunque ni siquiera yo lograba comprenderla del todo. Las horas avanzaban, y en menos de doce, se acabaría el plazo que me dio el asesino de Jackson. En ese tiempo no había logrado descubrir quién era ese sujeto, quién me acechaba con amenazas. Había intentado olvidarlo durante el fin de semana, convenciéndome a mí misma de que quizás todo era una broma de mal gusto de Emery… aunque en el fondo, algo dentro de mí me decía que estaba equivocada. Pero ayer, el domingo, todo volvió a recordármelo: el funeral de Jackson y la noticia de que Emery había desaparecido.
Quise creer que la broma había llegado demasiado lejos, pero ya no podía convencerme. Me preocupaba de verdad. Intenté llamarla, pero su teléfono estaba apagado. Ni siquiera sus padres contestaban. Era como si se hubiera esfumado, y el miedo se apoderaba de mí cada vez más. ¿Podría haber sido ese mismo sujeto quien la tenía? ¿El mismo que acabó con Jackson?
Luego estaba esa supuesta nota… ¿Cuál primera nota? No tenía idea. Y me aterraba imaginar que, tal vez, mis padres sabían algo. ¿Acaso la habrían recibido ellos y, en su afán de protegerme, decidieron ocultármelo? No podía pensar eso, aunque mi intuición no dejaba de martillar en mi cabeza, advirtiéndome que quizás lo que me ocultaban también tenía que ver con ese asesino y su nota.
Pero todo aquello quedó en el olvido, al menos por un momento. Desde la salida con Leonardo el domingo, él había llenado mis pensamientos, haciendo que mis temores se disolvieran por unas horas. Nuestra salida a tomar helado fue como un respiro, y anoche, en la soledad de mi habitación, me sorprendí sonriendo al recordar sus palabras y su sonrisa. Sin embargo, esta mañana todo cambió cuando decidimos, de último momento, fingir otra excursión para nuestros padres. Todos íbamos a ese laboratorio, y el propósito era claro.
Y ahora, cuando mi teléfono vibró con ese mensaje, todo mi miedo regresó de golpe. Solo me quedaban horas. ¿Qué se suponía que hiciera? Ni siquiera podía recurrir a la policía… ¿quién me creería? “Es solo un papel”, me dirían, “una broma más de algún idiota.” Pero no era así de sencillo. ¿Cómo explicaría que ese asesino tenía mi número? ¿Cómo podría siquiera justificar por qué estaba bajo amenaza?
Por un momento, me pregunté si Emery tendría algo que ver en todo esto. Quizás ella misma le había dado mi número a ese tipo. Pero entonces… ¿por qué desaparecería? Nadie de su familia respondía al teléfono, ni siquiera ella. Eso me hacía dudar, me hacía replantear todo.
Agradecí en silencio mientras Leonardo me ayudaba a levantarme de la roca, su mano cálida y firme sosteniéndome mientras me ponía de pie. Todo lo que acababa de contarle estaba flotando en mi mente como una nube pesada, pero al menos sentía que, al compartirlo, se hacía más llevadero. A veces solo escuchar su “todo va a estar bien” me ayudaba más de lo que podría admitir, aunque me estuviera engañando a mí misma.
—Será mejor que nos apresuremos —me dijo, soltándome suavemente. Asentí, sin necesidad de decir nada más, y comenzamos a avanzar por el bosque en silencio. Seguimos el rastro dejado por Kira, Zafiro, Anthon, Isabella y Elián; las ramas rotas y el pasto pisoteado eran las señales de que íbamos por buen camino.
El silencio se volvió nuestro acompañante. No necesitábamos hablar; ambos estábamos enfocados en lo que venía a continuación, y yo aún trataba de procesar lo que acababa de confesarle.
Emery podría morir hoy.
Suspiré ligeramente. Lo único que rompía el silencio era el crujido de las hojas bajo nuestros pasos, y el ruido distante de algún ave que se ocultaba entre los árboles.
Finalmente, la entrada del laboratorio apareció a la vista. Allí, apoyado en el machete como si fuera un bastón, estaba Anthon. Las altas hierbas que cubrían la entrada ya no eran un obstáculo gracias a él. Las había despejado, y ahora, la estructura metálica oxidada quedaba claramente visible en el suelo.
¿De dónde sacó el machete?
Al vernos llegar, Zafiro fue la primera en levantar la voz:
—¡Al fin! Ya íbamos a tener que buscarlos.
Leonardo y yo nos miramos con una sonrisa, contagiados por la urgencia exagerada de Zafiro. No era como si hubiéramos tardado tanto, pero su impaciencia siempre conseguía arrancarnos una risa.
Isabella, que miraba alrededor impaciente, dirigió su mirada a todos y nos preguntó:
—¿Y bien? ¿Quién va a ser primero?
Nos miramos entre nosotros, una mezcla de curiosidad y ansiedad en nuestros rostros. Isabella resopló.
—Ay, por favor, si ya hemos estado aquí —dijo, rodando los ojos y encendiendo la linterna de su celular.
Sin dudarlo más, ella dio el primer paso, adentrándose con decisión en el oscuro pasillo, mientras los demás la seguimos entre risas y susurros. La luz de nuestras linternas iluminaba las paredes y el suelo, revelando un ambiente aún más desolador y oxidado que la vez anterior. Pasamos la gran puerta metálica y avanzamos en silencio, conscientes de que cada rincón podría esconder algo que nos ayudaría a entender.
En lugar de girar a la izquierda, como lo habíamos hecho antes, continuamos recto, pasando varias intersecciones hasta llegar a la séptima. Al llegar a esta, doblamos a la derecha y continuamos caminando hasta detenernos frente a una puerta diferente.
A diferencia de las otras puertas clausuradas, esta parecía estar en mejor estado. Era de metal, con una capa de pintura apenas desgastada y en la que un símbolo estaba claramente visible: un arcoíris invertido con dos nubes en las puntas, formando una sonrisa simple y extrañamente inocente. Justo debajo del símbolo, un rótulo rezaba: Habitación Infantil.
Es la habitación.
Nos quedamos en silencio, todos mirando esa puerta. Ese símbolo… algo en mí se agitó al verlo. Era infantil, alegre, pero en este contexto, su presencia resultaba inquietante.
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Editado: 16.11.2024