**Capítulo 29: Callar y besar**
El frío del cementerio se colaba por mi cazadora de cuero oscuro. Todo a mi alrededor estaba impregnado de un aire pesado, como si el mundo mismo estuviera de luto. La hierba húmeda bajo mis botas parecía crujir en silencio, y el viento helado me hacía estremecer. Estábamos ahí, juntos, pero la sensación de soledad me envolvía por completo. Leonardo, Anthon y Zafiro permanecían cerca, ofreciéndome apoyo con su mera presencia, aunque ninguno decía una palabra.
A metros de nosotros, Esmeralda y Connor Avalon lloraban inconsolables, sosteniéndose uno al otro mientras el ataúd de su hija descendía lentamente. La abuela de Emery, con un pañuelo empapado, apenas podía mantenerse en pie, y uno de los hermanos de Connor, la sostenía por el brazo. Más atrás, los primos, otros familiares y amistades que reconocí de mi viejo instituto, observaban en silencio, muchos con lágrimas corriendo por sus rostros.
Mis lágrimas también caían, silenciosas, mientras intentaba mantenerme en pie. Emery y yo habíamos tenido nuestras diferencias, incluso una ruptura que parecía irreparable, pero eso no borraba los momentos felices que compartimos. El peso de su pérdida me golpeaba como una ola implacable. Cerré los ojos un momento, tratando de calmar el torbellino en mi mente.
No había hablado con los Avalon desde que llegamos. No por falta de ganas, sino porque parecía que este no era el momento. Todos estaban sumidos en su dolor, en sus propios pensamientos. Me sentía fuera de lugar, como si mi presencia no fuera bienvenida. Pero, aun así, sabía que debía estar aquí. Necesitaba despedirme de Emery, incluso si nunca podría borrar los fantasmas de lo que pasó entre nosotras.
El cura recitaba sus oraciones, y todos repetían las palabras en un murmullo unificado. Era como un eco que se expandía por el cementerio. Sin embargo, un zumbido suave me devolvió al presente: la vibración de mi teléfono en el bolsillo de mi cazadora. Instintivamente, lo saqué, asegurándome de no llamar la atención. Me percaté de que Leonardo, Anthon y Zafiro también revisaban sus dispositivos.
En la pantalla apareció un mensaje del grupo que compartíamos con los demás. Elián había enviado algo.
Elián: Andrea, ya tengo la traducción de la letra de la canción y conseguí reproducirla en inglés con el mismo ritmo y melodía de la original. Es como oír la original en inglés.
Un escalofrío recorrió mi columna al leer el mensaje. Había que hacer un esfuerzo y oír la canción en nuestro idioma, porque sentía que algo escondía la letra. Un nuevo mensaje llega, pero esta vez es de Kira.
Kira: Esa canción está re turbia, no la vuelvo a tararear ni dormida.
Respiré hondo y escribí una respuesta rápida, tratando de mantener mi atención dividida entre la ceremonia y la conversación en el grupo.
Andrea: Cuando termine aquí y hable con Cristina y Fabricio, nos reunimos todos en tu casa. Ahí vemos todos lo de la canción re turbia.
Bloqueé el teléfono y lo guardé en mi bolsillo, viendo de reojo como mis amigos hacían lo mismo. Intenté volver a concentrarme en la ceremonia, en las palabras del cura, en el dolor colectivo que se sentía en el aire. Pero mi mente seguía regresando al mensaje de Elián, a esa canción y al inexplicable escalofrío que ahora recorría mi piel.
El ataúd ya había sido bajado, y los presentes comenzaron a acercarse a la familia de Emery, dejando flores o simplemente abrazándolos. Sabía que debía darles el pésame, pero mis pies parecían pegados al suelo. El peso de mi relación rota con Emery me impedía moverme.
—Tú puedes —me susurró Zafiro, dedicándome una diminuta sonrisa alentadora. Anthon y Leonardo la apoyaron, con un asentimiento.
Asentí lentamente, aunque todavía me sentía fuera de lugar. Me obligué a dar un paso hacia adelante. Era mi turno de darle el pésame a los Avalon, despedirme de Emery y enfrentarme al dolor y culpa que su partida me había dejado.
El silencio alrededor de nosotros parecía aún más pesado mientras caminaba hacia Esmeralda y Connor Avalon. Sentía los ojos de mis amigos en mi espalda, pero ellos no se movieron, quedándose en su lugar para darme espacio. Cada paso que daba hacia los padres de Emery era como cargar con un peso que aumentaba con cada segundo. Mis manos temblaban ligeramente, y las lágrimas seguían corriendo por mi rostro, pero no podía detenerme. Debía hacerlo.
Cuando Esmeralda me vio, su rostro se transformó. El dolor en sus ojos parecía duplicarse, y las lágrimas que ya corrían por sus mejillas se intensificaron. Connor estaba a su lado, con la mirada fija en el suelo, pero al notar mi acercamiento, levantó los ojos hacia mí. Ambos me miraban, y yo sentía que mis piernas podían fallar en cualquier momento.
Entonces, Esmeralda dio un par de pasos hacia adelante y, sin dudarlo, abrió sus brazos. Su gesto fue suficiente para romper lo poco que quedaba de mi autocontrol, y corrí hacia ella, dejando que me envolviera en su abrazo. Sus brazos eran cálidos, pero estaban impregnados de una tristeza tan profunda que casi podía sentirla como un peso físico.
Los Avalon y los Smith éramos vecinos antes de Manhattan. Ellos vivían al lado de nosotros y mi habitación quedaba justo frente a la de Emery, por lo que siempre nos la pasábamos en la ventana charlando. Esmeralda fue como una segunda madre para mí en el tiempo en que viví allá, una mujer muy dulce y cariñosa, incluso se nos unía a Emery y a mí para jugar o hacer pijamadas... como si fuera otra adolescente más. Pero todo eso se acabó unos meses antes de mudarme a Manhattan, nunca imaginaría que aquellos bonitos momentos acabarían y que ya nada sería como antes.
—Perdóname, Andrea… —susurró Esmeralda entre sollozos, mientras me apretaba contra su pecho—. Perdóname por lo que Emery te hizo. Por todo el daño que te causó mi hija.
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Editado: 05.12.2024