A.N.D.R.E.A

Capítulo 30 (Parte 1)

**Capítulo 30 (Parte 1): Descifrando.**

Llegamos a la casa de Elián jadeando, con las respiraciones entrecortadas tras la carrera. Apenas cruzamos la entrada, las miradas de todos se posaron sobre nosotros. Isabella, Kira, Zafiro, Elián y Anthon estaban sentados en la sala alrededor de la mesita, observándonos con evidente curiosidad.

—¿Por qué tardaron tanto? —preguntó Elián, alzando una ceja mientras nos hacía un gesto para que nos sentáramos.

Leonardo y yo compartimos una mirada rápida antes de dejar la mochila en el suelo recostada a la pared, y avanzar hacia ellos con los expedientes, que encontramos Leonardo y yo en la oficina abandonada, en la mano. Mi mente repasaba rápidamente una excusa que no sonara demasiado forzada.

—Estábamos comiendo algo en mi casa antes de venir —respondí con aparente naturalidad mientras me dejaba caer en un asiento al lado de Leonardo y coloqué sobre la mesita, los expedientes.

—¿Hablaste con ellos? —me preguntó Zafiro directamente, refiriéndose a Cristina y Fabricio. El tono de su voz era más de preocupación que de curiosidad.

Suspiré profundamente, dejando que mi frustración se desbordara.

—Los muy cobardes salieron y no regresan hasta tarde en la noche. —Mi voz salió más dura de lo que pretendía, pero no me importó. Estaba harta de la constante evasión de esos dos— Pero de hoy no pasa. Los esperaré despierta, y esta vez no podrán esquivarme.

El sonido de un trozo de fruta siendo masticado rompió el silencio que empezaba a reinar. Era Kira, quien revolvía con un tenedor un tazón de frutas en su regazo.

—¿Quieren? —nos ofreció, alzando el tazón hacia Leonardo y hacia mí.

Negué con la cabeza y sonreí débilmente.

—Estoy llena, pero gracias.

Leonardo también rechazó con un simple:

—Yo también.

De repente, nuestras miradas se encontraron de nuevo. Había algo en sus ojos que me hacía sentir expuesta, como si pudiera leer cada pensamiento que cruzaba mi mente. Mis mejillas comenzaron a arder al recordar lo que pasó en mi habitación entre nosotros antes de venir. Desvié la vista rápidamente, sin embargo, no pude evitar notar cómo Leonardo también apartaba la mirada, sus propias mejillas enrojecidas. Fue un momento breve, pero significativo, uno que terminó abruptamente cuando Isabella habló.

—¿Qué se traen ustedes dos? ¿Ya son novios? —preguntó con su característico tono pícaro para estos asuntos, sus ojos brillando de diversión mientras me señalaba a mí y a Leonardo.

Las risas de los demás no tardaron en acompañarla, y mi rostro ardió de inmediato. Intenté evitar la mirada de Leonardo, pero él no me dejó escapar tan fácilmente al tomarme de la mano.

—Todavía no, pero muy pronto lo seremos. —Su voz era clara y segura, como si estuviera diciendo una verdad innegable. Su mano buscó la mía sobre la mesa, y antes de que pudiera reaccionar, me la tomó con suavidad. Sus dedos cálidos rozaron mi piel, y entonces, bajo la mirada de todos, se inclinó y depositó un beso sobre mi dorso.

El tiempo pareció detenerse. Podía escuchar el latido acelerado de mi corazón mientras el calor subía por mi cuello hasta inundar mis mejillas. Las risas a nuestro alrededor se intensificaron, pero no eran burlonas, sino alegres, llenas de genuina felicidad. Miré a Leonardo, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero su sonrisa confiada me dejó sin habla.

No podía negar que algo en mí se iluminó. Después de todo lo que había pasado, después de la traición de Jackson y Emery, las pérdidas, las mentiras, el dolor y la culpa que me consumía cada día, este momento se sentía como un pequeño rayo de luz. Quizás, solo quizás, merecía otra oportunidad para ser feliz.

—A propósito… —La voz de Elián interrumpió el momento.

Me volví hacia él agradecida por el cambio de tema, aunque parte de mí no quería que Leonardo soltara mi mano. Leo seguía sosteniéndola, como si no tuviera intención de dejarla ir.

—Ya están los resultados del ADN. Ya se lo hemos dicho a los demás, faltaban ustedes dos. —Elián miró de reojo a Isabella antes de enfocarse en nosotros, su sonrisa era cálida y tranquila.

Mis cejas se alzaron.

—¿Entonces son hermanos? —pregunté, mi voz saliendo con una mezcla de sorpresa y emoción.

Elián e Isabella asintieron al unísono, y las sonrisas en sus rostros confirmaron lo que ya sospechábamos. Sentí una oleada de alegría por ellos. Sabía cuánto significaba esto para Elián e Isabella, lo importante que era tener un familiar de sangre después de todo lo que habían vivido.

—Muchas felicidades, estoy feliz por ustedes. —Mis palabras fueron sinceras, aunque había un nudo en mi pecho al recordar lo reciente que había sido el funeral de Emery, a la que quería cómo hermana. La culpa seguía siendo un peso constante, una sombra que no podía evitar. Pero en este momento, quería centrarme en ellos, en su felicidad.

—Felicidades, chicos. —Leonardo habló con una calidez en su voz que me hizo mirarlo de reojo y sonreír.

—Gracias. —Isabella y Elián respondieron al unísono, sus sonrisas reflejando el alivio y la alegría que sentían.

El silencio repentino en la habitación era denso, casi opresivo, pero no incómodo. Era un tipo de silencio que hablaba por sí mismo, lleno de significado, de pensamientos compartidos sin necesidad de palabras. Miré a Elián e Isabella, y el brillo en sus ojos me conmovió. La felicidad que sentían por haberse encontrado al fin como hermanos era palpable, y no podía evitar alegrarme por ellos, a pesar de todo lo que pesaba en mi mente.

Tomé aire, sabiendo que lo que estaba a punto de decir rompería ese momento de calma.

—Elián, la canción. —Mis palabras hicieron que todos levantaran la vista hacia mí, como si el simple hecho de mencionarla invocara su peso.

Anthon soltó un gruñido, llevándose una mano al oído como si recordara el dolor de la última vez que la escuchamos.

—¿Estás segura? Mira cómo casi nos sangran de verdad los oídos al oírla. —Su mueca de horror arrancó una pequeña sonrisa en mí, aunque no llegó a mis ojos.




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