**Capítulo 30 (Parte 2): Descifrando.**
El silencio se alargó en la sala de Elián. Después de la pregunta de Kira, nadie se atrevió a hablar por un rato largo, y todos nos limitamos a observar la hoja con la letra de la canción como si fuera una pieza de un rompecabezas imposible de resolver. Mis ojos viajaban de una línea a otra, intentando encontrar algo que pudiera ser la clave para entender lo que estábamos enfrentando. Sabía que no estábamos exagerando al pensar que había un mensaje oculto; cada palabra de esa canción resonaba con una extraña familiaridad que hacía que mi pecho se apretara.
Finalmente, Elián rompió el silencio:
—Son cuatro estrofas, pero no vamos a dividirnos. Si todos analizamos juntos cada línea, alguno podría notar algo que los demás no. —dijo mientras miraba la hoja— Porque aunque la letra refleja lo que esos niños (o nosotros) pudieron haber vivido, puede haber algo más escondido. ¿Está claro?
Todos asentimos sin decir nada. Era obvio que estábamos de acuerdo. Elián tomó la hoja y la colocó sobre la mesita, inclinándose hacia adelante. Los demás lo imitamos, formando una especie de semicírculo alrededor de la misma.
—A ver —comenzó Elián, señalando la primera estrofa con el dedo—, la primera estrofa está escrita en primera persona. Por lo que escuchamos, parece una niña hablando y otros niños le hacen coro. —Me miró para confirmar, y asentí con un nudo en la garganta al recordar esa voz dulce y aterradora a la vez— Y aunque suene feliz, habla de llanto y un miedo... un miedo irracional.
Mi mente volvió a la voz que había escuchado antes en los auriculares. Era una voz dulce, inocente, que se esforzaba por sonar alegre, pero que traía consigo una tristeza difícil de ignorar.
Zafiro, que estaba sentada a mi derecha, frunció el ceño mientras repasaba la línea con el dedo.
—Aquí dice algo sobre "cinco esquinas" y "desesperación" —señaló.
Esas palabras encendieron una chispa en mi memoria. Antes de que pudiera decir nada, Kira se inclinó hacia adelante, con los ojos abiertos de par en par.
—¡Las camisas de fuerza, las jeringas y las sillitas de las zonas de castigo! ¿Se acuerdan? ¡Todo encaja!
Claro que recordábamos. La “habitación infantil”, si es que se le podía llamar así, era una mezcla grotesca entre una sala de juegos y un manicomio. Aquella sala tenía cinco sillitas rotas dispuestas de forma estratégica: una en cada esquina y una última en el centro, recostada contra la pared. En la pared, encima de cada silla, en letras medianas y rojas, en un letrero, estaba escrito "Zona de castigo".
Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Esa sala era solo una de las cosas horribles que habían quedado grabadas en nuestra memoria. Y la otra puerta que estaba dentro de la misma habitación infantil, la que estaba clausurada y conseguimos abrir. Lo que encontramos detrás era algo que nadie podía olvidar. Un baúl abierto con muchas de camisas de fuerza regadas dentro y fuera de este, jeringas usadas y frascos vacíos desparramados por el suelo. Todo estaba cubierto de polvo, pero era evidente que alguna vez había sido usado.
Anthon cruzó los brazos y habló con voz grave.
—Esas "cinco esquinas" se refieren a los momentos en los que estaban "castigados" los cinco niños sentados en cada sillita, alejados el uno del otro. Y la desesperación... bueno, creo que no hace falta explicarlo.
—¿Y si la desesperación que menciona la canción no es solo nuestra, sino también de... otros niños? —dijo Isabella, mordiéndose el labio inferior mientras miraba fijamente la hoja.
Me tensé. Otros niños. La idea de que más personas, aparte de nosotros, podrían haber pasado por lo mismo que nosotros era tan plausible como aterradora.
—Kira tiene razón —dije, mi voz apenas un susurro. Miré a todos con una mezcla de horror y certeza mientras las palabras se formaban en mi mente—. Eran cinco sillas. Más de cinco camisas de fuerza, todas pequeñas, como si hubieran sido hechas específicamente para niños. Y las jeringas... —mi voz tembló ligeramente, pero me obligué a continuar—. Podrían representar la desesperación, el miedo de estar amarrados, castigados, sin poder moverse... sin poder evitar que las agujas de las jeringas se hundieran en su piel.
Sentí un escalofrío recorrerme, como si acabara de revivir algo que no debería recordar. Mis ojos se abrieron como platos al procesar la imagen que mis propias palabras habían evocado, y el aire a mi alrededor se sentía más pesado.
—Tiene sentido —respondió Anthon, con una seriedad que contrastaba con su usual calma.
—"Éramos siete, incluyéndome a mí, y ahora solo quedamos cinco: tres niñas y dos niños." —Los ojos de Isabella se posaron en mí y luego en la hoja, como si buscara alguna reacción—. Las siete fotos pequeñitas que encontramos... en el tablón detrás de la puerta de la habitación infantil. ¿Recuerdan?
Por supuesto que lo recordaba. Ese tablón, colgado sobre una encimera de metal oxidada, estaba lleno de fotos diminutas de nosotros. Era imposible olvidarlo. Había algo en nuestros rostros que parecía gritar por ayuda. Cada vez que trataba de imaginar qué había pasado con ellos —con nosotros, si Isabella tenía razón—, sentía una punzada en el pecho.
—Quizás se refiere a que pudo secuestrar a cinco de siete —murmuró Leonardo, su mirada fija en Elián, como si intentara encontrar alguna respuesta en él—. No sé si fue por la edad que tenía Elián en ese momento o...
—Si la otra niña de la foto soy yo, ¿qué pasó conmigo? —preguntó Zafiro, interrumpiendo a Leonardo, con el ceño fruncido y los ojos llenos de incertidumbre.
Sus palabras cayeron como un martillo sobre nosotros. Si realmente éramos los niños de las fotos, entonces quedaban muchas preguntas sin respuesta. ¿Qué había pasado con los dos que no fueron secuestrados? ¿Por qué habían sido "elegidos"?
Elián no apartó la mirada de Zafiro cuando añadió:
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Editado: 05.12.2024