**Capítulo 30 (Parte 3): Descifrando.**
—Me siento como en un operativo del FBI, desentrañando un caso de un asesino en serie. —Kira intentó aligerar un poco la tensión, aunque su comentario no logró sacarnos del todo de la pesadilla.
—Y lo haremos. —Zafiro respondió con determinación, sus ojos brillando con rabia contenida—. Hay que encontrar a ese bastardo que mató a tu amiga, Andrea, antes de que cumpla su palabra de matarnos a todos.
Sentí un escalofrío recorrerme, pero asentí.
—Y, además, descubrir qué es lo que quiere, para qué lo quiere y por qué es tan importante para él. —Mi voz salió más firme de lo que esperaba, a pesar del nudo en mi garganta.
Leonardo me miró con intensidad.
—Si es que no es una "ella". —Sus palabras hicieron que todos se giraran hacia él—. Dijiste que la voz de esa persona estaba distorsionada, como los secuestradores que usan aplicaciones para modificar su voz en llamadas de rescate.
No pude evitar pensar en ello. Podría ser una mujer. Podría ser esa mujer de mis recuerdos borrosos, aquella que decía que todo era por mi bien.
—¿Y si ese asesino es uno de los científicos? —preguntó Isabella. Su tono era bajo, pero sus palabras calaron profundamente.
Tiene algo de sentido. Una mujer de bata blanca en mi pesadilla en la sala de experimentos conmigo dentro de un tanque. Un distorsionador de voz para las llamadas del asesino. Tanto afán en querer algo ese asesino. ¿Y si está buscando algo que tenga que ver con el laboratorio? Por ejemplo, los resultados de un análisis de sangre, un examen de ADN de paternidad... ¿Tal vez la cura contra el cáncer?
—¿Qué es esto? Están vacíos. —Kira alzó los expedientes vacíos que dejé sobre la mesita al llegar. Su ceño fruncido dejó claro que no entendía para qué los traje si están vacíos.
—Los encontramos en aquella oficina del laboratorio, atravesando el túnel desde la habitación infantil. —respondió Leonardo.
—Y aunque parezcan vacíos, tienen algo dentro. —Dije, extendiendo mis manos para coger los expedientes de las suyas. Los levanté y los puse contra la luz, mostrando a todos lo que había descubierto antes—. Miren. Son de cartulina laminada, como aquel expediente que encontramos en la sala de experimentos y que dentro estaban el croquis y las siete fotos pequeñitas. Este hay que hacerle igual, para ver lo que contiene, debes usar la plancha de ropa.
Todos asintieron, mirándolo. El ambiente en la sala se aligeró un poco cuando Elián, con una sonrisa apenada, confesó:
—Aquí no tengo plancha.
—¿Cómo que no? —Kira, mirándolo con incredulidad, no tardó en responder.
—Se quemó los cables hace unos días y no he buscado a quién me la arregle, aunque tampoco me ha hecho falta. —dijo Elián con una despreocupación tan natural que logró arrancarnos una sonrisa.
—Por eso siempre estás estrujado como uva pasa. —Zafiro señaló la camisa de Elián, arrugada pero todavía presentable.
No pude evitar reírme y los demás se unieron, incluso Elián.
—Al final, planchada la ropa, se vuelve a estrujar. Además, no se nota tanto. —Elián se encogió de hombros con una expresión que casi parecía un argumento válido.
—Tranquilos, yo traje la de mi casa. —Dije, señalando la mochila que había dejado apoyada contra la pared.
Todas las miradas se dirigieron a mí al mismo tiempo, como si acabara de anunciar algo completamente absurdo. Me alcé de hombros.
—Como dice Isabella, siempre hay que estar preparados.
Isabella me regaló una sonrisa, levantando el pulgar en señal de acuerdo.
—Y además, no iba a correr el riesgo de dejarlos a la vista de Cristina y Fabricio teniendo la oportunidad de ver lo que hay dentro aquí, de una vez y por todas. —añadí mientras señalaba los expedientes.
Asintieron con un gesto de reconocimiento. No hizo falta más explicación; todos sabíamos lo delicado que era lo que estábamos investigando. Y no quería involucrar a Cristina y a Fabricio hasta asegurarme de que me digan toda la verdad sin omitir nada y demostrarme que puedo confiar en ellos.
—Bueno, ¿pasamos a la última estrofa? —pregunté, intentando centrar de nuevo la conversación.
Leonardo tomó la hoja y señaló una parte específica.
—Entonces sí nos bloquearon la mente. —Su voz sonaba firme, pero había un matiz de inquietud—. La pregunta es, ¿por qué?
Isabella, con una expresión más sombría, añadió:
—Se nota la urgencia de querer salvarnos por nuestra cuenta. —Miró una línea en la estrofa, como si buscara respuestas en las palabras—. Por lo que me contó mi madre, un hombre y una mujer nos rescataron y se encargaron de llevarnos a nuestros hogares. Lástima que no dieron contigo, Elián, me hubiera gustado crecer con mi hermano.
Las palabras de Isabella me tocaron más de lo que esperaba. Su sonrisa triste al mirar a Elián fue un recordatorio de las vidas separadas que habíamos llevado, de todo lo que no sabíamos de nuestros propios pasados.
—Hubiéramos ido con la abuela. —Elián le respondió con una sonrisa igualmente triste. La conexión entre ambos era palpable, una mezcla de tristeza y consuelo por haberse encontrado ahora, aunque demasiado tarde para recuperar lo perdido.
—Tal vez, ese hombre y esa mujer que nos sacaron de ahí a escondidas, quisieron asegurarse de que no recordáramos nada I.S.A.C. y nos inyectaron algo que nos impide recordar. —añadió Isabella, como sugerencia de lo que pudo haber pasado.
—También está la otra opción para eso del bloqueo mental —dice Anthon—. Aunque la canción dice que ellos les harán un bloqueo mental.
—¿Cuál otra opción?
—La mente de una persona toma la decisión de bloquear recuerdos muy dolorosos y traumáticos que vivió para el bien de la misma.
—¿Y si la mujer que se encargó junto al hombre de llevar a los niños secuestrados a sus respectivos hogares, es la misma mujer de la que se menciona en la canción y la de la pesadilla de Andrea?
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Editado: 05.12.2024