Ángel Caído

CAPITULO II

CAPITULO II

PARA QUE HAYA TRAICIÓN, PRIMERO DEBE HABER CONFIANZA.

Mi humor no era precisamente bueno, tenía una resaca terrible, no había  dormido casi nada, y tener que ir a una escuela por un asuntos de trabajo, a lidiar con un deudor que no quería pagar la mercancía que debía desde hace semanas, reprimí las ganas de desquitar todo mi mal humor con él, ya que estábamos en una escuela y lo ultimo que quería era ir a la cárcel.

Después de salir de allí fui a la parte baja de la ciudad, estacione mi moto y me dirigí a una de las tantas pequeñas casas deterioradas, toqué  la puerta y solo se escuchaba el bullicio de personas alrededor. toqué de nuevo , pero nadie abría, así que molesta tiré la puerta de una patada.

Mire el lugar, había un viejo sillón que en algún tiempo fue blanco —ahora café — y latas de cerveza por doquier. Seguía inspeccionando el lugar para después escuchar un sonido estruendoso y mi hombro comenzó a arder. Volteé y vi al sujeto detrás de mí  sosteniendo una pistola, corrí hasta una mesa y la tire de lado para refugiarme en ella, tome mi pistola y le dispare en la pierna, el hombre soltó su arma para tocar la zona herida, y aproveché  para dispararle en la otra pierna, este cayó al suelo quejándose de dolor, yo me acerqué  hacia él y le dije:

— Dulces sueños — y disparé.

Busqué  por todos lados hasta encontrar la maleta con la mercancía que había robado este idiota y Salí de allí.

Ya tenía lo que quería así que me largué  de ese horrible lugar, le tenía que entregar el dinero y mercancía a él estúpido de McAllen, mi jefe.

Subí a mi moto y arranqué hasta la casa de McAllen.

Toqué la puerta varias veces y se abrió una pequeña ventana.

—identifícate — dijo un hombre de voz gruesa.

Abigail — dije sería, cerró la pequeña ventanilla, espere unos segundos impaciente hasta que abrió la dichosa puerta, pase como si fuera mi casa. Caminé por un largo y oscuro pasillo, la pintura estaba deteriorada y había un poco de moho y humedad en ellas.

Caminé por el pasillo hasta llegar a una puerta de madera y toque, escuche un "pase"y entré.

Era John McAllen, un bastardo que vendería a su familia por droga si es necesario, un hombre de estatura promedia, gordo, barba desarreglada y no más de 60 años,

Que gusto mi pequeña Abigail, ¿has traído lo que te pedí?— dijo mientras sonreía, dejando ver sus dientes amarillos.

—Aquí esta — dejé la mercancía y el dinero en su escritorio.

—Muy bien querida, tu si eres de confianzadijo mientras revisaba el contenido guardándolo en su escritorio y agarró algo.

— Ten — me extendió un fajo de dinero — es todo, ya te puedes retirar.

Tomé el dinero, asentí con la cabeza y Salí de allí.

DAMAS Y CABALLEROS, BIENVENIDOS AL INFIERNO


 


 




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