Angélica, misión amor

Misión aceptada

“¿Estás segura de que quieres volver?”. Estas palabras retumbaron en la mente de Angélica, que seguía incrédula ante el hecho de que su vida había terminado a tan poca edad.

«¡No puedo creer lo que estoy escuchando! ¡Imposible! Mi madre… y yo… No la odiaba tanto como para que nuestra relación no funcione. Además, mis amigas, ellas siempre estaban para cuando las necesitaba. No puedo creer que ahora se hayan olvidado de mí», pensó Angélica con amargura.

Gabriel notó que la niña lucía bastante contrariada, así que suavizó su expresión y volvió a hablar.

—Entiendo que tus acciones fueron causadas por el estilo de vida que llevabas. Tus padres resolvían todo por ti y tú no tenías que preocuparte por el mañana. Sin embargo, tu actitud caprichosa y malos tratos hacia quienes te rodeaban solo carcomieron la bondad que quedaba en tu alma. Tuviste muchas oportunidades para enmendarte, pero siempre terminabas dañando a gente inocente. Ahora que estás aquí, tienes una última oportunidad de salvar tu alma, o de lo contrario, vagarás por el limbo eternamente.

Esta explicación no convenció del todo a la joven, que exclamó desesperada.

—¿No puedo volver a mi vida de antes e intentar enmendar lo que hice? 

—No.

A pesar de esta respuesta contundente, Angélica insistió.

—¿Por qué? Si vuelvo y soy buena, podré evitar el limbo.

—Lo siento, no me compete a mí el devolverte la vida. Mi misión contigo es que te encargues de cuidar el alma de otra persona que se encuentra en la cuerda floja y evitar que él termine como tú.

Derrotada, Angélica miró con lágrimas en los ojos a Gabriel y preguntó con la voz entrecortada.

—Entonces, ¿esta es la única forma?

—Sí, no tienes elección.

—¿Realmente nadie se acuerda de mí?

—Solo las personas que te mencioné son quienes continuaron sus vidas tras tu partida.

Aun sin creer en lo que escuchaba, la joven volvió a insistir.

—Solo mis amigas y mi novio… no, ahora exnovio, pasaron página. Pero… y, ¿mi madre? ¿Mi papá? ¿Mis abuelos? ¡Ellos no serían capaces de olvidarme!

Gabriel comprendía la ansiedad que Angélica estaba sufriendo, así que intentó tranquilizarla con una respuesta vaga.

—Es obvio que tu familia no te olvidará, pero tu destino ya estaba decidido desde antes y no hay marcha atrás. Si no quieres vagar eternamente en el Limbo, lo mejor será que aceptes la oferta que ofrezco.

Frustrada, Angélica dio media vuelta para dirigirse hacia una esquina de la desordenada habitación y gritar con todas sus fuerzas. En ese punto, ya no le importaba si alguien la escuchaba, solo quería desahogar la impotencia que sentía por no poder regresar a su antigua vida.

Gabriel dejó que ella se manifestara de esa forma, seguro de que ella aceptaría. Cuando finalmente Angélica se tranquilizó, volvió y preguntó con resignación.

—Bien, acepto. ¿A quién se supone que debo cuidar?

A lo cual, el ángel Gabriel esbozó una sonrisa de satisfacción y respondió:

—¡Excelente! Justo en ese momento va a entrar.

Tras decir esto, la puerta de la habitación se abrió intempestivamente e inmediatamente ingresó un joven de complexión atlética que exclamaba irritado:

—¡Déjame en paz, mamá! ¡Estoy harto de escucharte! —después azotó la puerta tras de sí, mientras arrojaba la mochila en el piso y comenzaba a desvestirse—. ¡Carajo! ¿Por qué no me cree cuando le digo que no fui yo? ¡Jamás me escucha! Odio que siempre me dé un sermón antes de que yo pueda demostrar mi inocencia.

Angélica se sonrojó al ver que el muchacho se quitaba la camisa, dejando al descubierto su tonificada figura. 

—¡Dios! ¡No puedo ver eso! —dijo al tiempo que se cubría los ojos.

Contrariado, Gabriel señaló.

—¿Por qué te espantas? ¿Acaso no ya conoces el cuerpo masculino? Te recuerdo que tú…

—¡Basta! —lo interrumpió, avergonzada de que el ángel revelara su secreto—. No necesito que me recuerdes eso.

Gabriel movió la cabeza en un gesto de desaprobación y luego añadió.

—Bien, da igual. Tu misión será que cuides el alma de Javier…

—¿Javier? —repitió interrogativamente.

Al mismo tiempo, el susodicho ya se encontraba en calzoncillos y dirigiéndose a la cama.

—¡Arg! Odio a todos, me encantaría dormir y jamás despertar —recalcó furioso, al tiempo que se arrojaba a la cama.

En tanto, Gabriel respondió la duda de Angélica.

—Así se llama el joven que acaba de desear su muerte.

—¿Cómo? ¿Él quiere morir? —cuestionó ella confundida.

—Si repites constantemente que quieres dormir para siempre y jamás despertar, inconscientemente reduces tu tiempo de vida en la Tierra —respondió el ángel seriamente.

Tal afirmación consternó a Angélica, ya que le recordó las múltiples ocasiones que ella dijo esa frase después de una discusión con su madre o padre. 

—Entonces, ¿eso fue lo que me pasó? Por eso estoy aquí —concluyó.

—En parte —destacó Gabriel—. Pero basta de charla, tu tiempo para cumplir esta misión es limitado.

—¿Qué? ¿Cómo que limitado?

—A Javier le queda poco tiempo en la tierra, por lo que tu misión será actuar como su consciencia para evitar que él siga por el mismo camino que tú.

—¿Y cómo haré eso? Te recuerdo que soy un espíritu —cuestionó Angélica.

—No te preocupes, permitiré que Javier te vea y escuche.

Angélica, aun sin convencerse, replicó.

—Dudo mucho que él me escuche, se ve que es alguien pesado y niños como él no son mi tipo.

Ignorando la objeción de su interlocutora, Gabriel metió su mano al bolsillo y luego soltó el contenido de su puño sobre la cabeza de Angélica. Esta comenzó a toser de inmediato.

—Deja de dudar y haz lo que te digo.

—¡Cof! ¡Oye! ¡Cof! ¿Qué es esto que me pusiste?

—Tranquila, te acabo de otorgar tres poderes, que te serán útiles para enfrentar a los demonios que buscan robarse el alma de Javier —respondió Gabriel rápidamente.




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