Angélica, misión amor

“Soy tu guardián”

—¿Quién eres tú?

Gritó Javier asustado al ver frente a él una cara desconocida. Angélica volteó a mirarlo con una expresión desdeñosa y, cruzando los brazos, respondió.

—Soy tu guardián.

Confundido, Javier volvió a cuestionar:

—¿Qué mierda dices? ¡Eres una mentirosa! ¿Cómo entraste aquí? ¿Acaso eres una acosadora?

El rostro de Angélica se descompuso ante la sarta de cuestionamientos. No aguantó más y replicó con fastidio.

—¡No soy una acosadora! ¡Tampoco deseo estar aquí!

Javier se levantó rápidamente para mantener la distancia con “su acosadora” al tiempo que decía con nerviosismo.

—¡No te creo! De seguro eres una de esas niñas de la escuela que están obsesionadas conmigo…

—¿Qué dices? —interrumpió Angélica irritada—. No te creas tan importante solo por tus… ¿abdominales? —esto último le costó trabajo señalarlo, ya que se sentía avergonzada de tener frente a ella el cuerpo semidesnudo de un chico.

Esto también avergonzó a Javier, que inmediatamente tomó la primera prenda que encontró en el piso y vestirse rápidamente. Sin darse cuenta, se puso era una blusa de su hermana, la cual tenía una leyenda en el pecho que rezaba con letras grandes: I’m a gossip girl.

Cuando Angélica leyó esto, no pudo aguantar las ganas de reír por la coincidencia tan graciosa. Este gesto irritó a Javier, que señaló:

—¿De qué te ríes?

—De nada, chica chismosa —respondió Angélica, intentando controlarse.

—¿Eh? —dijo Javier, contrariado, que al ver a su interlocutora mirar hacia su cuerpo, bajó la mirada y finalmente cayó en la cuenta de que tenía puesta la ropa de su hermana—. ¡Arg! ¡Mierda! ¿Cómo llegó esto aquí?

Avergonzado, comenzó a quitarse la playera, acción que incomodó a Angélica, que inmediatamente exclamó.

—¡Oye! ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué te desnudas frente a mí?

—¡Estoy en mi derecho de hacerlo! Tú eres la que invadió mi espacio —respondió Javier, olvidándose del pudor y quitándose la camiseta en el acto, para después buscar entre las prendas que había en el piso, las cuales olía para comprobar que alguna estuviera limpia y así poder ponerse algo encima.

Ante este punto, Angélica solo pudo mencionar.

—Bueno… no es que yo esté aquí por gusto…

—Y, ¿entonces? ¿Por qué no te largas? —señaló Javier con malestar, al tiempo que se vestía con la primera prenda que encontró limpia.

Angélica puso ojos en blanco al escuchar esto, a lo cual, señaló.

—Ya te dije, soy tu ángel guardián…

—¿Otra vez con eso? —interrumpió Javier, al tiempo que se acercaba a Angélica para empujarla fuera de la habitación—. ¡Deja de mentir! Eres una acosadora y… —en ese momento Javier acercó su mano para tomar del hombro a la chica, pero se estremeció al darse cuenta de que ella era intangible. Aterrado, gritó—. ¡Ah! ¡Un fantasma!

Tras decir esto, se desmayó.

Angélica parpadeó aturdida al ver a “su protegido” caer al piso, inconsciente.

—¿Qué carajo? —exclamó consternada—. No me digas… ¿este idiota le teme a los fantasmas?

Nerviosa, se agachó para pulsar la mejilla de Javier y comprobar su estado.

—¡Oye! ¡Oye! ¡Reacciona! —como este no reaccionaba, Angélica se levantó rápidamente y comenzó a dar vueltas por la habitación—. ¡Maldita sea! ¡No puede ser que esté pasando esto! ¡Ni siquiera había empezado con mi misión y ya maté a quien debía proteger! ¡Mierda! ¡Carajo! ¡Arg! ¿Por qué me tocó cuidar a un idiota como este? ¡Qué suerte la mía! ¡Estoy perdida!

Ante esta desesperada situación, Angélica buscó para todos lados y, al encontrar un crucifijo colgado en la pared, se dirigió hacia él.

—Dios o quien quiera que seas —comenzó a suplicar con angustia—, plis, ayúdame. Tú me pusiste en esa situación y realmente no fue mi intención matarlo… ¡Arg! Ahora no sé si está muerto o no, pero… por favor… plis, haz que despierte. Yo… yo prometo hacer bien mi trabajo como guardián o ángel o lo que sea. Pero, plis, plis, haz que ese niño despierte.

Como se encontraba absorta en sus plegarias, Angélica no se percató de que Javier comenzaba a moverse. Cuando finalmente recobró la consciencia, preguntó con voz ronca.

—¿Quién se murió?

Angélica se congeló al escuchar la voz de Javier y rápidamente volteó para comprobar que “el milagro” había ocurrido.

—Estás… ¿vivo?

—¿Eh? ¿De qué hablas? —preguntó Javier aturdido, pero luego recordó lo ocurrido momento atrás y exclamó—. ¡Tú! ¡Aléjate de mí! 

La joven no se movió de su lugar y luego objetó.

—¿Qué te pasa? No he hecho nada.

—¡Tú! ¡Eres un fantasma! ¡Aléjate! ¡Cruz! ¡Cruz! —gritó Javier, mientras hacía con sus manos la forma de una cruz.

Al ver lo que “su protegido” hacía, Angélica alzó la ceja de desconcierto y replicó.

—No soy un fantasma, soy tu ángel guardián.

—¿Ángel? ¡Mentira! Tú no pareces un ángel, ni siquiera tienes alas o aureola —señaló desesperado.

Angélica volvió a poner ojos en blanco y preguntó con malestar.

—¿Necesito tener esas cosas para que creas que soy un ángel?

—Pues sí, así salen los ángeles en las películas —afirmó Javier, nerviosamente.

—¿Y quién definió eso? —cuestionó, fastidiada.

Ante esto, Javier intentó justificar.

—Bue… bueno… ¿No es así como deben lucir los ángeles? Así que no creo que seas un ángel, más bien, con esa ropa pareces un alma atormentada.

Cuando el chico señaló esto, Angélica parpadeó confundida y bajó la mirada para revisar su vestuario. Entonces se dio cuenta de que llevaba puesta el uniforme escolar, el cual tenía algunas rasgaduras y manchas rojizas. De inmediato, buscó con la mirada un espejo y cuando lo encontró, corrió para observar su reflejo. Para su asombro, su rostro lucía intacto, pero antes de poder comprender qué estaba sucediendo, el sonido de un claxon retumbó en su mente.




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