Angélica, misión amor

Atrapado

Javier sintió que el alma se le salía al escuchar la voz de Andrés. Asustado, giró hacia su amigo para hacerle un gesto de que se esfumara de ahí. 

—¡Idiota! ¡Aléjate! ¡Aléjate! —murmuró desesperado.

Este no entendió nada y se acercó entusiasmado para saludar.

—¡Buenos días, señora! Javier, yo…

Al no poder impedir lo inevitable, Javier se abalanzó sobre él para impedir que hablara de más.

—¡Andrés! ¡Claro que te voy a prestar mi tarea! ¡Vamos a entrar ahora!

Esto sorprendió un poco a la mujer, quien entornó los ojos y preguntó con severidad.

—Hijo, ¿no me dijiste hace rato que Andrés no iba a venir a la escuela?

Andrés miró confundido a Javier e intentó preguntar.

—¿Eh? Cuándo… 

—¿Dije eso? ¡No puede ser! —exclamó Javier, silenciando a su atolondrado amigo.

En tanto, Jenny, que en un principio no tenía idea de lo que estaba pasando, al leer las expresiones de su hermano y su madre, comprendió un poco la situación. 

«Parece que este idiota está en problemas. Aunque me agrada verlo sufrir, creo que me conviene ayudarlo en esta ocasión», pensó y, antes de que Javier hablara de nuevo, ella exclamó con efusividad.

—¡Mamá! ¿Recuerdas que hoy tienes que llevarme al spa? 

Al escuchar esto, la mujer volteó a verla aturdida.

—¿Eh? Sí, no se me ha olvidado.

—¡Excelente! —aplaudió la niña, mientras le lanzaba miradas a su hermano para que él se marchara—. Ya estoy ansiosa por recibir ese tratamiento facial…

Aprovechando la distracción, Javier dio media vuelta para alejarse rápidamente del automóvil de su madre, arrastrando con él a su fastidioso amigo. «Mi hermana es detestable, pero a veces resulta un poco útil. ¡Carajo! Estoy seguro de que me cobrará muy cara esta ayuda», pensó.

En tanto, Mercy notó que su hijo se escapaba, pero decidió no detenerlo y dejar las cosas como estaban.

Mientras se acercaban a la escuela, Andrés se zafó como pudo del agarre de su amigo y dijo aturdido.

—¡Oye! ¿Qué te sucede? 

—¡Cállate!

—Pero, ¡dime! ¿Por qué me agarraste así?

—¡Arg! ¿Quieres que te dé mi tarea? ¡Cállate y sígueme! —refunfuñó Javier, mientras seguía arrastrando a su amigo al inmueble.

Al mismo tiempo, Angélica se encontraba en el mismo pasillo donde se encontró la primera vez después de despertar.

—¡Qué, carajo! ¿Cómo es que volví aquí?

Mientras intentaba comprender la situación, una voz familiar la llamó.

—¿Tan pronto te rendiste? 

La joven rápidamente volteó y se defendió.

—¡No! Es solo que el tipo a quien me encargaste es un idiota y me hizo desear escapar.

—Ah, ¿sí? —comenzó Gabriel a recalcar—. Bueno, entonces te recuerdo que si no cumples con tu misión, quedarás atrapada en el limbo…

—Quedarás atrapada en el limbo —repitió Angélica con fastidio, mientras cruzaba los brazos.

—¡Jovencita! ¡Más respeto a tus mayores! —regañó el ángel.

—¡Ya sé lo que tengo que hacer! ¡Detesto que me lo repitas como si fuera una niña! ¡Ni que fueras mi padre! —se quejó.

Gabriel gruñó ante la actitud malcriada de Angélica, que volvió a señalar.

—Te recuerdo que estás aquí por tus propias acciones, así que si quieres salvar tu alma, cumple con tus obligaciones.

Angélica resopló de fastidio ante la reprimenda y volvió a decir.

—Ya lo sé, ahora regreso, aunque… —en ese momento se dio cuenta de que no sabía cómo volver al mundo de los vivos, así que no le quedó de otra que solicitar tímidamente—. No sé cómo hacer.

El ángel suspiró de malestar al escuchar esto y luego movió su mano para abrir un portal. Angélica parpadeó de asombro al ver que el escenario era distinto.

—¿Dónde es ese lugar? ¿Ahí está Javier?

—Sí, y es preciso que vayas ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde.

Antes de que ella pudiera decir algo más, a los pocos segundos se encontró en el pasillo de una escuela, la cual estaba llena de jóvenes de su edad. Confundida, miró para todos lados en busca de Javier.

—¿Qué? ¿Aquí es donde estudia ese idiota? Aunque… ¿Dónde estará?

Luego de escanear con la mirada, finalmente lo pudo hallar, atrapado por un grupo de jóvenes que tenían pinta de maleantes.

—¡Vaya! Javier parece un corderito frente a esos sujetos, aunque —en ese momento se detuvo a observar a su alrededor y luego añadió—, es increíble que haya ese tipo de personas en este colegio tan fino, se nota que no cualquiera entra aquí.

En tanto, Javier miraba retadoramente al líder del grupo que lo amenazaba.

—¿Qué quieres, Santiago?

El otro muchacho resopló desdeñoso y respondió.

—Parece que en esta escuela le gusta mantener a criminales como tú, aunque, claro, de seguro tu madre dio una buena aportación para que puedas seguir aquí.

Tal comentario irritó bastante a Javier, pero apretó el puño para controlarse e intentar responder calmadamente.

—Bueno, en algo nos parecemos, ¿no?

Su señalamiento causó gracia entre los presentes, pero estos se contuvieron para evitar ser reprendidos por su líder. En tanto, este respondió furioso.

—¿Qué? ¡No me compares! Yo…

—Sí, tú también has sido salvado por tu padre muchas veces —interrumpió Javier—, así que también eres un criminal como yo. ¿No lo crees?

Angélica se acercó para escuchar lo que estaba ocurriendo y, como no comprendía del todo la situación, leyó rápidamente la mente del individuo que estaba hostigando a “su protegido”.

—¡Ah! Ya veo, él fue quien plantó la cartera en la mochila de Javier —dijo en voz alta.

Estaba a punto de decir lo que había visto, cuando se congeló al ver cómo Santiago se abalanzaba contra Javier, para golpearlo salvajemente.

 




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