La dulce voz era de Virginia, la chica más popular de la escuela y compañera de clase de Javier. El hecho de ser descubierto “hablando solo” avergonzó tanto al adolescente, que cerró los ojos y frunció el ceño, deseando en el fondo que la tierra se abriera y se lo tragara en ese momento.
Al escuchar los pensamientos de “su protegido”, Angélica inmediatamente lo reprendió.
—¡Oye! ¡No pienses en tonterías! Hace un momento acabo de salvarte la vida, como para que ahora desees desaparecer.
«¡Exacto! ¡Tú debes desaparecer, no yo!», señaló Javier, mentalmente, para después dirigirse a Virginia, con nerviosismo. —¿Eh? ¿Por qué estás aquí? ¿Acaso me estás siguiendo?
Tales cuestionamientos contrariaron a la joven, que inmediatamente replicó:
—¿Te crees tanto? Solo estoy pasando por aquí y te escuché —en ese momento miró a su alrededor en busca de “la otra persona” y añadió extrañada—, aunque, no veo con quién estabas hablando.
—¿Eh? ¿Seguro escuchaste bien? No estaba hablando con nadie —respondió Javier rápidamente.
—No te hagas, claramente oí que hablabas en voz alta con alguien —replicó Virginia, bastante segura.
Al mismo tiempo, Angélica escaneó con la mirada a la chica que acababa de llegar y, luego de analizar la situación, dijo burlonamente.
—Querido, tendrás que inventar algo muy bueno para engañarla. Ella parece muy lista.
—¡Cállate! —exclamó Javier con desesperación, dirigiéndose hacia Angélica, que ya se encontraba en medio de ellos.
La reacción agresiva de su compañero estremeció a Virginia, que por un momento no supo qué decir. En tanto, Javier se tapó la boca al darse cuenta de que sus pensamientos habían salido de su mente y, fulminando con la mirada a su entrometida “guardiana”, gruñó mentalmente: «¿Por qué no cierras la boca? ¡Por tu culpa, otra vez la cagué!».
—A mí ni me mires, porque yo no hice nada —se desligó ella con descaro.
En tanto, Virginia aclaró la voz y recalcó con incomodidad.
—No sé qué está pasando, pero no te permito que me hables así.
A lo cual, Javier intentó excusarse.
—¡Ay! Lo siento, es que yo… yo no quería…
—¡Uy! Estás en problemas, amigo. En tu lugar, me callaría y aceptaría mi error —aconsejó Angélica, burlonamente.
Desesperado, Javier tomó del hombro a Virginia y empezó a justificarse:
—Quizá no me creas, pero desde la mañana he tenido un extraño zumbido que no me deja mantener la concentración, así que, por favor, discúlpame, no quise decirte eso.
Virginia entrecerró los ojos, dudando de la afirmación de su compañero, para después añadir.
—¿Zumbido? ¿Ya fuiste con el doctor?
—¿Eh? ¿Doctor? ¡Ah! Sí, hoy iré, para ver si me dan algo para quitarme este odioso zumbido —respondió Javier, fulminando con la mirada a Angélica.
Ante este comentario, la chica exclamó burlonamente.
—¡Ja! Quiero ver qué te dice el doctor por tu “zumbido”. Tal vez termines en el manicomio.
Javier quiso replicar, pero se contuvo y, empujando a su compañera al salón, dijo nerviosamente.
—¡Mira! ¡Ya viene el profe Agustín! Vamos a entrar antes de que nos deje afuera.
Este abrupto movimiento confundió un poco a la joven, pero al ver que el maestro se acercaba al salón, apresuró el paso para entrar. Cuando tomaron sus lugares, Javier se derrumbó en su asiento y resopló de fastidio.
Angélica, al ver su entorno, se sentó con desdén sobre la mesa de Javier, para molestarlo. Sorprendido por su descaro, reclamó.
—¡Oye! ¿Por qué te sientas ahí?
En ese momento, Javier se dio cuenta de que nuevamente sus pensamientos se habían escapado de su mente y, rápidamente, se tapó la boca. Para su mala suerte, el profesor Agustín estaba tomando asiento en su escritorio y escuchó esto último.
—Joven Pacheco, ¿quién es usted para hablarme así?
Todos voltearon hacia Javier, intrigados por saber qué había pasado para que su compañero actuara así. En tanto, el muchacho comenzó a sudar frío, ya que cualquier respuesta que él diera no serviría para calmar los ánimos del profesor.
«¡Mierda! ¿Ahora qué voy a hacer? Si digo que no era para él, el profe Agustín me cuestionará y no podré mentir. ¡Maldita sea! ¿Por qué tuviste que sentarte en mi mesa?», reclamó mentalmente.
—¿Qué? ¿Por qué me echas la culpa? Tú fuiste quien habló de más —reviró Angélica despreocupadamente.
Estaba a punto de reñir contra Angélica, cuando el profesor Agustín volvió a increparlo.
—¿Acaso se burla de mí, joven Pacheco?
—¿Eh? ¡No, profe! —exclamó Javier, levantándose con desesperación—. Le aseguro que no era para usted.
El hombre de expresión severa frunció el ceño y reprendió de nuevo.
—¿Piensa que voy a creer en esa tontería?
—¡Es la verdad! ¡Pensé en voz alta! Es más, ni siquiera estoy seguro de por qué dije eso, por favor, discúlpeme, profe —insistió el angustiado muchacho.
Angélica, burlándose de la situación, atizó más el fuego.
—¡Uy! Mejor no le sigas, ese señor ya decidió mandarte directo a la dirección.
Justo cuando ella mencionó eso, el profesor Agustín dijo autoritariamente.
—¡Estás suspendido! ¡Salga de mi clase ahora mismo!
Ante tal sentencia, Javier se acercó para suplicar piedad.
—Pero, ¿por qué? ¡Ya me disculpé!
—¡Largo, si no quiere volver a la dirección! —gritó el fúrico hombre.
—¡Maestro! ¡Por favor! No me haga esto, me van a expulsar.
—¡Me importa un comino! ¡Ya estoy harto de sus tonterías, muchacho insolente! —replicó el inflexible sujeto.
Al ver que estaba perdido, Javier se dirigió a Angélica y suplicó mentalmente: «Por favor, si realmente estás aquí para ayudarme, vuelve en el tiempo o haz algo para no me meta en problemas con este sujeto. ¡No puedo juntar más faltas en mi expediente!».
—¡Wow! ¿Me estás pidiendo ayuda? ¿De verdad quieres que te ayude?—cuestionó Angélica, fingiendo asombro.
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Editado: 10.02.2024