Anna respiró hondo frente al espejo del vestidor. El reflejo le devolvía una imagen que conocía bien: su cabello pelirrojo recogido en un moño alto, decorado con pequeños copos de cristal que brillaban como el hielo, y su vestido de patinaje, un delicado traje blanco con detalles plateados que se ajustaba a su figura como una segunda piel. Pero, por más perfecta que pareciera, el nudo en su estómago no desaparecía.
—¿Lista? —preguntó su entrenadora, asomándose por la puerta.
Anna asintió, aunque la respuesta no era del todo sincera. Su madre no estaba allí, pero su presencia se sentía igual, como una sombra constante que no dejaba de recordarle lo que estaba en juego. "No te permitas fallar, Anna. Una Holloway no se permite errores." Había repetido esas palabras tantas veces que parecían grabadas en su mente.
Buscó su teléfono en la bolsa y revisó los mensajes. Nada. Ni de Ethan ni de Liam. Ellos habían prometido estar allí, pero era evidente que no cumplirían. Intentó no darle demasiada importancia, pero la decepción se coló en sus pensamientos. Se mordió el labio, guardando el teléfono con un movimiento brusco.
Mientras ajustaba sus patines, la puerta del vestidor se abrió de golpe, y la figura alta y elegante de su madre apareció. Su perfume caro llenó la habitación antes que su voz.
—¿Estás lista? —preguntó, cruzando los brazos. No era una pregunta, sino una exigencia.
—Sí —respondió Anna, con la mirada fija en sus patines.
—Bien. Porque no vine desde Nueva York para ver a mi hija hacer el ridículo.
La frialdad en sus palabras era un cuchillo, pero Anna se negó a mostrar que dolía. Estaba acostumbrada. Había aprendido a bloquearlo, aunque no siempre funcionaba.
—Lo haré bien, mamá —dijo, levantándose.
—Más te vale.
Sin esperar respuesta, su madre salió del vestidor, dejando a Anna con el eco de su desaprobación. Cerró los ojos, intentando calmar los nervios, pero el vacío que sentía por dentro no hacía más que crecer.
El salir a la pista, ver todas esas personas… fue tan extraño. Liam y Ethan le habían prometido a Anna asistir a esa competencia desde hacía un mes, pero los días previos a ella los chicos se habían comportado de forma inusual, como si no fueran ellos mismos últimamente. Ethan salía corriendo casi enfurecido de la clase de mitología y Liam iba detrás de él y así desaparecían todo el día, y cuando Anna preguntaba sólo decían “cosas de chicos”.
Holloway sacudió la cabeza para despejarse y entró a la pista. El frío del hielo debajo de sus patines siempre había sido un consuelo para ella, desde niña. Inició en el patinaje a la edad de seis años, fue la única petición que recordaba haberle hecho a sus padres después de pedirles que pasaran con ella su cumpleaños y su madre, Caroline, no aceptara y saliera como loca de la casa luego de eso. Jamás lo comprendió. Por otro lado, su padre, Michael la había tomado en brazos y decirle que sí podría ir a clases de patinaje mientras tuviera un buen comportamiento y fuera dedicada.
Mientras Anna se deslizaba hacia el centro de la pista su mente estaba llena de ruido, giró sobre sí para ver si al lado de sus padres estaban sus amigos. Tal fue su decepción al ver asientos vacíos, que sólo pudo mirar hacia abajo y soportar las lágrimas que amenazaban salir. Concéntrate, se repetía, no es momento de caer.
La música comenzó, suave al principio, envolviéndola como un manto,. Lo prometieron, pensó. Anna respiró hondo y dio los primeros giros, el movimiento delicado de sus manos parecía hechizar al público ya que no se escuchaba ningún sonido más que la música y los patines marcando el hielo. Poco a poco, la rutina se complicaba, los saltos y giros aumentando en dificultad y por un instante la familiaridad del movimiento logró apartar su ansiedad.
Hasta que todo salió mal.
Anna se impulsó para un salto triple, el movimiento más ambicioso de su rutina. Mientras se elevaba, el aire helado cortando su piel, algo en su concentración falló. Quizá el recuerdo de la mirada de su madre, la ausencia de sus amigos, el vacío que sentía por dentro o incluso el rechazo que su familia sentía por ella, pero al girar en el aire su eje se torció. No cayó con elegancia. El filo del patín derecho golpeó el hielo en el ángulo incorrecto, haciendo que su pierna cayera y de torciera con fuerza. El impacto la lanzó hacia un lado, y al caer, sintió el agudo y desgarrador dolor del otro patín cortándole el muslo.
El grito de Anna resonó por todo el lugar como un eco. La sangre se extendió rápidamente sobre la blanca superficie, formando un charco que contrastaba con el brillo del hielo. Los jueces se levantaron, su entrenadora y ellos fueron corriendo hacia la pista para socorrerla mientras los paramédicos que llegaban con un gran bolso de primeros auxilios. Ella intentó levantarse, pero cada movimiento incrementaba el dolor así que decidió quedarse en el frío del hielo, su mejilla roja por el mismo y sus ojos miel derramaban muchas lágrimas mientras su vista se dirigía hacia los asientos vacíos de sus amigos.
—Está bien… tranquila —dijo una voz masculina.
Anna cerró los ojos, luchando contra el mareo que comenzaba a invadirla. Mientras la levantaban en una camilla, sus ojos volvieron a posarse en aquellos asientos vacíos.