El sol apenas comenzaba a asomarse cuando Anna despertó en su cama. La emoción y el nerviosismo por cumplir 17 años la habían mantenido en vela casi toda la noche. Miró hacia la ventana; la nieve cubría el paisaje como un manto blanco, perfecto e inmaculado, pero frío, igual que la relación con sus padres, quienes habían prometido llegar ese día.
Anna se estiró y saltó de la cama, sus rizos pelirrojos cayendo desordenados sobre sus hombros. El aroma a chocolate caliente y pan recién horneado llegaba desde la cocina, probablemente obra de Nana, quien siempre hacía de sus cumpleaños un evento especial, incluso cuando nadie más lo hacía.
—¡Feliz cumpleaños, mi niña! —exclamó Nana con una sonrisa cálida mientras colocaba un plato de panqueques decorados con crema y fresas frente a Anna.
—Gracias, Nana. Siempre sabes cómo alegrarme el día —respondió Anna, sonriendo ampliamente.
La calidez de la cocina, con el fuego encendido y los rayos de sol entrando por la ventana, contrastaba con el frío que Anna sentía al recordar que sus padres, aunque venían a verla, siempre encontraban la forma de hacerla sentir invisible.
—¿Qué planeas hacer hoy? —preguntó Nana mientras lavaba unos platos.
—No mucho. Tal vez practicar un poco en la pista de hielo y luego cenar con mis padres… si es que se acuerdan —respondió Anna con un tono que mezclaba sarcasmo y resignación.
Nana frunció el ceño pero no dijo nada, dejando que Anna procesara sus emociones a su propio ritmo.Pasado el mediodía, el rugido de un motor lujoso rompió la tranquilidad. Anna observó desde la ventana mientras un auto negro se detenía frente a la casa. De él bajaron Caroline y Michael Holloway, impecablemente vestidos como si asistieran a una reunión de negocios en lugar de al cumpleaños de su hija.
—¡Anna! —exclamó su padre con una sonrisa que parecía ensayada.
—Feliz cumpleaños —dijo Caroline, ajustándose el abrigo caro mientras apenas le dedicaba una mirada a su hija.
Anna bajó las escaleras con una sonrisa forzada, abrazando a su padre primero. Su madre le dio un beso en la mejilla que se sintió más como una formalidad que un gesto afectuoso.
—Te ves más alta, cariño —comentó Michael, tratando de llenar el incómodo silencio.
—Supongo que es parte de crecer —respondió Anna, evitando los ojos de su madre, quien inspeccionaba la casa como si buscara algo fuera de lugar.
Después de un almuerzo incómodamente formal, Anna convenció a sus padres de dejarla ir a practicar a la pista de hielo. No querían acompañarla, y a Anna tampoco le importaba.
Cuando llegó a la pista, colocó sus patines y se lanzó al hielo, disfrutando de la libertad que sentía al deslizarse. El frío en sus mejillas y el sonido de las cuchillas cortando el hielo eran todo lo que necesitaba para olvidar, al menos por un rato, la distancia emocional de sus padres.
Desde las gradas, Ethan y Liam la observaban en silencio. Habían llegado temprano para sorprenderla, pero al verla tan concentrada, decidieron esperar.
—Es impresionante lo que hace —murmuró Ethan, sus ojos fijos en ella con una mezcla de admiración y algo más profundo.
—Sí, pero no le digas que lo piensas. Te molestará toda la semana —respondió Liam con una sonrisa burlona.
Anna, ajena a sus amigos, continuó practicando, su cabello pelirrojo moviéndose como una llama contra el fondo blanco del hielo. Ese momento, aunque breve, era suyo, una pausa en el caos de su vida.
De regreso en casa, Nana había preparado una cena especial para todos. Aunque sus padres insistieron en que no tenían mucho tiempo, permanecieron lo suficiente para partir el pastel.
—¿Qué has deseado? —preguntó Michael después de que Anna apagara las velas.
—Nada en particular —respondió ella, porque sabía que pedir algo como una familia unida era inútil.
Caroline revisó su reloj, dando señales de que era hora de irse. Anna los despidió con una mezcla de alivio y tristeza mientras el auto desaparecía en la oscuridad de la carretera.
La casa estaba en calma tras la partida de los padres de Anna. El ambiente, que durante la cena había estado cargado de tensión y palabras cuidadosas, ahora parecía más ligero. Nana, tras insistir en limpiar los últimos platos, dejó a Anna y a sus amigos en la sala.
Anna se dejó caer sobre el sofá, envolviéndose en una manta mientras miraba a Ethan y Liam con una sonrisa agradecida.
—Gracias por quedarse. Necesitaba esto —dijo en un tono suave, dejando que la fatiga de un largo día comenzara a mostrarse en su voz.
—Para eso estamos, Anna —respondió Liam con su característico tono ligero, aunque miró de reojo a Ethan, quien parecía más callado de lo usual.
—¿Qué película vamos a ver? —preguntó Ethan, esforzándose por sonar despreocupado mientras se sentaba en el lado opuesto del sofá, su mirada siempre volviendo a Anna.
—Algo que no sea romántico, por favor —pidió ella, acomodándose mejor en el sillón.
Liam eligió una película de acción mientras Anna se hundía más en el sofá, sus rizos pelirrojos cayendo en cascada sobre sus hombros. La luz del televisor era la única fuente de iluminación, pintando sombras danzantes en las paredes.
A medida que avanzaba la película, Anna comenzó a luchar contra el peso de sus párpados. Los días previos, llenos de nervios por su cumpleaños y la presencia de sus padres, le pasaban factura. Finalmente, sin darse cuenta, se quedó dormida, su respiración volviéndose lenta y tranquila.
Ethan, sentado a su lado, notó cómo su cabeza se inclinaba ligeramente hacia él. Por un momento, simplemente la observó. La luz azulada del televisor iluminaba su rostro, destacando cada pec freckle en su piel clara y las largas pestañas que descansaban sobre sus mejillas.
Liam, desde el otro lado del sofá, lanzó una mirada a Ethan.
—Voy a buscar algo de beber. No hagas nada raro —bromeó en voz baja antes de desaparecer hacia la cocina, dejándolos solos.