Liam Fox, aún en su forma de lobo y luego de ver a Anna caer al agua se acercó rápidamente para ver si lograba encontrarla bajo el agua.
Aunque Liam sabía que su forma lobuna no era la mejor para entrar en el agua, no pudo evitar el instinto de meterse a sacarla, así que se metió al frío lago en sus cuatro patas hasta que la encontró, inmóvil y con su cabello rojizo flotando a su alrededor. Usó sus dientes para sujetarla con cuidado y llevarla a la superficie, dónde Ethan, ya en su forma humana, seguía rompiendo el hielo para poder sacarlos a ambos.
Con el hielo aún cubriéndolo, Liam sabia que debía actuar rápidamente. Aunque no podía hablar, sus ojos reflejaban su preocupación por Anna mientras la llevaba a la seguridad de la orilla. Cuando la colocó en la nieve, Ethan la atrajo más si mismo y revisó sus signos vitales, aunque su furia y el miedo lo consumían.
Ethan intentó reanimarla aunque no pudo evitar sentir que el tiempo les estaba jugando en contra.
—¡No, Anna, por favor! —murmuró con voz quebrada, su desesperación clara en cada palabra mientras luchaba por respirar. Sus manos temblaban al sostenerla contra su pecho, sus ojos reflejando el miedo más profundo que jamás había sentido.
Al ponerla sobre la orilla, la piel de Anna era pálida, y sus labios apenas se distinguían del color blanco del hielo. Ethan no podía dejar de mirarla, en parte por el miedo a perderla, en parte por la confusión que sentía. No entendía por qué todo esto estaba sucediendo, pero sabía una cosa con certeza: no iba a dejar que le pasara nada.
—¡Anna, despierta! —dijo, su voz un susurro angustiado mientras le tocaba la cara, su mente a punto de colapsar.
Al ver que no reaccionaba, la frustración se apoderó de él. Sin pensarlo dos veces, levantó a Anna con facilidad, a pesar del hielo y la incomodidad del momento. Ya no podía esperar, necesitaba llevarla a un lugar donde pudieran ayudarla.
Corrió con ella en brazos hacia el bosque, donde su casa estaba situada, alejada del bullicio de la ciudad. Era el único lugar donde podía refugiarse sin ser interrumpido, donde podía intentar hacer lo que fuera necesario para salvarla.
El camino parecía interminable, pero Ethan se movió rápido, como si la urgencia lo impulsara, el sonido de sus pasos y el crujir de la nieve bajo sus pies el único ruido que quebraba la quietud del entorno. Finalmente, alcanzó la casa de sus padres. La casita de campo, construida con madera rústica, parecía un refugio cálido en medio del bosque invernal.
Al entrar sin hacer ruido, sus padres, al escuchar el alboroto, lo miraron con sorpresa.
—¿Qué ha pasado, hijo? —preguntó su madre, una mujer de cabellos grises y ojos sabios, al ver a Ethan con Anna en sus brazos.
—No sé qué pasó. Estaba en el lago, y… —Ethan se detuvo, incapaz de decir más, sus palabras se mezclaban con la ansiedad que sentía. —Ella está… no despierta. Ayúdame, por favor.
La madre de Ethan asintió rápidamente. —¡Dámela! —dijo, sin vacilar. —Rápido, vamos a prepararla.
Ethan estaba paralizado, observando, sin saber si hacer algo más. Solo podía esperar que los conocimientos de sus padres fueran suficientes para salvarla.
—Ethan —dijo la madre en tono calmado, pero firme—, ve a buscar agua tibia. Necesitamos hacer que su temperatura suba lentamente.
Los padres de Ethan intercambiaron una mirada y, sin decir más, tomaron el control de la situación. Su madre, con una calma impresionante, pidió a Ethan que la dejara. Con cuidado, se encargó de desnudar a Anna, envolviéndola rápidamente en mantas secas y cálidas. Mientras tanto, su padre fue a la cocina a preparar agua tibia.
Sin embargo, en medio del caos, Ethan no podía quitarse la sensación de que algo más estaba sucediendo. Su mente no dejaba de regresar al momento en el que vio a Anna caer, y la angustia lo invadía. Fue en ese momento cuando algo extraño sucedió. Un sonido bajo, casi un gruñido, emergió del fondo de la habitación. Ethan se giró y vio a Liam.
Liam, a pesar de estar en su forma de lobo, se había quedado en la casa, observando desde una esquina. Sus ojos brillaban con un dorado intenso, como el de los lobos, y su cuerpo, aún grande, emanaba una energía salvaje. No se acercó, pero no se fue. Sabía lo que estaba pasando, y aunque no lo dijo, su presencia allí era vital para Anna.
—¿Liam? —dijo Ethan, sin poder creer que él estuviera allí.
Liam asintió con la cabeza, como si entendiera la necesidad de quedarse cerca de Anna, en su forma de lobo. En el fondo, Ethan lo agradecía, aunque sentía que algo se agitaba en su interior, una mezcla de celos y frustración al ver a Liam tan cerca de Anna.
La madre de Ethan, trabajando con rapidez, ayudaba a Anna a recobrar el calor de su cuerpo. Finalmente, después de lo que parecía una eternidad, Anna comenzó a respirar de nuevo, su pecho levantándose con más fuerza y regularidad.
Ethan, aliviado, no pudo evitar acercarse a ella, observando cómo sus ojos se abrían lentamente, confusa y desorientada.
Anna levantó la mirada, buscando el rostro de Ethan. Vió su expresión tensa, pero también esa chispa de alivio en sus ojos.
—¿Qué… qué pasó? —murmuró, aún luchando por salir de su aturdimiento.
Ethan suspiró profundamente, como si le pesara haber tenido que pasar por ese momento. —Te caíste al lago. Estuviste bajo el agua… pero ya estás a salvo. Estás bien, Anna.
La joven asintió lentamente, mirando a su alrededor. Fue entonces cuando sus ojos se cruzaron con los de Liam. Ella se sorprendió al verlo allí, en su forma de lobo. Su corazón dio un brinco, no por miedo, sino por la revelación que comenzaba a asentarse en su mente. Sabía que algo más ocurría. Pero, antes de poder formular una palabra, la madre de Ethan la interrumpió.
—Tienes suerte de estar aquí, Anna. De verdad. Si no fuera por Ethan y Liam, no sabemos qué habría pasado.
Ethan no dejó de mirarla mientras su madre terminaba de revisar sus signos vitales, asegurándose de que estuviera lo suficientemente estable. Pero dentro de sí, no podía dejar de sentir la necesidad de protegerla, de cuidarla.