La luz del sol entraba tímidamente por las cortinas de la habitación de Anna, iluminando su rostro pálido mientras comenzaba a abrir los ojos. Se sentía pesada, como si una niebla espesa envolviera su mente. Parpadeó un par de veces y reconoció su habitación; el olor familiar a lavanda que Nana siempre esparcía en el aire le trajo algo de calma. Pero entonces los recuerdos de la noche anterior se precipitaron sobre ella como un torrente: el hielo, el agua helada, Liam, Ethan, y… sus formas.
Se incorporó lentamente, notando que estaba vestida con ropa seca. Su corazón latió con fuerza al imaginar quién la había ayudado, pero no tuvo mucho tiempo para pensar; un ruido proveniente del pasillo la alertó.
La puerta se abrió con suavidad, y Liam y Ethan entraron. Ethan llevaba una bandeja con una taza de té y un plato con tostadas, mientras que Liam, con las manos en los bolsillos, evitaba mirarla directamente.
—Buenos días —dijo Ethan con un intento de sonrisa, dejando la bandeja sobre la mesita de noche—. ¿Cómo te sientes?
Anna los miró con desconfianza, sin responder de inmediato. Recordó lo que había visto: los ojos dorados brillantes, los colmillos, la fuerza descomunal.
—¿Qué eran esas cosas? —preguntó finalmente, su voz temblorosa pero firme.
Liam y Ethan intercambiaron una mirada. Ethan suspiró, sentándose en una silla junto a la cama, mientras Liam optó por mantenerse de pie, apoyado contra la pared.
—Anna… hay algo que necesitas saber —empezó Ethan, sus ojos oscuros llenos de un peso que no había visto en él antes—. Lo que viste anoche… éramos nosotros.
Anna sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Qué quieres decir con “nosotros”? —susurró.
Liam se adelantó, finalmente enfrentándola con una expresión seria.
—Somos hombres lobo, Anna.
La habitación se llenó de un silencio tenso, roto solo por el leve crujido del suelo bajo los pies de Liam cuando dio un paso hacia ella. Anna sintió como si el aire se hubiera vuelto más pesado.
—¿Hombres lobo? —repitió ella, incrédula. Su instinto le decía que estaban diciendo la verdad, pero su mente se resistía a aceptarlo—. Eso… no puede ser real.
—Lo es —respondió Ethan, su voz calmada pero llena de firmeza—. Anoche lo viste con tus propios ojos.
Anna desvió la mirada hacia sus manos, recordando los colmillos y el pelaje oscuro que habían cubierto a Liam. Sintió que la habitación daba vueltas, pero obligó a su mente a mantenerse en el presente.
—¿Desde cuándo? —preguntó, su voz casi un susurro.
Ethan tomó una profunda bocanada de aire, como si lo que estaba a punto de decir le costara más de lo que esperaba.
—Para mí, desde hace unos meses. Para Liam… desde hace menos de un mes.
Anna levantó la vista hacia Liam, quien parecía tenso, con los puños apretados a los lados.
—¿Por qué? —insistió ella, buscando respuestas. Necesitaba entender qué los había llevado a ese estado.
Ethan bajó la mirada, su expresión llena de culpa.
—Es mi culpa —dijo finalmente—. Liam se convirtió porque… lo herí.
Anna frunció el ceño, confundida. —¿Qué quieres decir con que lo heriste?
Liam dio un paso adelante, su tono más duro que el de Ethan.
—La noche que Ethan se transformó por primera vez, no pudo controlarse. Me atacó. Fue un accidente, pero… su mordida fue suficiente para pasarme la maldición.
Ethan levantó la vista, sus ojos oscuros brillando con remordimiento.
—Lo siento, Anna. Lo siento más de lo que puedes imaginar. Yo nunca quise que esto le pasara a él, y mucho menos que tú te vieras envuelta en todo esto.
Anna los miró a ambos, tratando de procesar lo que acababan de decirle. Dos de las personas en las que más confiaba resultaban ser algo más, algo que solo creía posible en cuentos de terror.
—¿Y ahora qué? —preguntó finalmente, su voz quebrándose—. ¿Qué significa esto para ustedes? ¿Y para mí?
Liam se cruzó de brazos, desviando la mirada. —Para nosotros significa que tenemos que aprender a controlarnos. Para ti… significa que estás en peligro.
Las palabras de Liam cayeron como un balde de agua fría sobre Anna.
—¿Peligro? ¿Por qué?
Ethan se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.
—Porque hay cosas allá afuera, Anna. Cosas peores que nosotros. Y ahora que sabes la verdad, te has convertido en un blanco.
—No estamos diciendo esto para asustarte —interrumpió Liam, con el ceño fruncido—. Pero tienes que entender que hay reglas en nuestro mundo. Y ahora estás involucrada, quieras o no.
Anna se quedó en silencio, su mente dando vueltas. Sentía un peso aplastante sobre los hombros, pero también un destello de algo más profundo: curiosidad.
Finalmente, se enderezó en la cama y los miró a ambos, su expresión más resuelta que antes.
—Entonces… explíquenme todo. Desde el principio.
Liam y Ethan intercambiaron una mirada, esta vez más relajada. Ethan asintió.
—Está bien, pero esto no será fácil de entender.
Y así comenzaron a contarle, revelándole secretos que habían guardado incluso entre ellos mismos. Anna escuchó cada palabra con atención, sabiendo que su vida nunca volvería a ser la misma.