Anna Holloway

Doce

Anna estaba sentada en su cama, hojeando un libro sin demasiado interés mientras el sonido de la lluvia golpeaba suavemente la ventana. Sin querer, su mente la llevó a un recuerdo que siempre le sacaba una sonrisa, aunque en ese momento la hizo rodar los ojos.

Era una tarde de verano en la plaza del pueblo. Ethan y ella habían decidido pasar el día juntos después de la escuela, y como siempre, él no podía quedarse quieto.

—Vamos, Anna. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte sentada ahí? —dijo Ethan, sacudiendo el cono de helado que sostenía en la mano, con una sonrisa traviesa.

Ella lo miró desde la banca donde estaba, disfrutando tranquilamente su helado de chocolate. Ethan, por supuesto, ya había terminado el suyo en tiempo récord y ahora parecía estar tramando algo.

—¿Qué parte de “relajarse” no entiendes, Ethan? —contestó ella con fingida exasperación, mientras tomaba otra cucharada.

—Relajarse es para ancianos, Anna. Yo vivo en el ahora.

Sin darle tiempo a responder, Ethan se levantó y caminó hacia la fuente que estaba en el centro de la plaza. Era una fuente decorativa pequeña, con estatuas de animales y agua cristalina que caía en cascada. Anna alzó una ceja al verlo subir al borde.

—No te atrevas… —dijo, medio en broma y medio en serio.

—¿Qué? Solo estoy apreciando la vista —respondió Ethan con una sonrisa de niño travieso.

Antes de que pudiera detenerlo, Ethan fingió perder el equilibrio, lanzando los brazos al aire dramáticamente mientras gritaba:

—¡Noooo! ¡El viento me llevaaaa!

Y de repente, ¡plaf!, Ethan estaba sentado dentro de la fuente, con el agua hasta la cintura y un par de peces decorativos nadando a su alrededor.

Anna soltó una carcajada que no pudo contener, atrayendo las miradas de los pocos transeúntes que estaban cerca.

—¡Ethan! ¡Estás loco! —dijo entre risas, levantándose de la banca para acercarse a él.

—¿Loco? No. Ingenioso. ¿Has visto alguna vez a alguien tan creativo como yo para refrescarse? —replicó él, escurriendo agua por todas partes mientras trataba de levantarse con una expresión exagerada de dignidad.

—Te ves como un perro mojado —bromeó Anna, sacando su teléfono para tomarle una foto.

—Si subes eso a cualquier red social, juro que me vengaré.

—Oh, claro que lo haré. Es mi deber cívico.

Ethan salió de la fuente, chorreando agua y dejando huellas húmedas en el suelo mientras Anna seguía riendo. Ese día lo había acompañado de vuelta a su casa, escuchando sus planes de “venganza” mientras él caminaba con sus zapatillas llenas de agua y un orgullo destrozado.

De vuelta en el presente, Anna cerró el libro y sonrió para sí misma. A veces, esos recuerdos eran lo único que lograba alegrar sus días más complicados.

Los padres de Anna llegaron unos instantes después.

La pelirroja estaba sentada en la ventana de su cuarto cuando vio el Chevrolet Joy Plus azul de su padre, vio que Caroline y Micheal bajaron del mismo con un par de maletas y cajas con lo que parecía ser cosas viejas.

Sorprendida por tal llegada inesperada, algo sumamente raro de sus padres ya que ellos avisaban todo con tiempo, bajó a recibirlos, en la puerta de entrada de la casa se encontraba Nana tan sorprendida como ella. Caroline y Micheal ingresaron a la casa y dejaron las maletas a un costado mientras bajaban las dos cajas.

La madre de Anna entró primero, mirando alrededor como si evaluara la limpieza de la casa.

—Aquí tienes, Anna —dijo con indiferencia, dejando caer una caja polvorienta sobre la mesa del salón—. Son cosas viejas de la bodega familiar. Quizá encuentres algo interesante.

Su padre, entrando detrás de ella, colocó otra caja junto a la primera, mucho más cuidadoso.

—Pensamos que podrías querer algo de la historia de la familia —agregó, aunque su tono era neutro, como si él mismo no estuviera convencido.

Anna observó las cajas, intrigada pero también algo recelosa. Su madre no era del tipo que regalaba algo sin razón.

—¿Por qué traen esto ahora? —preguntó, entrecerrando los ojos.

—Estamos limpiando la bodega —dijo su madre con una sonrisa forzada—. ¿No es bueno para ti aprender algo sobre tus raíces?

Cuando sus padres finalmente subieron a su habitación para descansar del viaje, Anna quedó sola con las cajas. Sacó libros viejos, marcos rotos y una variedad de objetos que parecían inservibles. Pero al fondo de la segunda caja encontró algo diferente: un diario pequeño, encuadernado en cuero oscuro, con una textura áspera que parecía casi viva bajo sus dedos.

La cubierta tenía grabado un símbolo extraño, algo que Anna no reconoció de inmediato: un círculo con líneas que se entrecruzaban como raíces. Sin embargo, al tocarlo, sintió una extraña vibración en la punta de los dedos, como si el libro reaccionara a su contacto.

—¿Qué es esto…? —susurró para sí misma, abriendo con cuidado la tapa.

Las primeras páginas estaban cubiertas de texto escrito a mano en un idioma antiguo que no podía leer, pero el estilo de la escritura era fluido, casi hipnótico. Algunas páginas estaban adornadas con dibujos de criaturas fantásticas, tormentas que azotaban paisajes, y figuras que parecían humanas pero estaban rodeadas de auras brillantes.

Anna continuó hojeando las páginas hasta que una imagen llamó su atención: una figura femenina con largos cabellos rojos y ojos dorados, que sostenía un libro idéntico al que tenía en las manos. Alrededor de ella, el dibujo mostraba un remolino de viento y oscuridad, casi como si el arte pudiera moverse.

—¿Quién eres? —preguntó al dibujo, como si esperara una respuesta.

De repente, el símbolo en la cubierta del diario comenzó a brillar suavemente. Anna lo tocó de nuevo y sintió una energía recorrer su brazo. Las páginas al final del libro, que parecían pegadas como si nunca se hubieran abierto, comenzaron a separarse lentamente y cuando estuvo a punto de seguir hojeando el extraño libro, una voz la sorprendió e hizo que cerrara el libro de inmediato, como si hubiera leído algo prohibido.




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