Anna Holloway: noches de tormenta.

Diecisiete

El viento soplaba con más fuerza entre los árboles mientras Anna, Ethan y Liam avanzaban por el bosque. A pesar del frío, sentía la piel caliente, ya fuera por la adrenalina o por la sensación de que algo estaba fuera de lugar. Ethan y Liam caminaban a cada lado de ella, sus cuerpos tensos, alerta. Pero había algo más. Un aura diferente en ellos. Algo salvaje que parecía a punto de desbordarse.

Anna tragó saliva. Sabía que la luna llena los afectaba, que en noches como esta su control no era absoluto.

—¿Están bien? —preguntó en voz baja, mirando de reojo a Ethan.

Él no respondió de inmediato. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, brillaban con un destello plateado bajo la luz de la luna.

—Podemos manejarlo —respondió finalmente, pero su voz sonaba más áspera, más profunda.

Liam dejó escapar una risa seca. —Eso dices ahora…

Anna los observó con más detenimiento. Ambos respiraban más rápido de lo normal, como si les costara mantenerse en su forma humana.

—Quizás deberíamos apresurarnos —sugirió.

Ethan asintió, pero Anna no pudo evitar notar que su mandíbula estaba tensa, como si estuviera peleando con algo dentro de sí.

El silencio entre los árboles se volvió más pesado.

Algo los estaba observando.

Anna se detuvo de golpe, su cuerpo entero reaccionando al presentimiento.

—¿Lo sintieron? —preguntó en un susurro.

Ethan y Liam se congelaron. Sí. Lo habían sentido. Un crujido en la maleza los hizo girarse al mismo tiempo. Liam gruñó bajo. Ethan apretó los dientes. Anna no vio nada, pero la sensación de ser observada se intensificó.

—No estamos solos —murmuró Ethan.

Su voz ya no sonaba completamente humana.

Anna sintió un escalofrío.

No era Matt. No era la gente de la fiesta. Era algo más.

El gruñido de Liam se volvió más fuerte, su espalda temblando levemente. Sus manos se aferraron a los lados de su cuerpo, los músculos tensos.

—Liam —susurró Anna con cautela.

Pero ya era tarde. Un sonido más fuerte, algo moviéndose entre los árboles, hizo que Liam reaccionara. Su cuerpo se inclinó hacia adelante. Sus pupilas se dilataron. Ethan lo vio primero.

—¡No! —intentó sujetarlo, pero Liam ya se estaba transformando.

Anna dio un paso atrás, observando con el corazón desbocado cómo los huesos de Liam se retorcían, su cuerpo creciendo, sus manos alargándose en garras afiladas. Ethan se llevó una mano al rostro, como si estuviera conteniendo el mismo impulso.

—Anna —su voz sonó entrecortada, como si le costara hablar—. Tienes que irte.

Pero Anna no se movió.

—No.

Ethan levantó la vista hacia ella, sus ojos ahora completamente plateados.

—Corre.

Liam dejó escapar un gruñido gutural, su cuerpo terminando de cambiar. Su pelaje negro se erizó, y sus ojos dorados se fijaron en algo en la oscuridad.

Algo que Anna aún no podía ver.

Entonces, lo escuchó.

Un murmullo. Bajo. Lejano. Como un eco en el viento. Anna sintió su pecho encogerse.

La voz era la misma que había escuchado en el lago.

“No tienes tiempo.”

Los latidos en sus oídos se hicieron ensordecedores. Liam, ahora completamente transformado, lanzó un rugido hacia los árboles y se lanzó en carrera hacia lo que fuera que estaba ahí.

Ethan se tambaleó.

—Mierda… —murmuró, llevándose una mano al estómago, como si su cuerpo estuviera a punto de quebrarse.

Anna se acercó a él instintivamente.

—Ethan, escúchame, tienes que…

Pero antes de que pudiera terminar la frase, él cayó de rodillas. Sus manos temblaron, y su espalda se arqueó mientras su transformación comenzaba.

Anna sintió una oleada de pánico. Si ambos perdían el control, estaría sola. Liam ya había desaparecido en la espesura del bosque. Y Ethan… Ethan estaba peleando contra su propia naturaleza, pero ella podía ver que estaba perdiendo. Anna se arrodilló frente a él y le tomó el rostro con ambas manos.

—Ethan, mírame.

Él levantó la vista, su expresión llena de dolor y furia.

—Tienes que… irte… —gruñó, su voz más animal que humana

No supo si fue su propio instinto o si esa voz se lo ordenó, pero sus piernas reaccionaron antes que su mente.

Dio un paso atrás. Luego otro. Y entonces corrió.

El frío del aire golpeó su rostro mientras se lanzaba por el sendero, sin importarle las ramas que arañaban su piel o la nieve resbaladiza bajo sus pies. Corría como si su vida dependiera de ello. Porque lo hacía. Podía sentirlo. La cosa la seguía. No corría, no hacía ruido. Pero estaba ahí. Observándola.

Anna quería gritar, pero su garganta estaba cerrada por el pánico. Sus botas resbalaron en una raíz oculta y cayó al suelo con un golpe sordo. Su respiración era rápida y entrecortada, y su cuerpo temblaba de pies a cabeza.

Se giró lentamente. Y la vio. A solo unos metros. La silueta de una mujer. Pálida. Alta. Sus ojos plateados brillaban en la oscuridad como espejos reflejando la luna. Su cabello flotaba a su alrededor, como si estuviera bajo el agua. No se movía. Solo la miraba. Anna sintió su pecho subir y bajar en un frenesí de terror. Quería correr. Quería gritar. Pero sus piernas no respondían. La criatura dio un paso hacia ella. Anna retrocedió sobre el suelo, su respiración entrecortada.

—No… no… —balbuceó.

Pero la mujer siguió avanzando.

El miedo era tan intenso que Anna sintió que su cabeza iba a estallar. No, no, no…

Algo dentro de ella gritaba que hiciera algo. Su miedo era una corriente helada en su piel. Y entonces, sin entender cómo, explotó. Un resplandor azul emergió de su cuerpo, como una ola de energía invisible que la rodeó en un círculo perfecto.

La criatura—no, la mujer—dio un paso hacia ella.

Y Anna hizo lo único que su cuerpo le permitió hacer.

Gritó.

No fue un grito normal. No fue un sonido humano. Fue un alarido desgarrador, primitivo, una explosión de sonido que rompió la quietud de la noche.




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