Anna sintió que el tiempo se ralentizaba. Ethan estaba en el aire, sus garras extendidas, su boca abierta en un gruñido feroz. Su instinto le gritaba que corriera. Pero sabía que no tenía tiempo. El miedo la paralizó, sus piernas temblaron, su garganta ardió con el eco del grito que acababa de desgarrar la noche.
Haz algo, haz algo.
Willow seguía allí, observando la escena como si fuera solo una espectadora. —Tienes una oportunidad, Anna —murmuró con calma—. Usa tu voz.
Anna sintió su cuerpo sacudirse. No quería. No quería hacerle daño a Ethan. Pero si no hacía algo, él la mataría. Ese no era su amigo, era un lobo, un lobo enfurecido. El rugido de Ethan retumbó en su cabeza.
Y en ese momento, gritó. Pero esta vez, no fue solo pánico. No fue solo miedo. Fue un comando. El sonido estalló de su garganta como una ola invisible, chocando contra Ethan con la fuerza de una tormenta. Su alarido desgarró el aire, distorsionó el espacio a su alrededor. Era un grito lleno de terror, de desesperación, de poder puro. Y Ethan cayó.
No fue una caída normal. Fue como si el grito lo hubiera detenido en el aire, como si su cuerpo hubiera chocado contra una barrera invisible. Soltó un aullido de agonía mientras su enorme cuerpo se desplomaba en la nieve, sus patas temblorosas, su respiración entrecortada. Se retorció, gimiendo de dolor. Pero no se levantó.
Anna jadeó, su propia voz temblando dentro de su pecho, como si el grito hubiera destrozado algo dentro de ella también. El silencio cayó sobre el bosque.
Willow fue la primera en hablar.
—Interesante.
Anna apenas podía respirar. Miró a Ethan, su forma inmóvil sobre la nieve, su pecho subiendo y bajando de manera errática. —¿Lo maté? —susurró, con el terror marcando cada sílaba.
—No. Pero lo marcaste.
Anna giró la cabeza bruscamente hacia Willow. —¿Qué significa eso?
Willow inclinó la cabeza con curiosidad. —Él ahora te reconocerá como lo que eres. Su instinto sabrá que eres algo más que humana.
Anna sintió un nudo en la garganta. Se arrodilló junto a Ethan, con las manos temblorosas. El lobo soltó un quejido bajo, sus orejas agitándose. —Ethan… —murmuró, con miedo de tocarlo. Sus garras se encogieron en la nieve. Su respiración era errática, pero su cuerpo seguía transformado.
No sabe quién soy. No sabe que soy su amiga.
Se sintió rota por dentro. Pero antes de que pudiera hacer algo más, un sonido en el bosque hizo que su piel se erizara.
Un gruñido. No de Ethan. No de Liam. De algo más. Willow sonrió con diversión.
—Ah. Parece que no estamos solas.
Anna sintió su estómago encogerse. Giró la cabeza, con el corazón en la garganta. Dos sombras emergieron entre los árboles. Ojos brillantes. Cuerpos enormes. Más lobos. Anna sintió su pulso dispararse. No eran Ethan ni Liam. Eran otros. Y estaban rodeándolos. Willow dejó escapar un suspiro teatral.
—Esto se pondrá interesante.
Anna se levantó lentamente, con el terror presionando su pecho. Ethan seguía en el suelo, vulnerable. Liam no estaba. Y ahora… Ahora otros lobos los habían encontrado.
Anna tragó saliva.
—Dime que tienes un plan.
Willow la miró con una sonrisa afilada. —Por supuesto.
Pero la forma en que lo dijo… Hizo que Anna deseara que fuera mentira.
El bosque se había convertido en una trampa. Los dos lobos emergieron de la oscuridad, sus ojos brillando como brasas bajo la luna. Eran más grandes que Ethan y Liam, con pelajes oscuros y garras que se hundían en la nieve con cada paso. Anna sintió su garganta cerrarse. Uno de ellos gruñó, un sonido bajo y amenazante que resonó en su pecho.
El miedo la envolvió como un frío paralizante. No puedo gritar otra vez. Sabía que su voz podía detener a Ethan porque su instinto reconoció lo que ella era… Pero estos lobos no la conocían. No sabían qué era ella —y ella tampoco — y no tenían razón para temerle.
Apretó los puños, su respiración entrecortada. Willow, en cambio, parecía completamente relajada.
—Bueno, bueno… —murmuró con una sonrisa ladeada—. Parece que tenemos invitados.
Uno de los lobos mostró los colmillos. —No están aquí para hablar —susurró Anna, sintiendo el terror treparle por la espalda.
Willow inclinó la cabeza con calma. —No. Pero tú sí.
Anna parpadeó. —¿Qué?— Antes de que pudiera procesarlo, uno de los lobos saltó.
Todo sucedió en un instante.
Anna apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el peso de la criatura cayera sobre ella, derribándola contra la nieve. Un rugido vibró en sus oídos, y el olor a tierra y sangre le llenó la nariz. Colmillos. Tan cerca de su rostro que podía sentir el calor de su aliento. Luchó con todas sus fuerzas, sus manos empujando contra la bestia, pero era demasiado fuerte.
No voy a poder con esto.
La garra del lobo se alzó, lista para desgarrarla.
Y entonces Willow habló.
—Basta.
Su voz no fue fuerte, pero atravesó el aire con la firmeza de una orden absoluta. El lobo se detuvo.
Anna sintió su corazón martillear contra su pecho. La criatura todavía estaba sobre ella, su peso presionándola contra el suelo, sus colmillos a centímetros de su garganta… Pero no se movió.
El otro lobo también se detuvo, su gruñido convirtiéndose en un sonido bajo y dubitativo.
Willow sonrió con satisfacción. —Bien.
Anna sintió su respiración agitada, su pecho subiendo y bajando rápidamente.
—¿Cómo…?
Willow la miró con diversión.
—Porque no soy tu única protectora, pequeña banshee.
¿Banshee?
Los lobos, que hacía solo unos segundos parecían listos para destrozarla, ahora parecían dudar. Pero entonces, como si una fuerza invisible se quebrara, el lobo sobre Anna se estremeció. Su hocico se arrugó en una expresión de rabia… y luego, sin previo aviso, la lanzó lejos con un golpe de su garra. Anna salió rodando por la nieve, su cuerpo golpeando contra el suelo helado.