El bosque estaba en silencio.
El peligro había pasado. Willow no dijo nada más, simplemente les lanzó una última mirada cargada de significado y luego se desvaneció en la niebla. Anna no preguntó a dónde iba ni cuándo volvería. Porque lo haría. Y cuando regresara, traería más respuestas… o más problemas.
Pero ahora, lo único que importaba era Ethan. Su cuerpo aún temblaba, su piel ardía contra la suya. Se veía agotado, su respiración irregular, su rostro pálido por el esfuerzo de contener su transformación.
—Vamos —susurró Anna, ayudándolo a levantarse.
Él no protestó. Eso fue lo que más la asustó. Ethan nunca dejaba que lo cuidaran. Pero esta vez, simplemente apoyó parte de su peso en ella y la dejó guiarlo. El camino de regreso fue un borrón. Anna no podía pensar en nada más que en llegar a casa, en asegurarse de que Ethan estuviera a salvo. Cuando entraron por la ventana de su habitación, Ethan apenas podía mantenerse en pie.
La habitación estaba oscura, iluminada solo por la luz tenue de la luna filtrándose por la ventana.
El silencio era casi irreal después del caos de la noche.
Anna dejó escapar un suspiro tembloroso mientras ayudaba a Ethan a sentarse en el borde de la cama. Se veía agotado, su piel cubierta de sudor frío, su respiración pesada. Aún tenía la camisa rasgada y el cuello manchado de sangre seca, los restos de la transformación grabados en su cuerpo.
Anna mordió su labio, su corazón aún acelerado. No podía dejarlo solo.
—Espera aquí —susurró, aunque sabía que Ethan no tenía fuerzas para moverse.
Caminó hasta el baño y abrió el botiquín con una mano, con la otra sosteniéndose el brazo herido.
La herida.
Hasta ahora, el dolor había sido ahogado por la adrenalina, pero ahora… quemaba. Al mirarla con más atención bajo la luz blanca del baño, vio las tres líneas rojas cruzando su piel. No eran profundas, pero la carne estaba abierta, los bordes oscuros como si algo en las garras del lobo hubiera dejado una marca más allá de la piel.
Algo dentro de ella se revolvió.
No podía ignorar la sensación de que esas heridas no eran normales. Apretó los dientes y se obligó a limpiar la sangre con un algodón empapado en alcohol. El ardor la hizo jadear, pero no se detuvo. Cuando terminó, tomó vendas y una pequeña toalla con agua tibia antes de regresar a la habitación.
—Siéntate —dijo Anna con suavidad, guiándolo hasta su cama.
Ethan dejó escapar un suspiro bajo y se dejó caer en el colchón. Su cuerpo entero se estremeció, y cuando Anna lo miró de cerca, vio los restos de la transformación en su piel. Rasguños en su espalda. Músculos tensos. Ojos que todavía conservaban un brillo plateado. Se mordió el labio, sintiendo una punzada de dolor en el pecho. Él no debía cargar con esto solo.
—¿Te duele? —preguntó, arrodillándose frente a él. Ethan la miró con los ojos pesados, agotados.
—No más que otras veces.
Sus ojos, aunque ya no eran completamente plateados, aún tenían un brillo extraño. Anna sintió un escalofrío recorrerle la espalda. —Estás herida —dijo él en voz baja.
Su mirada descendió hasta su brazo vendado. Anna intentó restarle importancia. —Estoy bien. No es nada profundo.
Ethan no respondió de inmediato. Pero la forma en que su mandíbula se tensó le dijo que no le creía.
—Déjame ver.
—Ethan, no— Él ya estaba extendiendo la mano. Cuando sus dedos tocaron su brazo vendado, Anna sintió un latido extraño en la herida. Un pulso. Como si la piel reconociera su toque. Anna se quedó inmóvil, observando el rostro de Ethan. Su respiración se había vuelto más lenta. Su expresión, más oscura.
—Hay algo en esto… —murmuró.
Anna tragó saliva. —Solo son rasguños.
Ethan levantó la vista y la miró como si supiera que estaba mintiendo. Pero en lugar de insistir, suspiró pesadamente y dejó caer la cabeza contra la cabecera de la cama.
—Duerme aquí esta noche —murmuró Anna, más una orden que una sugerencia.
Ethan cerró los ojos un momento antes de abrirlos de nuevo. —No quiero hacerte daño.
Anna lo miró con incredulidad.
—Ethan, yo fui la que te detuvo esta noche.
Él no respondió. Pero el dolor en su mirada le dijo más de lo que cualquier palabra podría. Él tenía miedo de sí mismo. Anna sintió que algo se apretaba en su pecho. Después de quitarle los rastros de sangre seca, dejó la toalla húmeda sobre la mesa de noche y se deslizó en la cama junto a él.
—Solo duerme.
Ethan la miró un instante más, como si quisiera decir algo. Pero en lugar de hablar, simplemente exhaló profundamente y cerró los ojos. Anna se acomodó a su lado, con la herida aún pulsando bajo las vendas.
La noche aún estaba cargada de secretos.
Pero en este momento, con el calor de Ethan junto a ella, con la respiración pausada de ambos mezclándose en el aire frío de la habitación… Por primera vez en mucho tiempo, no se sintió sola.
Antes de que pudiera pensarlo demasiado, sintió el peso de un brazo alrededor de su cintura. No fue brusco ni dominante. Fue protector. Instintivo. Ethan ni siquiera estaba completamente despierto cuando lo hizo.
Anna no se movió. Porque no quería que lo soltara. Cerró los ojos y dejó que el cansancio la venciera. Y esa noche, por primera vez en mucho tiempo… Durmió sin pesadillas.
El amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación de Anna, tiñendo todo con un resplandor dorado. Toda la casa estaba en silencio, excepto por una alegre Caroline Holloway que llevaba una bandeja con el desayuno hacía el cuarto de su hija mientras tarareaba. Empujó la puerta de la habitación y entró de espaldas.
—Buenos días, dormilona —entró sonriente—, te he traído el desayu…
Se detuvo de golpe y sus ojos se clavaron en la escena que tenía delante de ella. Anna dormía profundamente con la manta deslizada ligeramente de su cuerpo. Y a su lado, Ethan Ashford compartía la cama con ella. Desnudo de la cintura para arriba. Su espalda ancha y musculosa estaba cubierta con rastros de lo que parecían ser rasguños recientes. Su cabello estaba revuelto y su brazo, aún en la cintura de Anna, dejan muy poco a la imaginación. Pero lo que realmente detuvo el corazón de Caroline, fue la toalla manchada con un poco de sangre sobre la mesita de luz. La tela blanca estaba manchada con sangre. Oh, Dios. Pensó. Anna y Ethan, no, Dios.