Antes de Diciembre

Cap. 3: Superhéroes

—Superhéroes —repetí, mirando lo que tenía en la mano. 
Ross me quitó el cómic y lo miró. Vi que se le fruncía un poco el ceño por 
la indignación. 
—¿A qué ha venido ese tono de aburrimiento, jovencita? 
—¿Qué tono de aburrimiento? —No lo cambié en absoluto. 
—Que te burles de los superhéroes hace que me gustes un poco menos. 
—Vaya, me gustaba gustarte. 
—Sigues gustándome. Aunque tus gustos sean horribles. 
—Por eso debes gustarme tú, entonces —bromeé. 
Él me miró de reojo con media sonrisa y luego me enseñó la portada del 
cómic que me había quitado. 
—No es cualquier superhéroe. —Señaló con un dedo al señor con un 
martillo que aparecía dibujado en la portada—. Es Thor. 
—¿Y qué tiene nuestro pequeño Thor de especial? 
—Para empezar, no es pequeño. 
—Eso no lo sabes. 
—Sí lo sé. 
—¿Lo conoces? 
—No, pero lo sé. Me lo dice mi corazón oscuro. Además, no necesita ser 
alto porque es un dios. 
—Un dios —repetí, enarcando una ceja. 
—Y nórdico. 
—Madre mía, creo que me voy a desmayar de la impresión. 
Él entornó los ojos. 
—Deberías tener un poco más de respeto por los superhéroes. Nunca 
sabes cuándo puede aparecer un Thanos en tu vida.

No sabía quién era ese, pero supuse que sería un villano, así que lo dejé 
rumiando solo y seguí paseando por la tienda, mirando los tomos sin entender 
muy bien qué veía. Naya estaba mirando unas cuantas figuras de acción. Solo 
reconocí a Spiderman. 
Hacía ya dos semanas que estaba ahí con ellos, pero me sentía como si 
hubieran pasado dos días. Entre las clases, los trabajos y…, bueno…, 
básicamente, vivir, no había tenido tiempo de casi nada. Apenas había 
hablado con mi familia o con Monty. 
Y, curiosamente, esto me estaba encantando. 
Quizá la parte de la familia no tanto, pero me lo estaba pasando realmente 
bien con ellos. Especialmente con Ross, aunque eso no se lo diría, claro. Era 
lo último que necesitaba su ego ya de por sí demasiado hinchado. Además, 
Will también me caía genial. Naya era increíble. Y Sue… Bueno, al menos, 
ya no me ponía mala cara. Era un avance. 
—¿A ti también te gustan estas cosas? —pregunté a Naya, que seguía 
mirando las figuritas de acción. 
—Cuando empecé a salir con Will, fingí que me gustaban para hacerme la 
interesante y al final terminaron gustándome de verdad —me dijo, mirando 
una figura de una chica azul—. ¿Qué te parece esta de Mystique? 
—Preciosa. Muy azul. Dile que vaya a un dermatólogo. 
—No te burles. —Me dio un ligero codazo, divertida. 
Seguí mi camino y vi que Will estaba hablando con el dependiente, así 
que decidí no molestarlo. En su lugar, me centré en Ross, que estaba 
inclinado sobre una estantería, pasando los dedos por los cómics y haciendo 
muecas. 
La verdad era que, visto desde atrás…, no estaba mal. 
Es decir, no era mi problema, pero no estaba mal. 
¿Tendría novia? 
Bueno, eso tampoco era mi problema. 
Pero… ¿la tendría? 
Decidí no pensar en eso y me centré en él, que no sonrió cuando me 
escuchó llegar. De hecho, me miró con rencor. 
—¿Has vuelto para seguir burlándote? 
—Nunca me burlaría de algo que te gusta, Ross, querido. 
—Me gusta eso de «Ross, querido». —Esta vez sí sonrió. 
Agarré el cómic que acababa de dejar con los demás. 
—¿Y no te gusta el… Linterna Verde este? 
—Ese lo tengo en casa.

—¿Cuántos tienes? 
—Demasiados. De pequeño los coleccionaba. 
—¿Y ahora? 
—Ahora los compro por entretenimiento. 
—Se me ocurren cosas mejores para entretenerte. 
—Y a mí, pero dudo que aceptes hacerlas. 
Le puse mala cara. 
—Mis dos hermanos mayores, Shanon y Spencer, también solían gastarse 
todo el dinero que tenían en estas cosas. Pero no eran así… de superhéroes. 
Eran más infantiles. Creo que se llamaban… eh… ¿Toc top? 
—Tip top —me corrigió él, mirándome con una sonrisa—. Pero buen 
intento. 
—Oh, ¿los leías? 
—No eran mi fuerte. 
—Lo tuyo son los superhéroes, ¿no? 
—Sí. Son mis favoritos. 
—¿Y cuál es tu superhéroe favorito? 
Él lo pensó un momento, dejando un cómic de la Liga de la Justicia en la 
mesa. Lo agarré y miré su portada con el ceño fruncido. 
—Thor, Batman y Spiderman. 
—Thor está bueno —dije, señalando un cómic en el que salía en la 
portada. 
—Acabas de hacer que me guste un poco menos. 
—No te pongas celoso, Ross. Tú no estás mal. 
—Vaya, muchas gracias. 
—Pero, vamos, seamos realistas. No puedes compararte con un dios 
nórdico. 
—Es verdad. El pobre saldría perdiendo. 
Le sonreí y me puse a hojear el cómic sin llegar a leer nada. 
—¿En la liga esta… solo hay una chica? 
—Sí. La Mujer Maravilla. 
—¿Cómo demonios puede luchar con eso puesto sin que se le salga una 
teta? 
—Admito que nunca me lo he preguntado. 
—Me gusta este cómic. —Lo señalé—. Creo que volveré algún día a 
comprármelo. 
—Dame eso. Ya te lo compro yo. Regalo de bienvenida. 
—Ross, llevo dos semanas aquí.

—Pues dile a la gente que te lo regalé el primer día. Nunca sabrán nuestro 
oscuro secreto. 
Iba a negarme, pero huyó con el cómic al otro lado de la tienda antes de 
que pudiera protestar. 
Me acerqué al escaparate del local, pasando por el lado de Will, y me 
quedé mirando el exterior. Estaba lloviendo otra vez, por eso habíamos 
entrado en esa tienda. Me gustaba la lluvia, me recordaba a casa, donde llovía 
incluso en verano. Pero en ese momento estaba siendo un poco molesta. 
Media hora más tarde, Will propuso volver a casa —es decir, a su casa— 
para cenar algo. Hubo un instante de silencio cuando todo el mundo me miró 
para saber si yo quería ir. Accedí al instante. Sinceramente, la perspectiva de 
cenar yo sola en la residencia era un poco deprimente. Además, quería ir con 
ellos. 
Cuando llegamos al piso, yo tenía la sudadera empapada porque había 
sido la única idiota que no había llevado una chaqueta adecuada. Ross había 
intentado cubrirme un poco con la suya, pero de poco había servido. 
—Creo que voy a necesitar una toalla —murmuré, entrando en el piso. 
Ross se lo estaba pasando en grande viendo mi desgracia. De hecho, se 
reía abiertamente de mí. 
—Deja de reírte y dale una toalla. —Will le puso mala cara. 
Los demás se quedaron en el salón. Sue debía de estar en su habitación, 
porque no la vi. Lo cierto era que esa chica me causaba mucha curiosidad. 
Ross se detuvo en el cuarto de baño y me lanzó una toalla que, claro, me 
cayó al suelo y tuve que recoger mientras se reía de mí otra vez, el pesado. 
—¿Quieres una sudadera seca? —me preguntó, viendo que la mía estaba 
empapada. 
—Te lo agradecería. 
Ya en su habitación, me quité mi sudadera empapada y la dejé en el suelo. 
Mientras él rebuscaba en su cómoda, aproveché para secarme el pelo húmedo 
con la toalla. 
—Seguro que mi madre está convulsionando ahora mismo en casa — 
murmuré—. Siempre me dice que me ponga ropa adecuada, y yo siempre le 
contesto que soy una adulta y que no necesito sus consejitos. Acabo de 
demostrar que sí los necesito. 
—Pero eso ya lo sabíamos, ¿no? 
—¿A que me seco el pelo en tus sábanas? 
Él se rio, sacando una sudadera y dejándola a un lado. Después siguió 
buscando.




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