Mackenzie se sorprendió al entrar al apartamento de Hailey Lizbrook; no era tal y como lo esperaba. Estaba ordenado y limpio, con los muebles colocados con buen gusto y libres de polvo. La decoración era sin duda la de una mujer domesticada; se veía hasta en las tazas de café con leyendas simpáticas y las cazuelas que colgaban de ganchos ornamentados junto al fogón. Era evidente que había manejado un presupuesto ajustado, hasta en los cortes de pelo y los pijamas de sus hijos. Se parecía bastante a la familia y el hogar con los que ella siempre había soñado.
Mackenzie recordó por el informe que los chicos tenían nueve y quince años; el mayor era Kevin y el pequeño era Dalton. Cuando le conoció, estaba claro que Dalton había estado llorando de lo lindo; sus ojos azules estaban ribeteados de manchas rojizas y abultadas.
Kevin, por otra parte, parecía más enfadado que otra cosa. Cuando se acomodaron y Porter tomó la palabra, fue perfectamente obvio que Porter trataba de hablarles en un tono que estaba a caballo entre la condescendencia y un maestro de preescolar esforzándose demasiado. Mackenzie se encogió por dentro mientras Porter hablaba.
“Necesito saber si tu madre tenía amigos,” dijo Porter.
Estaba en pie en el centro de la habitación con los chicos sentados en el sofá de la sala de estar. La hermana de Hailey, Jennifer, estaba de pie en la cocina contigua, fumando un cigarrillo junto al fogón con la campana extractora en funcionamiento.
“¿Quiere decir como un novio?” preguntó Dalton.
“Claro, eso podría ser un amigo,” dijo Porter. “Pero no quiero decir eso. Cualquier hombre con el que pueda haber hablado más de una vez. Incluso alguien como el cartero o alguien en la tienda de comestibles.”
Ambos chicos miraban a Porter como si esperaran que realizara un truco de magia o quizá que entrara en proceso de combustión espontánea. Mackenzie hacía lo mismo. Nunca le había oído hablar en un tono tan suave. Era casi gracioso escuchar un tono tan apaciguador saliendo de su boca.
“No, creo que no,” dijo Dalton.
“No,” Kevin asintió. “Y tampoco tenía un novio. No que yo sepa.”
Mackenzie y Porter miraron a Jennifer junto al fogón en busca de una respuesta. Ella se encogió de hombros. Mackenzie estaba bastante segura de que Jennifer había entrado en algún tipo de shock. Le hizo preguntarse si habría otro miembro de la familia que pudiera cuidar de los chicos un tiempo, ya que Jennifer no parecía una tutora apta en este momento.
“Y bien, ¿qué hay de personas con las que vosotros y vuestra madre no os llevarais bien?” preguntó Porter. “¿Alguna vez la oísteis discutir con alguien?”
Dalton simplemente sacudió la cabeza. Mackenzie estaba bastante segura de que el chico estaba a punto de echarse a llorar de nuevo. En cuanto a Kevin, miró directamente a Porter con desdén.
“No,” dijo. “No somos imbéciles. Sabemos lo que está tratando de preguntarnos. Quiere saber si podemos pensar en alguien que pueda haber matado a nuestra madre. ¿Verdad?”
Parecía que a Porter le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Echó una mirada nerviosa a Mackenzie, pero se las arregló para recuperar la compostura bastante deprisa.
“Bueno, pues sí,” dijo. “Ahí es donde quiero llegar, pero está claro que no tenéis ninguna información.”
“¿Usted cree?” dijo Kevin.
Hubo un momento de tensión en que Mackenzie tuvo la certeza de que Porter se iba a poner duro con el chico. Kevin miraba a Porter con dolor en su expresión, casi retando a Porter a que siguiera.
“Bueno,” dijo Porter, “creo que ya os he molestado bastante, chicos. Gracias por vuestro tiempo.”
“Espera,” dijo Mackenzie, con la objeción saliendo de su boca antes de que pudiera pensar en detenerla.
Porter le echó una mirada que podía haber derretido una vela. Estaba claro que él creía que estaban perdiendo el tiempo hablando con estos dos hijos de luto, especialmente con el quinceañero que claramente tenía problemas con la autoridad. Mackenzie pasó por alto su expresión y se arrodilló hasta tener los ojos a la altura de Dalton.
“Oye, ¿crees que podrías ir a la cocina con tu tía un momento?”
“Sí,” dijo Dalton, con voz ronca y apagada.
“Detective Porter, ¿por qué no va con él?”
De nuevo, la mirada que Porter le dirigió estaba llena de odio. Mackenzie le miró de vuelta, imperturbable. Mantuvo su expresión hasta que pareció petrificada. Estaba determinada a mantenerse firme esta vez. Si él quería discutir, lo llevaría afuera. Estaba claro que hasta en una situación con dos chicos y una mujer casi catatónica, no quería sentir que le dejaban en ridículo.
“Desde luego,” dijo él apretando los dientes.
Mackenzie esperó a que Porter y Dalton entraran en la cocina.
Mackenzie se puso otra vez de pie. Sabía que sobre los doce años de edad más o menos, la táctica de ponerse al nivel ocular con los niños dejaba de funcionar.
Miró a Kevin y vio que la actitud desafiante que le había mostrado a Porter seguía allí. Mackenzie no tenía nada en contra de los adolescentes, pero sabía que con frecuencia eran difíciles de manejar—especialmente en medio de circunstancias trágicas. Pero había visto cómo había respondido Kevin a Porter y pensó que podía saber cómo llegar a él.
“Sé franco conmigo, Kevin,” dijo ella. “¿Te parece que aparecimos demasiado pronto? ¿Crees que somos unos desconsiderados por haceros preguntas tan pronto después de que hayáis recibido la noticia sobre tu madre?” “Algo así,” dijo él.
“¿Es que no te apetece hablar ahora mismo?” “No, no tengo problema en hablar,” dijo Kevin. “Pero ese tipo es un imbécil.”
Mackenzie sabía que esta era su oportunidad. Podía adoptar un enfoque profesional y formal como haría normalmente, o podía utilizar esta oportunidad para establecer una conexión con un adolescente enfurecido. Sabía que lo que más valoraban los adolescentes era la honestidad. Podían ver a través de cualquier cosa cuando les dirigían sus emociones.