Mackenzie no podía recordar ningún momento en que la comisaría hubiera estado tan caótica. Lo primero que vio al cruzar la puerta principal fue a Nancy corriendo por el pasillo hacia la oficina de alguien. Jamás había visto a Nancy moverse tan deprisa. Además de eso, había miradas ansiosas en los rostros de cada agente que se cruzó de camino a la sala de conferencias.
Parecía que iba a ser una mañana llena de acontecimientos. Había una tensión en el ambiente que le recordaba a la pesadez de la atmósfera justo antes de una mala tormenta de verano.
Ella había sentido parte de esa tensión en sí misma, incluso antes de salir de casa. Había recibido la primera llamada a las 7:30, informándole de que actuarían sobre la pista en cuestión de horas. Aparentemente, mientras ella había estado durmiendo, la pista que ella se las había arreglado para sonsacarle a Kevin había resultado ser muy prometedora. Se había obtenido una orden de arresto y se estaba llevando a cabo un plan. Sin embargo, algo ya se había establecido: Nelson quería que Porter y ella trajeran al sospechoso a la comisaría.
Los diez minutos que pasó en comisaría fueron como un torbellino. Mientras se servía una taza de café, Nelson ladraba órdenes a todo el mundo mientras Porter se sentaba
solemnemente en una silla delante de la mesa de conferencias. Porter tenía el aspecto de un niño quejumbroso en busca de cualquier atención que pudiera conseguir. Ella sabía que el hecho de que esta pista proviniera de un chico con el que Mackenzie había estado hablando—un chico del que él había estado dispuesto a alejarse—debía de estar carcomiéndole por dentro.
Pusieron a Mackenzie y Porter al frente, y otros dos coches fueron asignados para seguirles y ayudarles en caso de que fuera necesario. Era la cuarta vez en su carrera que le habían asignado una carga como esta, y la ráfaga de adrenalina nunca envejecía. A pesar de la corriente de energía que le estaba atravesando, Mackenzie permaneció calmada y en control. Salió de la sala de conferencias con dignidad y confianza, empezando a sentir que ahora se trataba de su caso, sin que importara cuánto lo quisiera Porter.
Mientras salía de la sala, Nelson se acercó a ella y la agarró con suavidad por el brazo. “White, permite que te hable un momento, ¿Te parece?”
La llevó hacia un lado, guiándola a la sala de la copiadora antes de que pudiera responder. Miró a su alrededor con aire conspiratorio, asegurándose de que no había nadie más que les pudiera escuchar. Cuando estuvo seguro de que estaban a salvo, él la miró de tal manera que le hizo preguntarse si había hecho algo malo.
“Mira,” dijo Nelson, “Porter me visitó anoche y me pidió que le reasignara otro agente. Le dije que no de entrada. También le dije que sería una estupidez por su parte abandonar este caso ahora mismo. ¿Sabes por qué quería que le asignara un nuevo compañero?
“Cree que me sublevé anoche,” dijo Mackenzie. “No obstante, estaba claro que los chicos no le estaban respondiendo y que él no iba a hacer todo lo posible para conectar con ellos.”
“Oh, no tienes que explicármelo,” dijo Nelson. “Creo que hiciste un trabajo de miedo con ese chico mayor. El chico acabó contándoles a los demás agentes que aparecieron—incluso a los de servicios sociales —que le caíste muy bien. Solo quería que supieras que hoy Porter está en pie de guerra. Si te fastidia de alguna manera, dímelo. Pero no creo que lo haga. Aunque no es tu mayor admirador, me acabó diciendo que te respeta enormemente, pero esto queda entre tú y yo.
¿Entendido?”
“Sí, señor,” dijo Mackenzie, sorprendida por el repentino apoyo y los ánimos.
“Está bien,” dijo Nelson, dándole una palmadita en la espalda. “Atrapa a ese tipo.” Con esto, Mackenzie se dirigió al aparcamiento donde Porter ya estaba sentado al volante de su coche. Le lanzó una mirada que venía a decir “qué demonios te retrasó tanto” mientras ella se apresuraba a montarse en el coche. En el momento que entró, Porter salió pitando del aparcamiento antes de que Mackenzie hubiera cerrado la puerta del todo.
“¿Imagino que recibiste el informe completo sobre nuestro hombre esta mañana?” preguntó Porter mientras entraba a la autopista. Otros dos coches les siguieron, transportando a Nelson y a cuatro agentes más como respaldo en caso de que fuera necesario.
“Así es,” dijo Mackenzie. “Clive Traylor, delincuente sexual registrado de cuarenta y un años. Pasó seis meses en la cárcel por agresión a una mujer en el 2006. En la actualidad, trabaja en una farmacia local pero también hace algunos trabajos de carpintería desde el pequeño cobertizo que hay en su propiedad.”
“Ah, debes de haberte perdido la última nota que envió Nancy,” dijo Porter.
“Ah, ¿sí?” dijo ella. “¿Qué me he perdido?”
“El cabrón tiene varios postes de madera detrás de su cobertizo. La información muestra que son más o menos del mismo tamaño que el que encontramos en ese maizal.”
Mackenzie dio un repaso a sus correos electrónicos en su teléfono y vio que Nancy había enviado esa nota hacía menos de diez minutos.
“Suena como nuestro hombre, entonces,” dijo ella.
“Sí, maldita sea,” dijo Porter. Hablaba como un robot, como si hubiera sido programado para decir ciertas cosas. No la miró ni una sola vez. Estaba claro que estaba molesto, pero eso no le preocupaba a Mackenzie. Mientras dedicara esa ira y determinación a derrotar al sospechoso, a ella le daba exactamente igual.
“Me adelantaré y terminaré con esta tensión,” dijo Porter. “Me molestó de verdad cuando tomaste el mando anoche, pero que me cuelguen si no es cierto que realizaste algún tipo de milagro con ese chico. Eres más inteligente de lo que suelo reconocer. Lo admito. Pero la falta de respeto…”
Se quedó en silencio, como si no estuviera seguro de cómo terminar la frase. Mackenzie no dijo nada por respuesta. Simplemente miró hacia delante e intentó digerir el hecho de que acababa de recibir lo que se podía considerar como cumplidos de dos fuentes muy poco probables en los últimos quince minutos.