Cuando llegaron a la nueva escena del crimen cuarenta minutos después, Mackenzie se sintió más que un poco incómoda por el hecho de que en esta ocasión estuviera mucho más cerca de su casa. La escena estaba exactamente a treinta y cinco minutos de su casa, en el patio trasero de una casa destartalada que había sido abandonada hace mucho tiempo. Prácticamente podía sentir la sombra de esta mujer recién asesinada extendiéndose a lo largo de la llanura, a través de las calles de la ciudad, y cayendo delante de su puerta principal.
Hizo todo lo que pudo para ocultar sus nervios agotados mientras Ellington y ella caminaban hacia el poste. Echó una mirada a la vieja casa, en particular a los marcos vacíos de las ventanas. Le parecían enormes ojos amenazadores, escudriñándola y burlándose de ella.
Había una pequeña multitud de agentes alrededor del poste, y Porter estaba en medio de ellos. Miró a Mackenzie y a Ellington a medida que se aproximaban al poste, pero Mackenzie apenas se dio cuenta. Estaba demasiado ocupada contemplando el cadáver, y se dio cuenta al instante de dos diferencias distintivas en esta víctima.
En primer lugar, esta mujer era de senos pequeños, mientras que las dos víctimas previas estaban bien dotadas. En segundo lugar, los latigazos que previamente habían estado en las espaldas de las víctimas también se podían observar en el vientre y el pecho de esta mujer.
“Esto se nos está yendo de las manos,” dijo Porter, en voz baja y apagada.
“¿Quién descubrió el cadáver?” preguntó Mackenzie.
“El dueño del terreno. Vive a dos millas hacia al este. Tenía puesta una cadena en la pista privada de tierra y se acaba de dar cuenta de que la habían cortado. Dice que nunca viene nadie por aquí, excepto por el ocasional cazador durante la temporada del ciervo, pero como sabes, todavía faltan meses para la temporada del ciervo. Y, además, dice que conoce a todos los hombres que cazan aquí.”
“¿Es una pista privada?” preguntó
Mackenzie, volviendo a mirar al camino de tierra que acababan de tomar para llegar aquí.
“Sí, así que quienquiera que hiciera esto,” dijo, asintiendo hacia el cuerpo que estaba colgado, “cortó la cadena. Sabía dónde iba a venir a presumir de su siguiente trofeo. Tenía esto planeado de antemano.”
Mackenzie asintió. “Eso demuestra intención y propósito más que alguna desviación de carácter psicológico.”
“¿Hay alguna posibilidad de que el dueño del terreno esté implicado?” preguntó Ellington.
“Tengo dos hombres cuestionándole en su casa en este momento,” dijo Nelson. “Pero lo dudo. Tiene setenta y ocho años y cojea al caminar. No me lo imagino moviendo postes de un sitio a otro o arreglándoselas para atraer a bailarinas de striptease a su camioneta.” Mackenzie se acercó al cadáver, y Ellington la siguió de inmediato. Esta mujer parecía muchísimo más joven que las otras—tendría quizá unos veintitantos años. Tenía la cabeza baja, mirando al suelo, pero Mackenzie tomó nota de su pintalabios rojo oscuro, que se había corrido por sus mejillas y su barbilla. Su máscara para las pestañas también se había corrido, dejando manchas oscuras por su cara.
Mackenzie comenzó a dar la vuelta hacia la parte trasera del poste. Los latigazos eran iguales que en las otras dos. Algunos todavía estaban lo bastante frescos como para presentar bordes húmedos, con sangre que aún no se había secado del todo. Se agachó hacia la parte baja del poste, pero Nelson la detuvo.
“Ya lo comprobé,” dijo. “Tus números están ahí.”
Ellington se unió a ella y se agachó para echar un vistazo. Miró a Mackenzie. “¿No tienes idea de lo que representan estos
números?”
“En absoluto,” dijo.
“Creo que no hace falta que os lo diga,” dijo Nelson,” pero este caso va a tomar prioridad absoluta sobre todo lo demás. Agente Ellington, ¿en cuánto tiempo podemos conseguir más agentes para esto?”
“Puedo hacer una llamada y seguramente tener unos cuantos más aquí para esta tarde.”
“Hágalo, por favor. ¿Algún resultado del depósito maderero?”
“Tenemos dieciséis nombres,” dijo
Mackenzie. “La mayoría de ellos son compañías de construcción. Tenemos que comprobarlos todos y ver si pueden ofrecer alguna información útil.”
“Pondré algunos hombres a trabajar en ello,” dijo él. “Porque ahora necesito que Ellington y tú investiguéis las pistas más prometedoras. Vosotros dos sois mis principales agentes en este asunto, así que haced lo que sea que tengáis que hacer para solucionarlo. Quiero a este cabrón enfermo sentado en la sala de interrogatorios para el final del día de hoy.”
“Mientras tanto, voy a poner a mis hombres a examinar los mapas de unas cien millas a la redonda. Lo dividiremos y empezaremos a tomar posiciones en zonas aisladas como esta, el campo del último asesinato, y los maizales que sean de fácil acceso.”
“¿Algo más?” preguntó Ellington.
“Nada que se me ocurra. Solo mantenedme informado de hasta el más mínimo detalle que os encontréis. Hablaré más de esto con vosotros en un momento,” dijo Nelson. Entonces miró a Mackenzie y le hizo un ademán con la cabeza, guiándola hacia la derecha. “White, ¿puedo hablar contigo un momento?”
Mackenzie se alejó del poste y siguió a Nelson hacia un lado de la casa abandonada, preguntándose de qué se trataba esto.
“¿Estás cómoda trabajando con Ellington?” preguntó.
“Sí, señor. Ha estado acertado y ha sido muy generoso con su ayuda en lo que respecta a hablar de las cosas.”
“Bien. Mira, no soy un imbécil. Conozco tu potencial y sé que, si hay alguien a mi cargo que puede detener a este bastardo, eres tú. Y que me zurzan si voy a permitir que lleguen los federales y te lleven con ellos. Así que quiero que trabajes con él. Ya he hablado con Porter y le he reasignado. Todavía sigue en el caso, pero le he puesto a ayudar en la acción de puerta a puerta.”
“¿Y a él le pareció bien?”
“Tú no tienes que preocuparte de eso. Por ahora, tú sigue con el caso y déjate guiar por tu instinto. Confío en que tomes las decisiones correctas; no tienes por qué preguntarme acerca de cada detalle. Solo haz lo que tengas que hacer para terminar con esto. ¿Puedes hacer eso por mí?”