Mackenzie se sentía algo fuera de su elemento en compañía de Ellington y curiosamente, era un sentimiento que no hizo más que crecer cuando se sentaron el uno junto al otro en un bar al cabo de un par de horas. Sabía que ambos tenían un aspecto cansado y algo desgastado que les hacía diluirse entre los demás clientes. No eran los únicos que iban vestidos relativamente bien; la gente que salía del trabajo también iba vestida en un estilo algo mejor que casual, acercándose a la barra en las camisas y corbatas y pantalones que se habían puesto para ir a trabajar. La tenue luz de la media tarde se vertía a través de las dos ventanas al otro lado del bar, pero era el signo de neón detrás de la barra y el reflejo de la parte superior de las botellas de licor en las estanterías detrás de la barra lo que definía el ambiente.
“¿Alguna idea sobre cómo Pope se enteró de la escena del crimen tan rápido? le preguntó Ellington.
“Ninguna. Tiene que haber un chivato en la comisaría.”
“Eso es lo que creo,” dijo Ellington. “Y debido a eso, no veo por qué Nelson ha de ser duro contigo. De ninguna manera podías haber sospechado siquiera que el movimiento en el bosque se debía a un periodista. Sobre todo, cuando Pope salió corriendo de esa manera.” “Ojalá que así sea,” dijo ella.
Mackenzie sabía que se había librado muy fácilmente. Su jefe la había visto tirar al suelo a un periodista de Internet regordete e indefenso en un derribo bastante duro. Y a pesar de que Pope no había recibido más que un pequeño rasguño en la sien por caerse sobre una raíz, y aunque él había invadido una propiedad privada, había razones para castigarla. Aun así, había recibido el equivalente a un cachete en la mano. Había visto a Nelson repartir mucho más por mucho menos. Sin embargo, le hizo preguntarse había invadido una propiedad privada, había razones para castigarla. Aun así, había recibido el equivalente a un cachete en la mano. Había visto a Nelson repartir mucho más por mucho menos. Sin embargo, le hizo preguntarse
cuánta confianza tenía en ella. Dejarla marcharse con toda tranquilidad al mismo tiempo que probablemente Ellis Pope estaba haciendo llamadas telefónicas decía muchísimo de la confianza que tenía en ella.
Por supuesto que también le había exigido que se fuera de su vista de inmediato a algún lugar para reorientarse antes de que agrediera al próximo pelele que tuviera la mala suerte de cruzarse en su camino. Al ver una pequeña escapatoria antes de que pudiera considerar más su decisión de mantenerla activa en el caso, eso es exactamente lo que ella había hecho.
Mientras se tomaba tan responsablemente como le era posible una cerveza tostada local de barril, trató de recordar la última vez que había acudido a un bar como manera de escapar del mundo. Tenía la costumbre de utilizar el trabajo para hacer eso, algo que era mucho más fácil de admitir ahora que Zack había salido de su vida. Mas ahora que el trabajo la había despachado por un rato, le pareció surrealista estar sentada en un bar.
Todavía era más extraño estar sentada junto a un agente del FBI que había conocido ayer mismo. En el corto espacio de tiempo que había pasado con el Agente Ellington, se había dado cuenta de unas cuantas cosas sobre él. Primero, que era un caballero a la antigua usanza: le abría las puertas, siempre le preguntaba por su opinión antes de tomar una decisión, se refería a los que eran más mayores que él como señora y señor, y también parecía sentirse protector respecto a ella. Cuando habían entrado al bar, dos hombres no se habían molestado mucho en ocultar el hecho de que la estaban mirando de arriba abajo. Al notar esto, Ellington se había puesto a su lado, bloqueándoles la vista.
“Sabes por qué los hombres en tu comisaría son tan detestables contigo, ¿verdad?” dijo Ellington.
“Asumí que simplemente se debía a la educación que recibieron,” dijo Mackenzie. “Si no tengo puesto un delantal y les estoy trayendo un sándwich y una cerveza, ¿para qué les sirvo?”
Él se encogió de hombros. “Eso puede ser parte del problema, pero no, creo que se trata de algo diferente. Creo que es porque se sienten intimidados por ti. Además, creo que te tienen algo de miedo. Tienen miedo de que les hagas parecer estúpidos e ineptos.”
“¿Cómo te das cuenta de eso?”
Solo le sonrió por un instante. Y a pesar de que no había nada claramente romántico en su sonrisa, era agradable que le miraran de esa manera. No se acordaba de la última vez que Zack le había mirado así—como algo que merecía su aprecio más que algo que utilizar o tolerar.
“Bien, hablemos primero de lo que es obvio: eres joven y eres una mujer. Básicamente eres el ordenador nuevo que llega a la oficina a robar todos sus puestos de trabajo. También eres una enciclopedia viviente sobre ciencia forense e investigación, por lo que tengo oído. Si añadimos la manera en que hoy saliste a la caza de ese pobre periodista, eres el paquete completo. Eres la nueva generación y ellos son los perros viejos. Algo así.”
“¿Entonces es miedo al progreso?”
“Claro. Dudo que jamás lo vieran de esa manera, pero de eso es de lo que se trata.”
“¿Asumo que esto es un cumplido?” preguntó ella.
“Por supuesto que lo es. Esta es la tercera vez que me han puesto como compañera a una detective muy motivada y tú eres con mucho la más exitosa y resuelta. Me alegro de que nos
hayan emparejado.”
Solo asintió porque todavía no estaba segura de cómo manejar sus cumplidos y evaluaciones. Durante el trabajo, había sido muy profesional y seguía las normas al pie de la letra—no solo en lo que se refería al trabajo, sino también en la manera en que la trataba a ella. Sin embargo, ahora que estaba siendo algo menos reservado, a Mackenzie le resultaba difícil trazar el límite donde el Ellington del trabajo terminaba y el Ellington de ocio empezaba.
“¿Has pensado alguna vez en unirte al FBI?” preguntó Ellington.