Antes De Que Mate

CAPITULO VEINTIUNO

Mackenzie no había pisado una iglesia desde la boda de su compañera de universidad. Tras la muerte de su padre, su madre había intentado arrastrarle a ella y a Steph a la iglesia en numerosas ocasiones y era por esa misma razón por la que Mackenzie hacía todo lo posible para evitarlas. Aun así, cuando entró al santuario de la Iglesia Metodista de la Nueva Vida, tuvo que admitir que había cierto grado de belleza en el lugar. Era algo más que las cristaleras pintadas y el ornamentado altar—había algo totalmente diferente que, con toda sinceridad, no podía definir con exactitud. A medida que se acercaba a la parte delantera del santuario, vio a un hombre mayor sentado en uno de los bancos delanteros. Aparentemente, no la había oído entrar porque tenía la cabeza agachada, y estaba leyendo un libro. “¿Pastor Simms?” preguntó. Su voz resonó como el Todopoderoso en el cavernoso santuario. El hombre elevó la vista del libro que estaba leyendo y se dio la vuelta. Era un hombre de unos cincuenta y tantos, vestido con una camisa de botones y unos caquis. Llevaba el tipo de gafas de sol que te hacen parecer infinitamente bondadoso de inmediato. “¿Supongo que usted es la Detective White?” preguntó él, poniéndose en pie. “Supone correctamente,” dijo ella. Él parecía algo sorprendido, pero se reunió con ella al frente del santuario de todos modos. “Disculpe mi sorpresa,” dijo él. “Cuando el Jefe Nelson me telefoneó para pedirme algo de tiempo para su investigación, no estaba esperando una mujer, Debido al carácter atroz de estos crímenes, me parece bastante extraño que una mujer esté dirigiendo el caso. Sin intención de ofenderla, por supuesto.” “Sin problemas.” “Sabe una cosa, Clark habla muy bien de usted.” El nombre Clark la confundió y le llevó un momento darse cuenta de que estaba hablando de Nelson —Jefe de Policía Clark Nelson. “Últimamente he oído eso a menudo,” dijo ella. “Pues debe ser agradable.” “E inesperado,” dijo ella. Simms asintió, como si entendiera perfectamente. “Nelson puede resultar algo asfixiante a veces, pero también es realmente bondadoso cuando tiene que serlo. Imagino que no es una parte de sí mismo que pueda mostrar en el trabajo.” “¿Así que viene a esta iglesia?” preguntó Mackenzie. “Oh sí,” dijo él. “Todos los domingos. Pero me estoy desviando. Por favor,” añadió, señalando al banco en el que había estado sentado. “Tome asiento.” Mackenzie así lo hizo y miró al libro que el Pastor Simms había estado leyendo y no le sorprendió en absoluto ver que era la Biblia. “Entonces, me dice el Jefe Nelson que usted tiene preguntas sobre las escrituras que pueden llevar al arresto del hombre que ha estado matando a esas pobres mujeres.” Sacó su teléfono móvil y buscó la fotografía que había tomado de la vieja Biblia de la casa abandonada. Se la entregó a él y él la tomó, ajustándose las gafas mientras la miraba. “Números, capítulo cinco, versos once a veintidós más o menos. ¿Cree que me puede decir cuál es su interpretación del verso? preguntó ella. Miró brevemente a la fotografía y entonces le devolvió el teléfono. “Bien, es bastante obvio. No todos los pasajes bíblicos han de estar codificados. Este simplemente habla de mujeres adúlteras a las que se obliga a tomar aguas amargas. Si fueran puras, no recibirían ningún daño. No obstante, si hubieran participado en relaciones sexuales con cualquier otro que no fuera su marido, las aguas traerían una maldición sobre ellas.” Ella pensó en eso. “El asesino ha tallado N511 en cada poste del que ha colgado a una víctima,” dijo ella. “Y basándonos en el tipo de mujeres que ha estado eligiendo, la alegoría encaja bastante bien.” “Sí, estoy de acuerdo,” dijo Simms. “También está tallando J202 en los postes. Hay demasiados libros de la Biblia que comienzan por la J como para que pueda adivinarlo correctamente. ¿Esperaba que usted me proporcionara alguna idea?” “Bien, Números es un libro del Antiguo Testamento y si este asesino está matando en base a lo que él cree es la ley del Antiguo Testamento—a pesar de lo erróneas que sus interpretaciones y acciones puedan ser—creo que será bastante acertado decir que esta otra referencia también provendría del Antiguo Testamento. Si ese es el caso, creo que seguro que se está refiriendo al libro de Josué. En el Capítulo Veinte de Josué, Dios habla de las Ciudades de Refugio. Estas eran ciudades donde la gente que había matado a alguien por accidente podía huir sin ser perseguida.” Mackenzie ponderó esto por un momento, con el corazón acelerado, y algo empezó a encajar por dentro. Tomó la Biblia y encontró Josué y buscó el pasaje. Cuando lo encontró, lo leyó en voz alta, un poco asustada por el sonido de la escritura saliendo de su boca en esta iglesia vacía. Y el SEÑOR le dijo a Josué: Pídeles a los israelitas que designen algunas ciudades de refugio, tal como te lo ordené por medio de Moisés. Así cualquier persona que mate a otra accidentalmente o sin premeditación podrá huir a esas ciudades para refugiarse del vengador del delito de sangre. Cuando tal persona huya a una de esas ciudades, se ubicará a la entrada y allí presentará su caso ante los ancianos de la ciudad. Acto seguido, los ancianos lo aceptarán en esa ciudad y le asignarán un lugar para vivir con ellos. Si el vengador del delito de sangre persigue a la persona hasta esa ciudad… Se quedó callada, asombrada, con la certeza de que finalmente había descubierto el origen de los números. Era emocionante y desmoralizante al mismo tiempo. Tenía una ventana de acceso a su modus operandi—pero todavía era todo muy vago. Nada de esto podía llevarla a romper el caso. “Hay más, sabe,” dijo Simms. “Sí, ya veo eso,” dijo ella. “Pero creo que esto es suficiente. Dígame, Pastor, ¿sabe cuántas Ciudades de Refugio había?” “Seis en total,” dijo Simms. “¿Sabe dónde se encontraban?” “Más o menos,” replicó él. Recogió la Biblia y fue a las últimas páginas, mostrándole una serie de glosarios y mapas. Llegó a un mapa que representaba a Israel en tiempos bíblicos y, ajustándose de nuevo las gafas, señaló seis lugares. “Desde luego,” dijo él, “puede que estos lugares no sean exactos, pero—” Su corazón empezó a latir deprisa cuando hizo una conexión que casi parecía demasiado buena para ser cierta. Agarró el libro con fuerza. “¿Puedo hacer una foto?” preguntó. “Por supuesto,” replicó él. Ella lo fotografió con manos temblorosas. “Detective, ¿de qué se trata?” preguntó él, estudiándola. “¿He servido de ayuda de alguna manera que no comprendo?” “Más de lo que usted cree,” dijo ella.



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En el texto hay: crimen, crimenes, accion

Editado: 07.08.2024

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