Antes De Que Mate

CAPITULO VEINTITRES

El teléfono de Mackenzie empezó a sonar cuando llevaba rodando con Nelson menos de diez minutos. Miró el número en su pantalla y aunque todavía no lo había guardado, estaba aún fresco y familiar en su mente. Casi se le había olvidado que Ellington le había enviado un mensaje de texto diciendo que la iba a llamar. Sabía que había enviado el texto esa mañana, pero parecía que hubiera sido hace mucho tiempo. Miró la hora en la barra de tareas de su teléfono y vio que eran solo las 3:16. Este día estaba resultando ser increíblemente largo. Ignoró la llamada, evitando añadir otro nivel de complejidad a la que estaba resultando ser una tarde bastante caótica. Al tiempo que ignoraba la llamada de Ellington, Nelson hablaba por teléfono con Nancy. Hablaba con sequedad, directo y al grano. Estaba claro que estaba al límite y más que estresado, algo que Mackenzie estaba empezando a sentir también. Terminó la llamada varios segundos después y comenzó a dar palmaditas nerviosas en el volante con sus dedos pulgares. “Nancy acaba de hablar con los chicos de la estatal,” dijo. “Van a tener un helicóptero sobrevolando el área en una hora y media.” “Eso son buenas noticias,” dijo Mackenzie. “Dime,” dijo Nelson. “¿Crees que está matando a las mujeres antes de subirlas a los postes o las mata allí?” “No hay nada sólido para probar ninguna de las dos cosas,” dijo Mackenzie. “Sin embargo, la primera escena en el maizal me hizo pensar que las mujeres están con vida cuando las pone en los postes. Había marcas en el suelo donde el látigo o lo que fuera que utiliza había sido arrastrado.” “¿Y?” “Pues que estaba caminando de un lado a otro. Estaba ansioso y esperando su momento. Si la mujer ya estuviera muerta, ¿por qué esperar con el látigo en la mano?” Nelson asintió y le lanzó una sonrisa de agradecimiento. “Vamos a atrapar a ese bastardo,” dijo él, todavía tamborileando el volante. Mackenzie deseaba con todas sus fuerzas unirse a su entusiasmo, pero algo parecía incompleto. Casi podía sentir que se le había pasado algo por alto, pero no podía figurarse de qué se trataba hasta con sus mejores intenciones. Guardó silencio, ensimismada con este asunto, mientras Nelson seguía conduciendo. Entraron a lo que Nelson se refería como el Área de Interés veinte minutos más tarde. Ella había estado escuchando hablar a Nelson en varias llamadas breves de teléfono y se había enterado de que Nelson estaba estableciendo un perímetro de algún tipo para bloquear un área de treinta millas cuadradas. El área consistía principalmente de terrenos trillados y carreteras secundarias. Unas cuantas de esas carreteras secundarias estaban rodeadas de maizales iguales al de la escena del crimen original que había desatado toda esta locura. Mientras Nelson les llevaba por una de esas carreteras, la radio de la policía les lanzó un graznido. “Detective White, ¿está ahí?” preguntó una voz masculina. Mackenzie miró a Nelson, como buscando su aprobación. Él hizo un gesto a la radio instalada debajo del salpicadero con una sonrisa. “Adelante,” dijo él. “Es tu caso.” Mackenzie descolgó el micrófono de la radio y apretó el botón de envío. “Aquí White. ¿Qué tienes?” “Estoy aquí a la salida de la Ruta Estatal 411 donde me encontré con esta carretera lateral—nada más que un camino de gravilla, en realidad. El camino lleva directamente a un maizal y no está en los mapas. Es como de media milla de largo y viene a morir a un pequeño claro en el maizal.” “Bien,” dijo ella. “¿Encontraste algo?” “Eso es decirlo muy a la ligera, Detective,” dijo el agente al otro lado. “Creo que necesita venir aquí tan rápido como le sea posible.” * Le resultaba más que inquietante encontrarse de nuevo en otro maizal. Era como si hubiera dado la vuelta completa al círculo, con la diferencia de que a ella no le parecía que estuviera llegando al final de nada. Al contrario, le parecía que estuviera empezando de cero otra vez. Permaneció en pie al extremo del claro con Nelson y el Agente Lent, el que la había contactado por radio. Los tres estaban de pie entre los delgados tallos de maíz y miraban al pequeño claro. Habían levantado un poste de madera en medio del claro. A diferencia de los otros postes que habían visto recientemente que eran idénticos a este, no había ningún cuerpo atado a él. El poste estaba desnudo y casi tenía el aspecto de un antiguo monolito en el claro vacío. Lentamente, Mackenzie se aproximó a él. Era de cedro, igual que los otros tres. Se puso de rodillas y tocó la tierra alrededor de la base del poste. Estaba blanda y era obvio que la habían cavado y luego la habían vuelto a apilar recientemente. “Este poste no lleva aquí mucho tiempo,” dijo Mackenzie. “La tierra suelta está muy fresca. Casi podría adivinar que lo hicieron hoy por la mañana.” “Así que prepara los sitios antes de traerse a las víctimas,” especuló Nelson. “No sé si eso es de genios o de arrogantes.” Aunque a Mackenzie le repulsaba escuchar la palabra genio asociada con el asesino, le ignoró. Regresó a la parte de atrás del poste y al instante descubrió los grabados en la parte baja, a varias pulgadas de la tierra suelta que mantenía el poste en el suelo: N511/J202. “Yo no diría que es ninguna de las dos cosas,” dijo Mackenzie. “Lo que sí sé es que básicamente nos ha dejado su tarjeta de presentación. Sabemos que va a regresar, y que probablemente traerá a su última víctima consigo.” A la vez que se ponía en pie, le sorprendió un deseo de venganza que no había sentido nunca antes. El hombre detrás de estos crímenes la había perturbado de alguna manera. Se había convertido en una especia de espectro, un fantasma con la capacidad de atormentarle en su casa y su mente, y de hacer tambalear su confianza en sí misma. Le había hecho saltar ante el sonido de un suelo que crujía y la había llevado al punto ínfimo de hacerle proposiciones sexuales a un agente del FBI que era como un sueño hecho realidad. Le había afectado tanto que había carecido de la energía o de la emoción para preocuparse de la marcha de Zack. Además de esto, elegía mujeres por víctimas simplemente porque utilizaban sus cuerpos como medio para ganarse la vida. ¿Y quién demonios era él para juzgarles por eso? “Quiero estar aquí,” dijo Mackenzie. “Quiero estar patrullando o apostada o lo que sea que hagamos para asegurarme de que lo atrapamos. Quiero ponerle las esposas a ese imbécil.” Sabía que eso sonaba egoísta, pero no le importaba. En ese momento, no le importaba un carajo lo que Nelson pensara de ella. No le importaba que regresara con los chicos a la comisaría y se riera de cómo la atractiva mujercita se había puesto exigente. De repente, atrapar al hombre detrás de estos asesinatos era más importante que ninguna otra cosa —incluso su trabajo y su reputación. “Puedo ayudarte con eso,” dijo Nelson con una sonrisa. “Cómo me complace ver algo de rabia dentro de ti, White. No sabía que tenías nada de eso en tu interior.” Reprimió el comentario que le danzaba en la lengua, y simplemente lo pensó. Ni yo tampoco.



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En el texto hay: crimen, crimenes, accion

Editado: 07.08.2024

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