Mackenzie estaba convencida de que el asesino no volvería a atacar hasta la noche, y los demás mostraron su acuerdo con ella. Eso les daba cuatro horas más de luz para prepararse para lo que esperaban que fuera una batida satisfactoria. Aunque acabara sucediendo algo antes de que cayera la noche, había tres coches patrulla aparcados a lo largo de la Ruta Estatal 411, pendientes de la aparición de un vehículo que entrara por la pista de tierra que llevaba al lugar que había dispuesto el asesino. Con la adición de un helicóptero de la policía estatal que venía de camino como apoyo, parecía una victoria segura incluso antes de que cayera el sol. Mackenzie estaba en uno de los coches sin marcar a lo largo de la Ruta Estatal 411, aliviada de estar a solas. Nelson estaba ocupado en regresar a la estación para reunirse con un consejero de la policía estatal, con lo que ella se pudo quedar para vigilar la escena y retener el control del caso. Su coche estaba aparcado a poco más de una milla de la pista de tierra, parcialmente oculto de la 411 tras haber dado marcha atrás hacia la entrada a lo que en su día fuera un viejo atajo que los granjeros habían utilizado para ir de un maizal a otro. Había estado sentada allí durante quince minutos y el único coche que había visto pasar era un coche de la policía, saliendo del lugar de camino a la comisaría. Todavía estaba segura de que no habría actividad hasta bien entrada la noche y sabía que tenía un buen rato de espera por delante. Se preguntó si Nelson le había asignado esta tarea para alejarla de su vista o si lo veía como una manera de darle una posición que la mantuviera al frente y en el centro de los acontecimientos a medida que se desarrollaran. Con un suspiro y una mirada al anodino tramo de la Ruta Estatal 411, Mackenzie agarró el teléfono y miró fijamente a la notificación sobre la llamada perdida de cuando Ellington había intentado llamarla hacía hora y media. Hizo lo que pudo para no recordar los acontecimientos de la noche anterior cuando había quedado en ridículo en su presencia al tiempo que pulsaba la barra de las notificaciones. Cuando salió su número, lo marcó de inmediato antes de que tuviera tiempo de cambiar de opinión. Él respondió al tercer timbre y cuando lo hizo, a ella le dio rabia que le sentara tan bien escuchar su voz. “Soy Ellington,” dijo él. “Soy Mackenzie White,” dijo ella. “Me llamaste antes, ¿no es cierto?” “¡Oh, hola! Me he enterado de que tenéis una pista prometedora.” “Eso parece, pero el tiempo lo dirá. Encontramos el siguiente poste, ya dispuesto y listo para usar.” “Ya me enteré. ¿Qué te parece eso?” “Bien,” dijo ella. “Suenas dubitativa.” “Es que parece demasiado bueno para ser verdad. Creo que falta algo.” “Quizá lo sea,” dijo Ellington. “Tus instintos son bastante atinados. No los cuestionaría.” “Normalmente no lo hago.” Un incómodo silencio se cernió sobre ellos y Mackenzie se encontró rebuscando en su mente un tema del que pudiera hablar. Ya se había enterado de la nueva pista en el caso, así que era una tontería volver a ello. Esto es patético, Mackenzie, pensó. “Y bien,” dijo Ellington, rompiendo el silencio. “Me tomé la libertad de elaborar un perfil cuando escuché que había conexiones religiosas. Hay buenas posibilidades de que estemos buscando a alguien con religión en su trayectoria. Quizá hasta un sacerdote o un pastor, aunque la historia indica una educación en un hogar estrictamente religioso. Quizá fuera a un colegio religioso privado. También estoy pensando que o no tuvo madre en casa o tuvo una madre que se iba de picos pardos. Probablemente se portaba mal de niño—no de esta manera extrema que estamos viendo ahora, sino con problemas típicos de niños.” “¿En qué se basa todo esto?” preguntó ella. “¿Solo en casos antiguos?” “Sí, principalmente,” dijo él. “No puedo recibir crédito por estas ideas para nada, pero la verdad sea dicha, es una fórmula que funciona cerca de un setenta por ciento de las veces.” “Muy bien, así que, si esta escena no resulta, estaremos al tanto de uno de los aproximadamente mil sospechosos.” “Quizá no sean tantos. Basándome en mi perfil, también asumo que es de los alrededores. Si está poniendo su propia ciudad en el mapa, como has señalado, diría que creció por allí. Por eso hice unas cuantas llamadas. Hay un colegio católico de secundaria a menos de sesenta millas de Omaha. Hay uno más en el estado, pero apuesto a que el que está más cerca de Omaha va a ser tu mejor opción. “Eso es impresionante,” dijo Mackenzie. “¿El qué?” “Así sin más, has filtrado la búsqueda y hasta tienes una fuente potencial de información sobre su pasado.” “Es que la I en FBI es de investigación.” Se rió un poco de su propia broma, pero cuando Mackenzie no lo hizo, guardó silencio. “Gracias, Ellington.” “Claro. Una cosa más antes de dejarlo.” “¿De qué se trata?” preguntó ella, nerviosa, esperando que no sacara a colación su ridícula propuesta de la noche anterior. “Cuando entregué el informe a mi director, le dije que eras increíble y que había intentado atraerte al lado oscuro.” Ella se sintió halagada. “¿Por lado oscuro quieres decir el Bureau?” “Así es. Pues ya ves, parece interesado. Así que, si en algún momento te entran ganas de pasarte por aquí, te puedo dar sus detalles de contacto. Puede que merezca la pena tener esa charla.” Ella lo consideró y aunque quería decir más, decirle cuánto le apreciaba, solo se las arregló para decir un simple “Gracias” por respuesta. La misma idea le parecía de ensueño. Cosas tan geniales como esta no solían pasarle a ella. “¿Está todo bien?” preguntó Ellington. “Sí, estoy bien, aunque tengo que irme. Estamos terminando con este asunto y tengo que estar concentrada.” “Entiendo. Ve a por ellos.” Le salió una sonrisa a pesar de que no quería. Aunque él hubiera sido un personaje de película para ella, Ellington estaba demostrando que era tan cutre y tan falible como cualquier otro. Colgó el teléfono y miró de nuevo a la Ruta Estatal 411. Comenzó a sentirse angustiada, como si estuviera perdiendo su tiempo al estar allí sin más. Abrió el navegador de Internet en su teléfono y tecleó en busca de colegios católicos de secundaria, para descubrir que Ellington había estado muy acertado en sus suposiciones. Guardó la dirección en su teléfono y entonces sacó el número de Nelson. Respondió después del cuarto timbrazo y sonaba como si le fastidiara que le interrumpieran mientras hacía la pelota a los chicos de la estatal. “¿Qué pasa, White?” “Quiero comprobar una pista, señor,” dijo ella. “Sería necesario que me fuera de la 411 unas dos o tres horas.” “De ninguna manera,” dijo Nelson. “Estás al mando de este asunto, así que tienes que quedarte cerca. Este es tu momento, White. Ni se te ocurra pensar en dejar que se te escape. Si no hemos atrapado a este tipo mañana, hablaremos de nuevo. Si es una pista realmente prometedora, puedo enviar a otra persona a que la compruebe.” “No,” dijo Mackenzie. “Es solo una corazonada.” “Está bien,” dijo él. “Quédate ahí hasta que yo te lo diga.” No pudo ni responder antes de que él colgara el teléfono. Con esto, sacó la dirección de la escuela católica en su GPS y la guardó. Entonces miró a la derecha, un poco más abajo de la Ruta Estatal 411, donde un poste solitario seguía vacío en un maizal, esperando un sacrificio. Sabía que tenía que quedarse allí, debía obedecer órdenes y sentarse allí durante cuatro horas sin hacer nada. No obstante, mientras estaba allí sentada, algo le estaba carcomiendo por dentro. ¿Y si mataba a las víctimas antes de sacarlas afuera? Si era así, eso quería decir que había una chica atrapada en alguna parte, siendo torturada, una chica que moriría mientras Mackenzie se sentaba allí sin más y esperaba a que apareciera su cadáver. No podía soportar ni pensar en ello. ¿Y si la escuela católica—la única en la zona, la que encajaba perfectamente con el perfil del FBI—le pudiera dar un nombre? ¿Una identificación? Eso podría llevarles hasta el asesino antes de que llegara aquí. Quizá podría salvar a la próxima víctima antes de que fuera demasiado tarde. Mackenzie siguió sentada, ardiendo por dentro mientras podía escuchar los gritos de la próxima víctima dentro de su cabeza. Cada minuto que pasaba era una agonía. Finalmente, pisó el acelerador y se largó pitando de allí. Buscó la Sagrada Cruz en su GPS. Desobedecer una orden directa como esta podía significar perder su trabajo, todo su futuro. No tenía elección. Solo deseaba que pudiera llegar hasta allí y regresar antes de que fuera demasiado tarde.