Antología del Terror

La Ouija

Era en los ochentas cuando una de mis tías llegó a la casa donde creció con mí madre y el resto de mis tíos, con un tablero que comenzaba a ganar fama entre los jóvenes de esa época.
La ouija, prometía responder cualquier cosa que se le preguntara, mientras ponía a prueba el valor de quienes la jugaban.

Mí madre cuenta que una noche, cuando todos dormían, fue despertada por mí tía, quién dormía en la cama de a lado. Abrió los ojos y lo primero que vió, fue el extraño diseño de aquel tablero.

 

       —Ven a jugar conmigo —le susurró mí tía en el oído.

       —No me molestes, déjame dormir —replicó mí madre aún somnolienta.

       —Sólo unos minutos —insistió —ya tengo todo listo.

       —¿De que hablas? ¿cómo que todo listo? —preguntó mí madre terminando de abrir los ojos por completo.

 

Solo entonces notó que en medio de ambas camas, había un círculo formado por veladoras que colocó mí tía. Apagó la luz del cuarto y volvió a insistirle a mí madre para que la acompañara a jugar. Era la madrugada del sábado así que, supuso que podría permitirse un poco de desvelo.

Salió de la cama más a fuerza que de ganas y tiró una almohada al piso donde se colocó de rodillas dentro del círculo mientras mí tía hacia lo mismo. Acomodaron el tablero en el piso y ambas sujetaron la aguja...

 

       —¿Y ahora qué? —preguntó mí madre nerviosa.

       —Pregúntale algo —le ordenó mí tía.

       —Claro que no —replicó mí madre —tu fuiste la que quiso jugar...

       —¡No seas cobarde! —exclamó mí tía.

       —Demuéstrame tu valor —contestó retirando las manos del tablero.

 

Mí tía la observó por un momento, indecisa y de pronto su rostro palideció por completo.

 

       —Lupe... ¡Lupe...! —exclamó angustiada —no puedo quitar las manos... algo no me deja ¡ayúdame!

       —¡Pregúntale algo! —exclamó mí madre asustada —tal vez así te deje.

 

       —Hazlo Teresa.

       —¡No, tengo miedo...! —replicó ella.

       —¡Hazlo ahora! —insistió mí madre.

 

Las lágrimas de mí tía comenzaron a brotar y un temblor incesante en sus manos la hizo desconcertar; estaban blancas, como si algo o alguíen las presionara para impedir que mí tía soltara la aguja del tablero.

 

       —¿Puedo... dejar de jugar...? —chilló mí tía con voz temblorosa.

 

Inmediatamente sus manos que estaban sobre la aguja se deslizaron hacia la palabra "NO" y el pánico de mí tía no se hizo esperar.

 

       —¡Lupe...! Lupe ayúdame... ayúdame, por favor ¡Lupe, no me quiere soltar...! Me están apretando las manos Lupe, por favor has algo... —decía mí tía llorando desesperada.

 

       —¿Qué hago? —preguntó mí madre alarmada —no sé qué hacer...

 

De nuevo las manos de mí tía se movieron y el lente de la aguja comenzaba a señalar letras en el tablero. "L U P E" decían.

 

       —Quiere que juegues Lupe, ¡Quiere que juegues! —exclamó mí tía —pon tus manos y pregúntale algo.

 

Nerviosa y aterrada, mí madre se acercó hasta el tablero, miró a mí tía aún indecisa y se acomodó a su lado, miró las manos de mí tía sosteniendo la aguja y acercó sus manos temblorosas. Justo antes de que tocara la tabla, sintió una fuerza descomunal que la atrajo de golpe a la tabla al grado de obligarla a sujetar el juego. Era como si, alguíen más le impidiera retirar las manos.

 

       —¿Qué quieres? —preguntó mí madre desesperada.

 

Al instante, una extraña fuerza aprisionó las manos de mí madre junto a las de mí tía y la aguja comenzó a moverse de letra en letra hasta marcar la palabra: "J U G A R" el ambiente entonces cambió por completo. Toda la habitación se sintió fría a pesar de que estaban a casi 30⁰.

 

       —¿Quién eres? —preguntó mí madre luego de un rato.

 

La aguja no se movió sin embargo, la presión en sus manos no cedía.

 

       —¿Eres alguíen muerto? —soltó mí tía de pronto.

 

"SI" señaló la aguja.

 

       —¿Nos harás daño? —preguntó mí madre. La aguja se movió hacia el centro del tablero sin marcar nada.

 

       —¿Qué quieres que hagamos? —volvió a preguntar mí madre, nerviosa.

 

Fue entonces que la presión desapareció y pudieron despegar sus manos del tablero y una violenta ráfaga de viento se coló por debajo de la puerta, apagando las velas que estaban a su alrededor. La habitación quedó totalmente a oscuras y de un salto ambas se metieron a la cama sin despegar la vista de la tabla que permanecía tirada en el suelo.
Unos minutos después, mí tía se armó de valor y se levantó para encender la luz de la habitación.

 

       —Tenemos que guardarla —dijo casi en un susurro.

 

       —¡Estás loca...! -le espetó mí madre -¿acaso no te bastó con lo que acaba de ocurrir? Debemos tirarla...

 

       —¡No! -replicó ella —podemos volver a jugar otro día.

 

       —Ni sueñes con que jugaré contigo a esa cosa de nuevo —contestó mí madre —lo que debes hacer es: apagar la luz, volver a la cama y tirar esa cosa en la mañana —ordenó.

 

Habían pasado algunos minutos luego de que mí madre se acostara dispuesta a dormir, sin embargo, los nervios aún la tenían alterada luego del aterrador evento, cuando súbitamente, comenzó a escuchar una voz gutural.

 

       —Despiértate... no te dejaré dormir, abre los ojos, no duermas...

 

No lograba identificar si era un susurro o si provenía de su cabeza. Lo cierto era que le aterraba el tono amenazante de esa voz.
Se levantó y a la cocina por agua para intentar calmar sus nervios. Luego de eso, fue directo al baño, se miró al espejo y trató de convencerse de que esa voz solo estaba en su imaginación. 
Súbitamente la temperatura bajó de una manera considerable, miró hacia la ventana y pudo notar como una capa helada cubría todo el vidrio y de pronto, unas afiladas uñas se deslizaron por la superficie provocando un chirrido ensordecedor, de inmediato mi madre volvió a la recámara con mi tía y lo que vió, la aterró mucho más; como si de una película de horror se tratara, encontró a mi tía flotando en el aire sobre su cama y a su lado, una silueta masculina y alta que parecía sostenerla.
El miedo hizo presa de ella y por breves segundos se paralizó ante la escalofriante escena, sin embargo, en un acto de valentía tomó en sus manos el tablero y corrió con el hasta el patio trasero, dónde tenían el bote de lámina para basura. Lo arrojó y sin dudarlo un segundo, le prendió fuego...
Segundos después la tapa del bote comenzó a moverse de manera descontrolada mientras que en su mente, escuchaba esa misma voz gutural amenazándola y diciendo que se arrepentiría de lo que acababa de hacer.



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En el texto hay: hechos reales

Editado: 27.11.2022

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