Aparentemente enamorados.

♡2: COQUETA.

Terminé mi jornada laboral con una tensión inmensa tanto en mis hombros como en mi cuello, una tensión que no se me quitaría hasta asegurarme de que la recuperación de la paciente a la que operé fuera idónea y para eso debía de esperar al menos una semana.

Realicé un trasplante de médula ósea y esas cirugías además de conllevar mucho tiempo y un procedimiento sumamente meticuloso, era la cirugía que implicaba más riesgos al momento de la recuperación, algunos de los pacientes que se sometían a ese procedimiento fallecían un par de días después de la operación debido al rechazo del cuerpo a las nuevas células madres, cuando el paciente y el donante no eran del todo compatibles o cuando los pacientes recibían células madre a las que se les han extraído los linfocitos.

Consideraba que nuestras manos eran la parte más importante y valiosa de todo nuestro cuerpo porque gracias a ellas hacíamos y desarrollábamos absolutamente todo y desde muy pequeña decidí que utilizaría mis manos para salvar vidas, lo que muy pocas veces me advirtieron fue la enorme responsabilidad que suponía ser cirujana y es que así como era la causante de darle una segunda oportunidad a pacientes que estaban al borde de la muerte, también había sido la causante de muertes y por supuesto que no de manera intencional, pero era una cirujana y por más que hiciera bien mi trabajo, el resultado de las cirugías dependían de varios factores, algunos que ni siquiera yo podía controlar, por lo que mi profesión era un arma de doble filo incluso cuando mi propósito principal siempre fue ejercerla con buenas intenciones.

A papá le detectaron leucemia cuando era muy pequeña y nunca me dio miedo perderlo porque veía sus mejorías a causa de los múltiples tratamientos a los que se sometía en diferentes partes del mundo.

Su enfermedad nunca fue algo que le impidiera trabajar, en realidad fue un impulso para construir todo el imperio que actualmente me pertenecía en su mayoría, se obsesionó tanto con trabajar para dejarnos un patrimonio tanto a mamá como a mí «en ese entonces no existía Atenea», que dejó de lado su salud y prefirió vivir como si su enfermedad no existiera, al menos eso fue lo que creía y es que al ser tan pequeña, había muchas cosas que desconocía, incluyendo que papá pertenecía a la diminuta población mundial que portaba una inusual sangre denominada dorada que era del tipo Rh nulo, lo que la convertía en sangre idónea para hacer donaciones al ser universal y en un peligro latente para quiénes la portaban al ser imposible de conseguir, fue justo eso lo que sucedió con papá; no importaba que fuera millonario y tuviese los cientos de miles de dólares que costaba una cirugía de ese tipo, era imposible que alguien pudiese donarle una médula ósea al no tener sangre y células madres que fueran compatibles con él, no importaba qué tanto se aferrara a la vida, en cualquier momento la perdería al no haber donadores que tuviesen la misma sangre que él, la misma sangre que la mayoría de los integrantes de mi familia paterna poseían y el mismo motivo por el que todos fallecían con tanta rapidez.

No se sabía con exactitud a qué se debía poseer ese tipo de sangre, lo evidente era que tener ese tipo de sangre era hereditario, un jodido problema considerando que el resto de mi familia que tenía sangre dorada, ya había fallecido debido a enfermedades sanguíneas como leucemia, hemorragias, anemia, hemofilia y una amplia lista más, enfermedades que podrían evitarse con trasfusiones inexistentes al no haber donadores compatibles.

Me molestaba hasta los huesos que los científicos hubiesen nombrado a esa sangre como dorada al ser según ellos tan “valiosas”, cuando honestamente era una tumba silenciosa para todos aquellos que la tuvieran, mientras que los malditos científicos querían obtener aunque fuese una gota de esa extraña sangre para experimentos e investigaciones, yo hubiese querido obtener litros de ella para poder aumentar la esperanza de vida de papá.

El universo, Dios, la vida o el destino no podían ser tan crueles conmigo y luego de quitarme a mi mamá, a mi papá y a la mayoría de mi familia cercana, no podían arrebatarme a mi hermanita y afortunadamente ni ella ni yo heredamos ese tipo de sangre, lo que significaba que nuestras muertes no estarían relacionadas con enfermedades sanguíneas como las del resto de mi familia.

Algunos pensarían que después de pasar gran parte de mi infancia asistiendo a funerales, me acostumbraría a la muerte y dejaría de tenerle miedo, la verdad era que conforme más crecía, más traumatizada me sentía ante la idea de que la muerte viniese no por mí «porque por fortuna y a pesar de ser joven ya había cumplido la mayoría de los objetivos más importantes de mi vida» sino por mi hermanita, ya no por alguna enfermedad sanguínea, sino por algún otro motivo, era justo por eso que la cuidaba tanto y que me encargaría de hacer todo lo que estuviese en mis manos con tal de mantenerla a mi lado, porque incluso con el martirio que significaba para mí tener que convivir y casarme con el odioso de mi ex novio Ares, lo haría sin dudarlo por un segundo siempre y cuando mi recompensa fuera ser legalmente la tutora de Atenea, quién me necesitaba tanto como yo a ella al ser lo único que teníamos y debíamos de cuidarnos mutuamente como el tesoro que éramos de la otra.

Sin duda alguna lo que más necesitaba para liberar un poco de la incertidumbre del trasplante de médula ósea que le hice a mi paciente, era pasar una agradable noche de películas con mi hermanita, incluso cuando tuviésemos a un imbécil intruso al que me vi obligada a invitar para que me disculpara por haber sido tan cruel hoy con él, ¡puaj!




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