Se detiene con la respiración agitada cuando una llamada entra en su teléfono, interrumpiendo la música que estaba escuchando. Al mirar el móvil, lee el nombre de Charles en la pantalla y, rápidamente, desenchufa los auriculares y acepta la llamada.
–Hola, Charles –habla, aun respirando agitadamente.
–¿Qué tal, Brooke? ¿Te pillo en mal momento?
–No, no. No te preocupes. Sólo estaba corriendo un rato –da un sorbo a su botella de agua.
–Oh, yo te llamaba para pedirte que vinieses a mi habitación. Ya he estado mirando lo que me dijiste. Estaré el resto de la tarde aquí, así que puedes venir cuando quieras.
–Genial. En media hora llegaré a la residencia. Me paso en cuanto llegue.
–Te espero.
Y, con esa despedida, los dos cuelgan la llamada al mismo tiempo.
Brooke revisa su hora. Si se da prisa, llegará a la residencia y podrá pasarse por la habitación de Charles antes de tener que ducharse y bajar a cenar. Así que, aunque le gustaría seguir corriendo un poco más, vuelve a conectar los auriculares y volver a correr de camino a la residencia.
Por fin ha podido salir a correr después de no haber podido hacerlo desde el fin de semana, y se siente bastante más relajada ahora que por fin ha vuelto a su rutina.
No disminuye la velocidad de sus pasos en ningún momento y, cuando llega a la residencia –media hora más tarde, tal y como le había dicho a Charles–, va directamente a su planta. No tardará mucho en bajar a la suya.
–Vaya, sí que eres puntual –Charles sonríe cuando abre la puerta.
–Lo suelo ser siempre –ella también sonríe y pasa por su lado cuando le hace un gesto para que pase–. ¿Has conseguido encontrar algo?
–Llevo dos días trabajando en ello y lo he intentado de todas las maneras posibles, pero no he logrado encontrar gran cosa –le explica, pasando por su lado y acercándose a su ordenador–. Mira, ven –le pide. Brooke se acerca a él–. Tuve que buscar información y ver bastantes vídeos para saber cómo funcionaba el programa, pero más o menos creo que lo he llevado bien. Pude ingresar el número y esperé a que me diese el resultado.
–¿Y no te dio ninguno?
–Me dio uno, pero… pero hay algo que no entiendo.
–¿A qué te refieres?
–El número pertenece a un hombre que falleció hace más de un año –le explica–. Y ese número sigue estando a su nombre; es decir, no pertenece a otra persona. Le pertenece a él.
–Pero… ¿cómo es posible? –Brooke frunce el ceño–. ¿Y no… no sabes de dónde viene?
–Eso es otra cosa –Charles suspira y señala la pantalla. Puede ver diferentes puntos marcados en ésta, sobre su país–. El servidor se multiplica.
–¿Y eso qué quiere decir?
–Que hay varias personas utilizando un mismo número de teléfono desde diferentes puntos del país, cosa que es imposible, o que el servidor de ese número se ha multiplicado para que no se sepa de dónde viene, que es muy difícil pero más probable que lo otro –le explica y hace una pequeña pausa antes de añadir–: Brooke, ¿por qué has querido saber todo esto?
–Ah, por nada –dice simplemente–. Curiosidad.
–Me cuesta creerte.
–De verdad, no es nada –insiste ella–. Gracias por haberme ayudado. Te debo una.
El chico se queda mirándola un momento, sin estar conforme con su respuesta. Pero, finalmente, lo deja estar.
–Está bien –dice, sin insistir más, y la acompaña a la puerta.
–Ah, y no le digas nada de esto a Brendan si te pregunta –añade antes de salir.
–No lo haré, no te preocupes –él sonríe de lado–. Ya me preguntó el otro día, pero he cumplido con mi palabra. Así que no tienes de qué preocuparte, puedes confiar en mí. Aunque es muy cabezón, eh. Se preocupa bastante por ti.
–Es un buen amigo, le entiendo. Pero no tiene por qué.
–¿Sólo sois amigos?
Brooke le mira un poco confundida antes de asentir con la cabeza.
–Claro, yo tengo novio. Pero vive en San José –le explica rápidamente–. ¿Por qué lo preguntas?
–Ah, no. Por nada. Sólo que os he visto muchas veces juntos y, por como intentaba saber de este tema, pensaba que había algo más entre vosotros.
–Somos amigos, nada más –se encoge de hombros, sin importancia. Aunque la acaba de dejar un poco pensativa. ¿Por qué piensa que Brendan y ella estaban juntos? ¿Dan esa impresión a todo el mundo?–. Bueno, me tengo que ir. Muchas gracias, de verdad. Ya nos veremos.
El chico asiente y se despide con la mano, pero antes de que Brooke de un par de pasos hacia las escaleras, se gira una vez más hacia él.
–Espera, Charles –le llama.
–Dime.
–El nombre del hombre al que pertenece el número… ¿lo ponía? ¿Sabes cuál es?
–Philips Myers.
Al instante en el que escucha ese nombre, se queda paralizada. Philips Myers, el padre de Ruby. Es él. Murió hace más de un año, tal y como ha dicho. Y tiene que ser mucha coincidencia que dos personas se llamen igual y mueran el mismo año.
–¿Brooke? –Charles frunce el ceño–. ¿Qué pasa? ¿Conoces a ese hombre?
–No –dice rápidamente–. No lo conozco. Bueno, me voy a ir ya. Nos vemos, Charles.
Y, antes de que le dé tiempo a decir nada más, le da la espalda al chico y baja a su planta.
Entra en su habitación precipitadamente y se percata de que está sola. Lo prefiere. Ahora lo que menos le apetece es tener que darle explicaciones a Rachel de por qué se siente tan agitada. Tan nerviosa.
Tan… asustada.
Se pasa las manos por el pelo y camina de un lado a otro de la habitación. Ya había pensado que esa persona que le envía esos mensajes tenía que ver algo con Ruby. Lo tenía clarísimo. Pero… pero ahora acaba de confirmarse esa teoría. Si tiene el número de Philips y éste sigue siendo el propietario de ese número, tiene que tener algo que ver con él. Con la familia Myers al completo.
Pero, ¿quién puede ser?
Coge un conjunto de ropa cómoda –leggins negros, sudadera y deportes– junto con su ropa interior y entra en el baño. Una ducha de agua caliente le vendrá bien en ese instante. Así que se desviste lo más rápido que puede y, cuando se encuentra bajo el agua casi ardiendo, se queda unos minutos ahí quieta, sin hacer nada más que intentar relajarse y calmar los latidos agitados de su corazón.
Editado: 22.10.2021