Disminuye la velocidad de su trote conforme se va acercando a su residencia y, al estar en la puerta de ésta, se detiene con la respiración agitada.
De nuevo, ha salido a correr. Como todos los días anteriores. No consigue dormir tanto como le gustaría; no descansa lo suficiente. Ya son varios días en los que se levanta mucho antes de que suene la alarma –o, incluso, antes de que amanezca– y no puede seguir durmiendo. Por ello, prefiere salir a correr un rato antes que quedarse en su habitación, que cada vez se le hace más pequeña.
Cuando ya ha recuperado la respiración, entra por fin en la residencia. La mayoría de los residentes se están levantando en ese momento cuando Brooke lleva ya más de una hora despierta.
–Buenos días, Rick –le saluda cuando pasa frente a él.
–Oh, Brooke. Buenos días –la mira al instante–. Has madrugado.
–Ya llevo unos días madrugando –se encoge de hombros–. Bueno, subiré ya a darme una ducha antes de ir a clase. Que tengas un buen día.
–Tú también, Brooke. La semana pasada fue un poco complicada, a ver si esta mejora.
Brooke asiente con la cabeza lentamente, ahogando un suspiro.
Al llegar a su habitación, la cama de Rachel está vacía, lo que indica que ya se habrá despertado; estará en el baño. Espera a que salga del baño sacando la ropa que utilizará ese día de su armario y se sienta en el borde de su cama.
Minutos más tarde, su amiga sale del cuarto de baño.
–Oh, ya has llegado –sonríe ella al verla–. Buenos días.
–Buenos días –le sonríe Brooke también, levantándose de su cama–. Voy a darme una ducha.
–Oye, Brooke –Rachel la llama antes de que a ella le dé tiempo a encerrarse en el baño–. Apenas duermes… ¿seguro que estás bien? Sabes que puedes contarme lo que sea. No diré nada.
–Ya lo sé, pero no es nada. Supongo que esta última semana ha sido un poco dura y me ha afectado un poco, pero nada que no se vaya a arreglar en un par de días.
–¿Estás segura?
No.
Pero, obviamente, no le dice nada.
–Estoy segura –se limita a decir–. Bueno, me preparo y bajamos a desayunar. No tardaré.
–Vale –ella asiente–. Aún vamos con tiempo, así que no tengas prisa.
Media hora más tarde, las dos chicas bajan al comedor y se reúnen con Adele y Peter como cada mañana. Y, como cada mañana, desayunan sin prisas durante la próxima media hora hasta que tienen que irse a sus respectivas clases. Adele y Brooke, por supuesto, van juntas a su primera clase del día.
Clase que imparte el profesor Foster.
Con pereza, se sienta en su sitio de siempre y mira un momento al frente.
–¿A ti qué te pasa? –le pregunta Adele a su lado y Brooke la mira al instante–. Sí, es a ti. ¿Qué te pasa? Estás rara. Y tienes unas ojeras que, en cualquier momento, te van a llegar al cuello.
–Estoy cansada.
–Ya, eso ya lo veo –enarca una ceja–. Venga, cuéntamelo.
–Lo que ha pasado estos últimos días me tiene un poco agotada. Y… bueno, he discutido con Jack, con Evelyn y con Max. Yo creo que a este paso me quedo sin novio y sin amigos, pero bueno…
–Dudo mucho que te quedes sin novio y sin amigos. Eres Brooke Stone. Caes genial a todo el mundo; todos te adoran. Incluso yo, y tienes que sentirte muy afortunada por ello.
–Oh, gracias –río por lo bajo–. Aunque dudo que todo el mundo piense como tú.
–¿Y eso? ¿Has discutido con alguien? Sabes que yo me meto en cualquier cosa, me lo puedes decir y te ayudo con mi extrema amabilidad.
–No, no he discutido con nadie. Pero supongo que no le caigo demasiado bien a alguien.
–¿A qué te refieres? –frunce el ceño.
Se encoge de hombros y, en ese momento, entra el profesor Foster en clase.
Da un rápido vistazo a toda la clase cuando llega a su mesa mientras todos los alumnos se sientan también en sus respectivos sitios y, un minuto más tarde, el profesor de pelo castaño, de entre unos 35-40 años y ojos marrones comienza con la explicación del día.
La siguiente hora que dura la clase se le hace especialmente larga; es lo que conlleva no descansar lo suficiente, salir a correr antes de empezar las clases y todo lo que tiene en mente. No se concentra y apenas presta atención a lo que dice el profesor; se limita a mirar y asentir de vez en cuando, para mostrar que sí está escuchando cuando, en realidad, no es así.
Incluso Adele se da cuenta de que Brooke está despistada ya que, cada vez que la mira, la encuentra con la mirada perdida al frente. Pero no le dice nada. Al menos, no de momento.
Cuando la clase termina y tienen que ir a la siguiente, todo el mundo se levanta –unos con prisa y otros con tranquilidad– y comienzan a salir de clase. Brooke es de las que van con tranquilidad e, incluso, con pereza.
–Brooke, ¿puedes quedarte un momento? –Andrew la llama cuando pasa por delante de su mesa–. Quiero hablar contigo.
–Eh… sí, claro.
–Yo voy a la siguiente clase, te espero allí –le avisa Adele.
Brooke asiente con la cabeza y cuando la ve desaparecer de la clase, dirige su mirada hacia el profesor. Está colocando unos folios en la mesa y no la dirige a ella hasta que no están solos, como la última vez.
–¿Pasa algo, profesor? –decide preguntarle.
–Nada grave, no te preocupes –le sonríe y rodea la mesa, ya con ésta recogida, para acercarse a ella–. Ayer terminé de correr tu trabajo. Debo darte la enhorabuena, es el mejor de la clase.
–Oh, gracias.
–No hay de qué –hace una pequeña pausa, sin dejar de mirarla–. Te he visto distraída en clase.
–Sí, eh… lo siento. He estado un poco distraída estos últimos días, pero lo recuperaré.
–No lo dudo –coloca una mano en su hombro–. Podría ayudarte en eso.
–No hace falta. Le pediré los apuntes a algún compañero y… y listo.
–Podría darte unas clases extraescolares –sigue insistiendo, dando un suave apretón en el hombro de ella. Ella cada vez se siente más incómoda–. Esta tarde la tengo libre, podrías pasarte por mi despacho y…
Editado: 22.10.2021