Apariencias engañosas: Conexiones oscuras

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–…y cuando hablamos de las funciones de la familia en el Derecho, nos encontramos con lo social, económico y político. En el artículo 27 que os he enviado esta mañana podréis ver… –la profesora de Derecho Civil se interrumpe cuando da un par de toques a la puerta–. Sí, adelante.

Brooke aparta la vista de su portátil, donde estaba empezando a leer ese artículo, y mira a la entrada de la clase. Tanto ella como el resto de la clase ven a la rectora asomarse por la puerta.

–Perdona que te interrumpa, Vera. Venía en busca de Brooke Stone –dice y rápidamente la busca con la mirada–. Está por aquí, ¿verdad?

–Sí, no te preocupes, Grace –ella también mira la clase.

Las dos mujeres detienen su mirada en Brooke, al igual que todos sus compañeros, y ella se queda un momento quieta antes de apagar su ordenador rápidamente y levantarse. Adele le lanza una mirada inquisitiva a su amiga, pero Brooke apenas la mira; se limita a ir junto a la rectora y salir con ella de clase.

–¿Pasa algo? –le pregunta cuando caminan por el pasillo.

–Nada grave –le sonríe ampliamente–. Ahora lo hablamos.

Brooke frunce un poco el ceño, pero decide no seguir preguntando y esperar a llegar a su despacho para mantener esa conversación. Lo que no se esperaba es que, al entrar en el cuarto, se encontrase con otras dos personas: los inspectores Gray y Clark.

¿Qué hacen ahí?

–Buenos días, Brooke. Puedes sentarte –le saluda Edgard, señalando una silla.

–Buenos días –le saluda su compañero.

–¿Qué pasa? –pregunta ella directamente, mirando a las tres personas que se encuentran con ella, mientras se sienta en la silla que le han señalado.

–Grace nos ha contado lo de la pintada de ayer –le dice Edgard directamente.

–¿Sabéis algo más? ¿Sabéis quién ha sido?

–No, aún no lo sabemos.

–¿Cómo es posible? –vuelve a mirar a los tres–. La pintada se hizo a plena luz del día, cuando salí a primera hora para ir a clase no estaba. ¿Nadie ha visto nada? ¿Ni siquiera las cámaras de seguridad?

–Todo el mundo estaba en clase a esa hora, y si no, estaba en su habitación –interviene Grace–. Y las cámaras… se ve a alguien haciéndolo, pero no su cara. Ha tenido cuidado en esas cosas.

Brooke suspira, pasándose las manos por la cara, y vuelve a mirar a los tres. Si no saben nada, ¿para qué quieren hablar con ella?

–Brooke –la llama ahora Gabriel–, no te vimos en el entierro de Andrew Foster. Pensábamos que, al ser su alumna, estarías allí.

–Estaba cansada, no tenía ánimos para ir.

–¿Y qué estuviste haciendo ese día?

–Me quedé en mi habitación, tenía cosas que hacer –frunce el ceño–. Perdonad, pero ¿a qué vienen estas preguntas? Ya dije que yo no sé nada de lo que ocurrió.

Los dos inspectores se miran entre ellos durante unos segundos antes de volver a mirarla a ella.

–Verás, Brooke… –sigue hablando ahora Edgard–. Ayer por la tarde recibimos una llamada anónima. Esa llamada nos decía que Andrew tuvo un problema contigo, que… se sobrepasó. Y, al poco de recibir esa llamada, nos llamó la directora de tu residencia para avisarnos de lo sucedido. Por eso hemos venido esta mañana a hablar contigo.

–¿Una llamada? –repite–. ¿De quién?

–Como ya te he dicho, era anónima. No nos dio su nombre. Sólo nos contó lo que supuestamente había pasado –apoya sus brazos en sus rodillas–. ¿Pasó algo, Brooke?

–No… –murmura, negando con la cabeza y bajando la mirada–. No pasó nada.

–Puedes contarnos lo que pasó, Brooke. No pasa nada. Si ese profesor se sobrepasó contigo, no tendremos en cuenta que…

–No pasó nada –repite, tocando sus dedos con nerviosismo.

–Entonces, ¿lo de tu mano no te lo hiciste porque quisieras defenderte? –interviene Gabriel.

–No, yo… me caí.

No la creen. Brooke lo tiene claro. Las mentiras tienen las patas muy cortas y a ella ya le han pillado. Saben que todo lo que dijo es mentira. Dudan de ella y, por consecuencia, seguro que piensan que tuvo algo que ver.

–Está bien –el inspector Gray suspira–. Dijiste que no conocías a Charles, ¿verdad? Que sólo hablaste con él para que te arreglase un problema del ordenador.

–Sí –murmura, algo cohibida por el cambio de tema.

–¿Qué le pasaba a tu ordenador?

–No lo sé. No… no funcionaba. Ni siquiera le pregunté lo que le pasaba, cuando vi que me lo arregló, me fui a terminar un trabajo.

–Trabajo que tenías que entregar al día siguiente, ¿verdad?

Brooke asiente como única respuesta.

–Brooke, hemos hablado con tus profesores. Ese día no tenías que entregar ningún trabajo –finaliza hablando la rectora, quien se encuentra a un lado del despacho–. De hecho, el que tenías que entregar esa semana, ya lo hiciste unos días antes.

No sabe qué decir. La acaban de pillar en otra mentira. Y para esa no tiene excusa. Cada vez siente como la habitación se le está haciendo más pequeña.

–¿Para qué necesitabas el ordenador exactamente? –le vuelve a preguntar Edgard–. ¿O no había ningún ordenador que arreglar?

–Sí… yo…

–Brooke, ¿tuviste algún problema con Charles?

–¿Qué? No, claro que no.

–¿Y con Kayla? –añade Gabriel–. Nos dijeron que os vieron discutiendo ese día, pero no le dimos importancia. Una discusión la puede tener cualquiera, ¿verdad? Y no llegó a más.

–Fue una tontería.

–¿Y nos puedes explicar esa tontería?

–Me choqué con ella y la manché con la cena, nada más –mira a los tres con nerviosismo.

–¿Sabes, Brooke? Nos gustaría creerte. Te aseguro que queremos hacerlo. Pero nos cuesta mucho –Gabriel la mira–. ¿Por qué has mentido?

Brooke no responde a esa pregunta, se limita a negar con la cabeza. Al instante, entiende la dirección que está tomando esa conversación: es culpable. No la creen, por supuesto. Piensan que ha mentido porque… porque ella ha asesinado a esas tres personas.



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En el texto hay: asesinatos, misterio, thriller

Editado: 22.10.2021

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