Alan corrió todo el camino hasta el lugar de donde habían sonado los disparos. Al acercarse lo suficiente hasta casi llegar a la oficina del director, extraños sonidos parecidos a los gemidos lastimeros de un animal y el desagradable olor a retrete de taberna barata lo hicieron disminuir la velocidad.
Estaba por dar vuelta en la esquina del corredor cerca de la entrada principal cuando un policía dobló en su dirección casi topando con él.
Ambos se lanzaron miradas confundidas. El oficial llevaba la camisa del uniforme llena de manchas de sangre, su rostro estaba pálido y sus manos temblaban mientras sostenía su arma con fuerza.
Alan estaba por hablar cuando el oficial se llevo el dedo índice a los labios en señal para silenciarlo.
Durante unos pocos segundos Alan no tuvo idea de lo que ocurría hasta que la figura tambaleante de una mujer apareció a espaldas del oficial.
Sus ojos se abrieron con horror al divisar el terrible aspecto que tenía la desconocida. Dejando un charco de sangre a cada paso que daba, su pierna izquierda destrozada dando un giro casi completo hacía atrás. Escupía sangre, su piel tenía marcas de mordidas en todo lo largo de sus brazos y de su vientre caía lo que parecían ser organos vitales a través de un enorme agujero rasgado.
Alan contuvo las ganas de gritar y vomitar cuando la mujer que parecía confundida y cuya pierna crujía desagradablemente cada vez que se movía giró la cabeza en su dirección.
La mirada con la que Alan se encontró le heló la sangre. Un chillido zumbante salió de los labios sangrientos de ella y su expresión vacía se convirtió en una de hambre.
El policía que hasta ese momento se había mantenido de espaldas empujó a Alan obligándolo a moverse al tiempo que docenas y docenas de hombres y mujeres con aspecto de cadáveres andantes aparecieron atraídos por el chillido de la primera.
—¡No se detenga!– gritaba el oficial, moviéndose tan rápido como sus piernas cansadas se lo permitían.
Alan salió disparado a toda velocidad ganando terreno entre esas criaturas y él. Los sonidos bestiales que escupían mientras lo perseguían empezaban a taladrar en sus oídos.
—¡Siga adelante, siga...!– los gritos del oficial cesaron.
Alan giró por encima del hombro sólo para alcanzar a ver como el hombre uniformado era prácticamente succionado por la horda de criaturas que avanzaban a una velocidad sorprendente.
Algunos de ellos quedaron resagados mientras parecían estar devorando al policía. Alan jadeó con el corazón latiéndole desbocado y siguió adelante sacando toda la velocidad que era capaz de tener en ese momento. Alzó la mirada al frente y alcanzó a divisar la cabeza de la profesora Ferro asomando desde la puerta de la sala de maestros.
—¡Corra!– gritó cuando los chillidos desquiciados de sus perseguidores se alzaron demasiado cercanos.
La mujer giró hacía él con mirada de pánico.
—¿Qué ocurre profesor Novat...?– quiso saber ella, su voz sonando temblorosa.
Alan captó la silueta de tres personas que corrían de lado opuesto al suyo dirigiéndose hacía la profesora por la espalda. Eran las mismas chicas que habían estado atacando a Camila en el pasillo. Ahora tenían ojos inyectados en sangre, rostros desencajados y se movían rápidamente.
—¡Atrás de usted!– advirtió.
La profesora Ferro no reaccionó. Sus ojos se llenaron de lágrimas y terror cuando observó la marea de horribles desconocidos que corrían tras Alan. No fue capaz de girar a tiempo cuando aquellas tres chicas se lanzaron contra ella haciendo que su rostro chocara estrepitosamente contra el suelo destrozandole parte de la dentadura.
Hubo gritos y chillidos cuando las tres muchachas empezaron a arrancar pedazos enteros de carne mientras la mujer se ahogaba con su propia sangre. Alan se detuvo sin saber si seguir avanzando o no. El grupo que lo seguía se encontraba muy cerca.
Decidió correr al frente esquivando a las tres chicas que se mantenían entretenidas comiéndose a la profesora Ferro, cuyos gritos habían cesado, y brincó al interior de la sala de maestros cerrando la puerta.
Camila estaba inclinada sobre el suelo vomitando luego de haber visto tan horrible escena de canibalismo a pocos metros de ella.
—¡Ayúdame a mover ese mueble, rápido!– gritó Alan, apuntando al librero cerca de la puerta.
Camila temblaba, sus ojos eran un reflejo de terror imposible de explicar, ni siquiera parecía ser consciente.
—¡Rápido!– insistió cuando el choque de cuerpos estampándose contra la puerta empezaron a ser constantes.
Camila tembló y caminó a duras penas hasta el costado del pesado librero y empujó como pudo tratando de moverlo. Sus manos parecían la hoja seca de un árbol meneándose contra la corriente del viento.
—No... No puedo hacerlo... No puedo– decía en murmullos, aún escupiendo un poco de vómito y llorando, simplemente su cuerpo no reaccionaba.
Alan se aferró a la puerta con fuerza cuando las embestidas de los cuerpos de aquellas criaturas contra la madera se hizo más potente y salvaje.
Sabía que no resistiría mucho, podía escuchar los sonidos inhumanos de esas cosas resonando uno tras otro hasta crear un chillido múltiple que crujía al interior de su cabeza. Las puntas de sus dedos estaban blancas por toda la presión que ponía intentando mantenerla cerrada. Sudaba frío y respiraba con dificultad, no estaba teniendo control de sí mismo, era simplemente que no sabía qué demonios pasaba.