Apocalipsis

[05]

Alan ahogó una queja cuando sintió su cuello doler al intentar moverse. Abrió los ojos muy lentamente y lo primero que vio fue la calle desolada a través del cristal roto de su ventanilla. La camioneta que los había impactado estaba a unos metros más allá colisionada contra un poste de luz. Poco a poco los recuerdos llegaron a su mente confusa.

La lluvia continuaba cayendo sin dar tregua. Los autos abandonados en plena avenida y los cuerpos descuartizados cuya sangre era barrida por la corriente del agua al caer calle abajo era desagradable a la vista.

Alan se movió a duras penas. El polvo blanco de la bolsa de aire cayó de su cabello por todo su rostro. Giró hacia el asiento de a lado en busca de Camila pero no había nadie ahí.

—¿Marín?– se puso alerta, tratando de salir del auto destrozado.

El lado izquierdo del coche había sufrido un notable daño en la parte trasera pero no había rastro de nada que indicará que Camila hubiera muerto en el impacto o que hubiera sido devorada. Seguramente había salido por su propio pie y eso le hizo preguntarse ¿Cuánto tiempo estuvo inconsciente?

Sacudiéndose el dolor y la sensación de que todo era un simple sueño, logró salir. La lluvia lo empapó en cuestión de segundos. Sabía que no era seguro andar por allí sin llevar algo con qué defenderse dada la extraña situación por lo que tomó una de las herramientas que siempre tenía en el maletero del auto y avanzó.

Trató de advertir en qué dirección había ido Camila. Probablemente sería más seguro sólo dejarla ir pero se sentía responsable de su seguridad. Luego de verla tan nerviosa y asustada no creía que fuera a sobrevivir por su cuenta.

Se detuvo al notar que muchos de los autos tenían marcas de disparos y algunos de los cuerpos parecían personas comunes y corrientes, no parecían ser esas bestias devoradoras de carne humana. Había marcas de llantas metálicas sobre la carrocería de algunos autos y casquillos por todo el camino.

El sonido de disparos en la distancia lo hizo agacharse detrás de uno de los vehículos hechos chatarra para cubrirse. Sonaban demasiado constantes como para pertenecer a un arma simple. El hecho de que esa calle estuviera tan despejada de criaturas y humanos en general no le daba buena espina.

Escuchó el sonido de una explosión que lo hizo cubrirse aún más, encogiéndose en su lugar mientras sujetaba la llave de tuercas que llevaba a modo de arma con fuerza en sus manos.

Cuando finalmente fue capaz de alzarse y ver de qué se trataba, alcanzó a divisar el edificio de la escuela ardiendo en llamas que eran ahogadas lentamente por la misma lluvia. Desde esa distancia podía escuchar gritos y chillidos sofocados.

No se quedó lo suficiente ahí. Sabía que estaba demasiado expuesto en una avenida tan extensa como esa, así que se internó en una de las calles contiguas y contuvo el aliento al toparse con algo aterrador. Una cantidad abominable de cuerpos yacían sobre cada espacio disponible. Casas y pequeños negocios destrozados, autos destruidos, marcas de balas y...

—¿Tanques militares?– exclamó al tiempo que caminaba lentamente hacia el interior de las calles.

Ahora tenía un poco más de sentido. Los militares seguro se encontraban limpiando el área pero al parecer no se tomaban la molestia de verificar quiénes eran monstruos come humanos y quiénes no. Simplemente estaban asesinando a quien encontraran. Ahora Alan caía en cuenta de que no sólo debía cuidarse de esas criaturas.

Avanzaba observando un poco los cuerpos, tratando de identificar el de Camila. Si la chica se había encontrado con los militares lo mas probable es que no hubiera salido con vida.

—Debería ir a casa...– se dijo a si mismo, decidiendo que buscar a la castaña era caso perdido, probablemente no volvería a verla jamás.

Se movió por entre las calles tratando de hacer el menor ruido posible sin estar seguro de cómo debía actuar. Simplemente avanzó precavidamente bajo la lluvia tratando de advertir el peligro.

El sonido del motor de un auto avanzando hacia él lo hizo estremecer creyendo que podría tratarse de los militares. Entre cerró los ojos intentando apartar el agua de lluvia que caía por su rostro hasta que el auto se detuvo frente a él y la ventanilla del conductor bajó.

—¡Hola!– saludó un chico de sonrisa alegre, asomando desde el interior —¿quieres que te llevemos? Aún queda espacio–.

Alan estaba por negarse con toda la desconfianza del mundo cuando de pronto escuchó los golpecitos que alguien hacia al interior del vehículo desde el asiento trasero. Al girar logró identificar el rostro de Camila, quien lo llamaba dando toquecitos contra el cristal.

—¿Marín?– Alan se agachó un poco más para alcanzar a verla.

—¿Se conocen?– el desconocido sonreía muy naturalmente, su despreocupación desencajaba con la situación —anda, sube. Podemos llevarlos a donde sea–.

Fue hasta ese momento que Alan notó a otra persona sentada en el asiento del pasajero. No estaba seguro de querer viajar con esos desconocidos pero sería realista. No tenía en qué moverse y con esa lluvia llegar hasta su casa sería complicado. La situación no era favorable y podía encontrarse con más de esas criaturas sin contar con que Camila viajaba con ellos y no podía dejarla sola así que tomó la decisión obvia.

Brincó al interior del asiento trasero junto a la castaña y cerró la puerta de prisa. Lo primero que hizo fue analizar a ambos chicos. El conductor sonreía amablemente mientras que el otro, un chico de cabello largo y muy oscuro lo observaba con seriedad y aburrimiento.

—Sólo una mujer y parece ser menor de edad– suspiró el de cabello oscuro —a este paso la necrofilia será la única opción– dijo.

—O podrías volverte gay como yo– apuntó el chico sonriente antes de arrancar esquivando autos volcados y pasando por encima de los cuerpos sin mayor problema.



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En el texto hay: zombies, romance, terror

Editado: 24.02.2021

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