Estaban atrapados en una marea de zombies que azotaban sus cabezas sangrantes contra las ventanillas del auto que apenas resistía. Alan se sentía asfixiado y casi llegando al punto de la histeria cuando notó que la velocidad del vehículo disminuyó hasta finalmente detenerse.
Esteban presionaba el acelerador con fuerza pero la masa de criaturas era tan grande que impedían el avance. Su casa quedaba a menos de cinco minutos de distancia y al parecer no iban a poder salir de ahí.
—Intenta de reversa– decía Daniel, moviéndose en todas direcciones, tratando de encontrar un lugar por dónde escapar.
—No se mueve– Esteban presionó el acelerador hasta hacer que las llantas traseras soltaran humo.
A su alrededor los rostros destrozados de caníbales los observaban a través de las ventanillas con hambruna en la mirada. El auto empezaba a moverse en un lento vaivén sin llegar a nada. Los sonidos desagradables de esas criaturas se alzaban desde el exterior provocando escalofríos. Mientras más chillaban y jadeaban, más de ellos aparecían atraídos por el sonido.
—Tengo miedo...– murmuro Camila, aferrándose al brazo de Alan con fuerza.
—¡Tengo una idea!– comentó Esteban, con una sonrisa alegre.
Alan siguió los movimientos del muchacho quien rápidamente buscó entre los compartimentos del auto mientras cantaba una canción alegre. El cristal de las ventanillas empezaba a ceder ante los golpes constantes de las criaturas.
De pronto Esteban alzó una granada en lo alto. Alan observó con ojos desorbitados el explosivo y no pudo evitar cuestionarse a si mismo el haber decidido subir al auto con esos chicos.
—Esto servirá– aseguró Esteban.
—¡Espera! No puedes arrojarla cerca de nosotros, el auto explotará también– Alan intentó razonar con él.
—Tonterías– le resto importancia.
El auto se agitó bruscamente cuando el número de criaturas aumentó, apareciendo de calles adyacentes atraídos por el sonido lastimero de los otros. La granada resbaló lejos de la mano de Esteban hasta caer en el asiento trasero sobre las piernas de Camila.
—¡Ten más cuidado!– reclamó Alan, apresurádose a quitar el explosivo lejos de su estudiante y arrojandolo de nuevo hacía el otro chico.
De pronto el sonido de un vidrio rompiéndose los hizo gritar a todos. Camila se agachó tanto como pudo, temblando de horror cuando medio torso de una de esas criaturas se abrió paso al interior del auto a través del hueco en el cristal de la ventanilla de su lado del asiento. Alan repelió el ataque, golpeando la cabeza del monstruo come humanos con su herramienta. La sangre maloliente salpicó, la mitad de la cabeza estaba destrozada y aún así esa cosa seguía moviéndose.
—¡Impresionante, no son como los zombies de las películas, estos no mueren al destrozarles la cabeza!– Esteban parecía fascinado ante el descubrimiento.
Alan ignoró aquello y golpeó nuevamente la cabeza hasta molerla pero el cuerpo seguía moviéndose y sus manos trataban de llegar hasta Camila aún sin ser capaz de ver nada.
—¡Muere, maldita sea!– Alan golpeó de nuevo una y otra vez hasta que destrozó las manos, pecho y parte del abdomen pero la criatura seguía "viva".
—Ayúdame a abrir aquí, Danny– pidió Esteban, apuntando a la ventanilla que se encontraba encima de los asientos justo al centro del techo del auto.
Daniel estaba demasiado ocupado tratando de contener la ventanilla del lado del copiloto, la cual estaba ya casi destrozada. Esteban se encogió de hombros y él mismo se dispuso a hacerlo. Las criaturas no habían intentado trepar lo cual era extraño, pensó, quizás no tuvieran buena vista. Fuera como fuera, logró sacar la cabeza por la ventanilla del techo y alzó la granada a la cual procedió a quitarle el seguro pero antes de poder arrojarla, una criatura lo divisó y le saltó encima. Esteban dejó ir el explosivo y se metió de regreso al auto sin percatarse de en qué dirección había caído su granada.
La criatura que se le había lanzado entró al auto chillando y escupiendo sangre mientras su mandíbula se movía en espasmos.
—¡Daniel, no puede ser!– gritó Esteban, con los ojos muy abiertos, golpeando al muerto viviente con una palanca antes de que pudiera acercarse lo suficiente —¡la granada no explotó, me estafaron! ¿Puedes creerlo? Esos infeli...–
Sus palabras murieron ahogadas cuando una estrepitosa explosión sacudió todo alrededor. La parte trasera del auto se alzó casi dos metros del suelo quedando sobre la parte delantera unos pocos segundos antes de volver a caer sobre las cuatro llantas de nuevo. Los chicos al interior del auto fueron azotados contra el techo y de regreso a los asientos tan rápido que ni siquiera lo notaron.
Alan sabía que su cabeza había chocado contra algo pero no tenía idea de lo que había sido, tampoco podía escuchar nada más que no fuera el zumbido que había dejado la explosión.
Sintió que su cuerpo caía de regreso sobre la superficie del asiento en menos de unos pocos segundos y la sensación de mareo lo hizo perder la habilidad para pensar. Seguía consciente pero no podía enfocarse en nada. Giro alrededor tratando de identificar a los demás. Lo primero que notó fue que Daniel se había desmayado y tenía sangre escurriendo por su cara. Esteban parecía estar bien, excepto que ahora su cuerpo estaba de cabeza sobre el asiento del conductor y la criatura que lo había intentado atacar había salido volando hasta destrozar el parabrisas.
Camila había ido a parar hasta la parte trasera en el hueco entre los asientos y la ventanilla, se encontraba en una posición bastante incómoda.
—Maldición... No me estafaron– escuchó la voz de Esteban muy lejana.
Trató de comprobar si la horda de criaturas seguían ahí pero lo único que encontró fueron pedazos desmembrados y sangre. El auto estaba libre pero no por mucho, lo comprobó al ver como más de ellos llegaban corriendo desde los alrededores, atraídos por el sonido de la explosión.