Apocalipsis

[10]

Olía a carne quemada. Carne humana quemada. Escuchaba gritos desgarradores. Gente corriendo por todos lados. Gritos de auxilio. El sonido de las balas al ser disparadas. Sangre. Chillidos irreconocibles.

La gente a su alrededor parecía moverse en cámara lenta. Veía todo borroso y oscuro, como si lo observara a través de una lente vieja y demacrada. Una persona corría hacía él. Un niño. De sus ojos caían lágrimas gruesas. Tenía un gesto de terror que partía el alma. Estaba herido.

El pequeño llegó hasta él, lo estaba abrazando mientras temblaba.

—No deje que me hagan daño, por favor no deje que me...–

El niño fue silenciado cuando una bala le atravesó la cabeza y el cuerpo cayó al suelo. Su sangre y pedazos de cráneo y sesos estaban sobre su ropa. Alguien mas se acercó, una mano firme lo tomaba por el hombro, estrujándolo con fuerza. Alzó la mirada. Un hombre de gesto duro le hablaba.

—¡Todos!– gritaba el hombre —¡dije que a todos!–.

—¿Señor?–.

—¡Te dije que mataras a todos, Morgan! No dejes a nadie con vida ¡es una orden! reaccione, soldado, no está en una caminata por el parque. Directo a la cabeza y avance–.

—¡Señor, si señor!– asintió, alzando el rifle y avanzando entre los cuerpos caídos, sus compañeros seguían el ritmo.

—¡Fuego!–.

Todo mundo disparaba. Las personas corrían hacía ellos en busca de refugio pero solo encontraban la muerte. Alexander sintió que le faltaba el aire, sus ojos enfocaron a un hombre que corría desesperado por su vida mientras una de esas cosas lo perseguía. Tomó una respiración. Luego otra. Apuntó y respiró de nuevo. Su dedo sobre el gatillo. Tomó aire, contuvo y soltó, dándole justo en la cabeza al hombre y siguió con las bestias que lo habían perseguido.

—¡Directo a la cabeza y avancen!– las palabras de su líder de escuadrón retumbaban en sus oídos.

A lo lejos podía escuchar música y una voz ronca tarareando la letra. El sonido se empezaba a alzar por encima del ruido de los disparos. Una luz caía desde lo alto.

—¡No, mi gomita cayó, repito mi gomita se cayó, mayday, mayday!– dijo aquella voz ronca mucho más cerca de lo que esperaba.

Alexander despertó aturdido y lo primero que hizo fue tomar su arma y apuntar.

—¡Joder, que puto susto!– gritó el chico del viejo Chevrolet —deja de ser tan agresivo, hombre. Vas a venir matando a alguien–.

Alexander frunció el ceño sin entender lo que ocurría. Estaba en el asiento de pasajero del Chevrolet. Había música sonando y avanzaban por la carretera hacía...

—¡¿Qué haces?!– lanzó una mirada alrededor.

—Voy a la ciudad principal– Dante apuntó al frente —dijiste que mi hermana podría estar allí ¿no?–.

Alexander tragó saliva. En realidad solo había dicho aquello para evitar que se mataran. Los militares solo habían evacuado a unos pocos. Sus órdenes habían cambiado poco después y se les había pedido no dejar a nadie vivo. Solo los políticos y personalidades importantes habían sido llevadas fuera. Los demás habían servido como carne de cañón.

—¿Qué?– Dante lanzaba miradas hacía él —tienes cara de constipación ¿recordaste algo?–.

Alexander negó. Debía encontrar una manera deshacerse de ese tipo cuanto antes.

—No podrás llegar muy lejos con esta chatarra– advirtió luego de un momento.

—Deja de insultar a mi chica, ya suficiente daño le has hecho al dispararle– Dante hablaba muy en serio. —No solo porque sea vieja significa que...–

—Me refiero a que los carriles están bloqueados mas adelante, no podrás pasar en auto. Tendrás que ir a pie– lo interrumpió.

—¿Me estás jodiendo? ¡No pienso abandonarla!–.

—Pues tendrás que hacerlo–.

Alexander detuvo sus ojos sobre la fotografía que alcanzaba a verse sujeta entre los conductos del aire acondicionado. Un par de niños gemelos con el mismo corte de cabello de hongo y un viejito sonriente sentados sobre el cofre de ese mismo Chevrolet saludando a la cámara. Al parecer la foto era muy vieja pues ya estaba descolorida y sus puntas rasgadas.

Desvió la mirada. Preguntándose si debía simplemente dispararle a ese chico.
 


***

 

—¿No vendrán con nosotros?– Alan terminaba de empacar un poco de comida para el viaje mientras conversaba con Daniel y Esteban.

—He leído suficiente sobre supervivencia zombie como para saber que debemos alejarnos de las grandes ciudades y dejame decirte que te dirijes a la segunda ciudad mas poblada del país. Eso significa que si el virus llegó hasta allá, que es lo mas probable, entonces...–

—Mas gente, mas zombies, fin de la historia– Daniel interrumpió a Esteban de golpe.

Alan sabía que tenían razón pero no podía simplemente ignorar a Sebastián, debía ir a encontrarlo.

—¿A dónde piensan ir?–.

—Lugares poco poblados, granjas y eso– sonrió Esteban.

Los ojos de Alan se desviaron hacía Camila. Alan había acompañado a la chica esa mañana a buscar a su hermana mayor. Al llegar se encontraron con la casa completamente destuida y ni rastro de la mayor de las Marín. Camila había estado muy callada y distante desde entonces.

Dejó al par de chicos en la cocina y se acercó a ella quien esperaba sentada en la sala. A su lado tenía la mochila que usaría para el viaje y donde llevaba ropa y comida.

—Hey– Alan llamó la atención de la muchacha, los ojos de Camila lo observaron en silencio. —Sabes que no tienes que venir conmigo... El camino será peligroso y cabe la posibilidad de que no encuentre a mi familia– mencionó eso último con mucho pesar. —Puedes ir con aquellos dos si así lo quieres. Puede que sea mejor para ti–.

Aunque se sentiría irresponsable y culpable de dejarla con un par de chicos que apenas conocían, pero por otro lado, no podía darse el lujo de proteger a otra persona cuando apenas era capaz de cuidarse a sí mismo.



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En el texto hay: zombies, romance, terror

Editado: 24.02.2021

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