Apocalipsis en Sagrada Familia

Capítulo 1-Sara

El calor de junio caía como plomo sobre las aceras de Barcelona. Incluso la sombra parecía derretirse entre los edificios. Pero a pesar del bochorno, Sara caminaba con paso firme hacia la entrada de la Sagrada Familia, mirando de reojo el móvil para asegurarse de que iban bien de hora.

—Vamos, lentos —dijo sin mirar atrás—. Si seguimos así nos cierran la entrada antes de llegar.

—Ya va, jefa —protestó Nico, arrastrando las palabras con su sonrisa permanente—. ¿Qué prisa tienes? No es que se vaya a mover el edificio...

Sara giró la vista. Siempre le tocaba hacer de madre del grupo, aunque no le importaba. Alguien tenía que mantenerlos organizados.

Joel, con su mochila llena de snacks y un ventilador de mano, caminaba en silencio justo detrás de ella, concentrado en su móvil como si esperara que alguien anunciara el fin del mundo por Twitter.

Cris iba grabando vídeos para TikTok, enfocando la cámara desde todos los ángulos, mientras Laia comentaba lo impresionante de la arquitectura con los ojos bien abiertos, como si estuviera dentro de un sueño.

Eric cerraba el grupo, tranquilo y serio, sudando a chorros bajo la camiseta negra. Era el único que no se quejaba del calor.

—Es raro —dijo Joel, sin levantar la vista—. Hay interferencias en la red. Se están cayendo varias señales por la zona.

—¿Otra vez con tus conspiraciones? —rió Nico.

—No es una conspiración —respondió Joel molesto—. Algo está afectando las comunicaciones. No hay cobertura en general

Sara ignoró la discusión. Frente a ellos, la entrada principal de la Sagrada Familia se alzaba como un gigante dormido, con sus torres esculpidas contra un cielo sin nubes. La cola de turistas se movía lentamente bajo el sol.

Al entrar, el frescor de piedra los envolvió como un alivio repentino. El guía turístico, un hombre alto con voz impostada, les saludó con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

—Bienvenidos a la Sagrada Familia. Apaguen sus móviles o pónganlos en silencio. Esta visita será inolvidable...

Sara notó algo extraño en su voz. ¿Estaba temblando?

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Veinte minutos después, estaban en el interior, bajo las columnas que imitaban árboles. La luz filtrada por las vidrieras daba un aire irreal a todo. Sara escuchaba al guía, pero su atención estaba dividida. Sentía una tensión rara en el ambiente. Un rumor. Un susurro que no venía de nadie.

Y entonces ocurrió.

El guía interrumpió su explicación a mitad de frase. Se tambaleó. Se llevó la mano al cuello como si le faltara el aire. Tosió… y algo oscuro cayó de su boca.

Los murmullos comenzaron.

—¿Está bien? —preguntó alguien en inglés.

Pero el guía no respondió. Se giró hacia el guardia de seguridad que vigilaba la zona, y sin previo aviso, se lanzó sobre él. Gritó como un animal, con un sonido seco y antinatural. Lo mordió en el cuello con una fuerza descomunal.

El grito del guardia se ahogó en un borbotón de sangre.

—¡Hostia puta! —gritó Eric.

—¿Qué está pasando? —chilló Laia, paralizada.

Sara reaccionó al instante. Tiró de Cris, que había empezado a grabar sin pensarlo, y gritó al grupo:

—¡A un lado, YA!

Entonces, se fue la luz. Un apagón total. Todo quedó en penumbra. Los murmullos se transformaron en gritos. El caos estalló como una bomba.

Se escucharon golpes, gritos, vidrios rompiéndose, el eco multiplicando. Era el terror.

Las puertas automáticas intentaron cerrarse, pero se trabaron con un sonido metálico. Otras se bloquearon completamente. Estaban atrapados.

Sara trataba de ver en la oscuridad. Solo luces de emergencia rojas parpadeaban en los extremos del templo, como ojos sin alma.

—¿Estáis todos bien? —gritó.

—Si! —dijo Nico.

—Yo también —añadió Laia, con voz temblorosa.

—Eric está conmigo —dijo Cris—. Joel… ¡Joel!

—Aquí, aquí… estoy bien —respondió él con voz ronca—. Pero algo está mal. El edificio está sellado.

Sara tragó saliva. Respiró hondo.

Tenían que salir. Y tenían que hacerlo rápido.




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