Apocalipsis en Sagrada Familia

Capítulo 2-Joel

El pitido agudo de las alarmas de emergencia le taladraba los oídos.

Joel se cubrió la cabeza con los brazos y se agachó junto a una de las columnas. Respiraba rápido, intentando no perder el control. A su alrededor, el caos era absoluto: turistas gritando, golpes sordos, pasos apresurados resonando por la catedral como una estampida descontrolada.

La luz roja parpadeante de emergencia convertía la Sagrada Familia en un escenario sacado de una pesadilla distópica. Y lo peor era que Joel ya había imaginado algo así antes.

Pero una cosa era leerlo. Otra, vivirlo.

—¿Estás bien? —Sara se inclinó hacia él, apoyando una mano firme en su hombro.

Joel asintió sin hablar. No podía hablar aún.

Su móvil vibraba sin parar en el bolsillo. Lo sacó. Sin cobertura. Sin señal. Nada.

Algo andaba muy mal.

—Esto no es un fallo de sistema —dijo en voz baja, casi para sí—. Nos han cerrado dentro.

Sara lo miró. En sus ojos, por primera vez, había duda.

—¿Tú crees… que ha sido intencionado?

—Sí.

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Joel no confiaba en las casualidades. Desde que tenía memoria, había leído todo lo que caía en sus manos sobre colapsos sociales, virus experimentales, fallos en infraestructuras. La mayoría lo tomaban por paranoico, incluso sus amigos. Pero él no se reía. Para él, el mundo era una máquina frágil, y bastaba con que una pieza fallara para que todo se viniera abajo.

Y ahora… esa pieza acababa de romperse.

El guía. Lo había visto de cerca. No fue un simple desmayo ni un ataque de locura. Era como si algo lo hubiese tomado desde dentro. Y la forma en la que atacó al guardia… no era humana.

Joel cerró los ojos un segundo, recordando los vídeos que había visto en foros profundos de la red. Gente moviéndose de formas antinaturales. Infectados. Mutaciones. Virus que no aparecían en las noticias.

La diferencia era que esta vez no estaba viendo un vídeo. Estaba dentro.

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—Tenemos que buscar una salida —dijo Sara, firme.

—Las salidas están bloqueadas —respondió Joel, mientras tocaba la pantalla del móvil con dedos temblorosos—. El sistema de seguridad está en modo “cerradura interna”. Solo se activa en caso de amenaza biológica o ataque terrorista.

Nico se acercó con Laia, ambos pálidos.

—Hay más gente… gritando en los pasillos. Algunos están encerrados en las capillas laterales —dijo Laia, conteniendo el llanto.

—¿Y el guardia? —preguntó Cris desde el fondo.

—Muerto. O… algo peor —dijo Eric con voz baja. Su camiseta estaba manchada de sangre. No suya.

Joel sintió un escalofrío. Aquello ya no era una excursión. No era ni siquiera un accidente. Era el principio de algo más grande. Algo que quizás ya estaba ocurriendo fuera también.

Miró a sus amigos. Un grupo improbable: la controladora, el payaso, la tímida, la influencer, el exmilitar… y él, el friki conspiranoico. Nadie apostaría por ellos. Y sin embargo, en ese momento, se convirtieron en su única esperanza.

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—Tengo una idea —dijo Joel, levantándose—. Puedo acceder al panel de control del sistema desde la sala de vigilancia. Si aún hay energía de reserva, quizás pueda abrir una de las puertas secundarias.

—¿Tú sabes hacer eso? —preguntó Nico, sorprendido.

—No oficialmente —respondió Joel—. Pero he practicado cosas más difíciles.

Sara asintió.

—Vamos juntos.

Y entonces, se escuchó otro grito. No de miedo. De dolor. Inhumano.

Algo se movía al fondo del templo. Algo rápido.

Y Joel entendió, por fin, lo que significaba estar en la primera página de su propio apocalipsis.




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