—Respira, respira, respira... —murmuraba para sí misma, como un mantra.
Pero el aire era denso. Tenía sabor metálico. A sangre, a miedo.
Un sonido la sacó de su trance: era Cris, que la cogía del brazo, arrastrándola hacia un rincón seguro tras un banco de piedra.
—¡Laia, vamos, mueve las piernas!
Laia obedeció. No sabía cómo. Solo lo hizo.
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Desde pequeña, Laia había sido muy sensible. Sentía las emociones de los demás como si fueran suyas. Lloraba con facilidad. Se emocionaba con tonterías. Muchos la trataban como a una niña frágil, pero sus amigos no. Por eso se sentía segura con ellos. Por eso no se rindió.
Sara era su referente, la fuerza cuando ella flaqueaba. Nico le hacía reír cuando no podía más. Joel la entendía sin hablar. Eric le daba calma con solo estar cerca. Y Cris... Cris era su caos favorito. Se contradecían en todo, pero se adoraban.
Ahora, en medio de un infierno de piedra y sangre, lo único que quería era que siguieran juntos.
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El grupo se había reagrupado junto a una escalera lateral, escondidos entre sombras. Joel hablaba de paneles eléctricos, salidas de emergencia y sistemas internos, pero Laia no oía con claridad. Sus pensamientos estaban atrapados en la gente que seguía dentro.
—¿Y los demás? —preguntó—. ¿Los turistas? ¿La familia con el niño pequeño? ¿Los que no sabemos dónde están?
—No podemos ayudar a todos —respondió Sara, con voz firme pero triste.
—Pero... ¿vamos a dejarlos morir?
Un silencio incómodo se extendió. Nadie respondió.
Y entonces lo escuchó.
Un sollozo. Débil, lejano. Venía del pasillo que daba a las criptas.
—¡Hay alguien! —gritó Laia, ya en movimiento.
—¡Espera! —la detuvo Eric, sujetándola por la muñeca.
—¡Es un niño! ¡Lo escuché! ¡Está vivo!
—¿Y si es una trampa? —dijo Joel.
Laia se giró, desafiante.
—¿Y si no?
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Sin esperar más, salió corriendo. Las piernas le temblaban, el corazón le retumbaba en las costillas. Sabía que podía ser peligroso, estúpido incluso. Pero si había una mínima posibilidad de que alguien necesitara ayuda, tenía que intentarlo.
Entró en el pasillo, oscuro y húmedo, con las luces de emergencia parpadeando. El llanto era más claro ahora.
Y ahí estaba.
Un niño, de unos ocho años, abrazado a una figura que no se movía. Su madre, probablemente. Ella... ya no estaba viva.
Laia se agachó, conteniendo las lágrimas.
—Eh... shh... no pasa nada. Estoy aquí, ¿vale? No te voy a hacer daño.
El niño la miró, con los ojos hinchados y la piel temblando.
Y entonces, detrás de ellos, se oyó un gruñido bajo y húmedo.
No estaban solos.
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Una figura emergió de la penumbra. Caminaba torpemente, pero con un propósito claro. Laia agarró al niño y retrocedió lentamente, sin apartar la vista de aquella cosa.
Pero antes de que pudiera gritar, Eric apareció, rápido como un rayo, y con un golpe seco lo derribó con una barra metálica que había encontrado.
—Te dije que no fueras sola —gruñó, entre jadeos.
—Él… estaba solo —dijo Laia, temblando.
—Y tú también habrías terminado así.
Laia no respondió. Solo abrazó al niño con fuerza.
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Volvieron con el grupo. Sara los recibió con los ojos muy abiertos, al ver al pequeño. Nadie preguntó nada. Solo lo aceptaron.
Joel intentaba abrir una puerta lateral. Cris revisaba su móvil, con la esperanza de hallar cobertura. Pero era inútilNico sujetaba un trozo de madera como arma improvisada. Y Eric estaba alerta.
Mientras Joel intentaba abrir las puertas, al otro lado de la capilla se encontraron una especie de puerta eléctrica. Sería una especie de túnel? Entonces Laia y Eric contaron al grupo lo que habían visto. Dejarían pasar eso sin más o aprovecharán para investigar por si encuentran algo que les pueda resultar útil?
La decisión de Sara fue que una vez se abriersen as puertas, irían a investigar antes de irse. Pero no irían todos porque no querían poner en peligro al niño pequeño. El grupo se dividirá y luego quedaron en volverse a juntar en la Sala de paneles para así poder salir juntos de todo ese caos y esa tensión constante